EL-SUR

Viernes 26 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

La política facciosa: de la intolerancia a la polarización

Jesús Mendoza Zaragoza

Abril 25, 2022

Un calentamiento creciente se está dando en los procesos políticos del país. Y se están dando, supuestamente, en el nombre de México. Desde el gobierno y desde la oposición se está alimentando un crispamiento social que puede tener consecuencias desastrosas en el deterioro de la democracia, que aún tiene debilidades ancestrales y no logra consolidarse como una actitud y un estilo de vida entre los mexicanos. Se hace necesario detenernos para pensar en lo que está sucediendo, para medir sus consecuencias y prevenir escenarios que hagan más difícil el camino hacia la democracia real y participativa y, en definitiva, hacia el desarrollo y la paz.
Una característica de las sociedades modernas es la pluralidad, que vista como un fenómeno positivo tiene capacidad para enriquecernos con las diferencias de opinión, de pensamiento, de intereses, de perspectivas, de ideologías, de proyectos sociales y políticos. Podemos ver las diferencias como un bien y no como un mal, como una oportunidad y no como un obstáculo. Por eso, la democracia tiene, por naturaleza, un rostro incluyente en el que las mayorías acogen a las minorías y al lado de los gobiernos hay un lugar específico y necesario para las oposiciones. La democracia se desarrolla a partir de un sumo respeto a las diferencias, no solo en el discurso sino también en los mecanismos sociales y políticos de la vida cotidiana.
Tal parece que en los últimos años hemos retrocedido democráticamente y ahora campea la intolerancia. Pareciera que en este país no hay mas que dos opciones. O con el gobierno o contra el gobierno; o con el Presidente o contra el Presidente. O blanco o negro. Se han diluido los múltiples matices que tiene la democracia, donde es válido disentir en algunas cosas o en todas o apoyar unos aspectos políticos o todos. En política nos hemos vuelto maniqueos con una gran carga de polarización social que está haciendo mucho daño. Hay una presión social polarizadora que se va imponiendo en los diversos contextos a favor de una tendencia o de la opuesta. Se ha perdido de vista que el actual gobierno ha tenido aciertos y también desaciertos; y la oposición económica y política, igual.
La intolerancia como actitud se va desarrollando a partir de procesos irracionales y viscerales, atizando y canalizando políticamente lo peor del ser humano. El intolerante ejercita su poder al margen de la racionalidad y de la argumentación. Incluso, en un discurso racional a partir de datos verídicos interpola prejuicios, sofismas e ideas falsas para apoyar tendenciosamente interpretaciones distorsionadas de la realidad.
En los tres años que lleva el actual gobierno federal se han dado dinámicas de confrontación que han ido abriendo caminos de polarización. Los protagonistas de estas polarizaciones han sido ambas partes –oposición y gobierno– al privilegiar proyectos políticos que supuestamente coinciden con los del país. En este sentido, ni la oposición tiene toda la verdad ni el gobierno tiene toda la verdad. No ha habido la capacidad de autocrítica para reconocer errores y para aceptar las razones de la otra parte.
Es evidente que la política tiene que insertarse en la resolución de conflictos de toda índole y trabaja siempre en ese sentido para procesarlos y transformarlos mediante las herramientas básicas para ello, tales como la palabra, el argumento, el diálogo y los acuerdos, entre otros. Los conflictos no pueden ser ocultados o evadidos ni podemos quedarnos como prisioneros de ellos. Hay que dar la cara a los conflictos, resolverlos y transformarlos en oportunidades para avanzar dialécticamente hacia la unidad nacional. De esta forma, la unidad del país debe prevalecer sobre los conflictos; o de otra forma, los conflictos se van resolviendo en la medida en que se convierten en caminos hacia la unidad, hacia el bien del país, hacia la paz y la reconciliación. En el nombre de México, ninguna facción política tiene derecho a imponer su punto de vista a la fuerza ni a ningunear a su contraparte.
Es preocupante el lenguaje de odio y de confrontación que va polarizando a la sociedad. Estos lenguajes que vienen de personeros del poder económico que han visto disminuir sus ganancias, de representantes de los partidos políticos y de funcionarios públicos, da mucha pena por las graves consecuencias que puede tener a futuro. Se trata de un lenguaje que oculta la realidad y argumenta la irracionalidad con el único interés de imponer una visión facciosa del país que no corresponde a la realidad objetiva de México. Es un lenguaje que ha perdido de vista la dignidad de las personas, el sentido de la amistad social y política, y el horizonte de la fraternidad y de la paz.
La confrontación y sus resultados polarizadores en la política no tienen visión de futuro, pues se enmarcan en una coyuntura inmediata de manera facciosa. El país necesita transformaciones profundas, sobre todo en la economía, y la política tiene la gran tarea de lograr esas transformaciones con el necesario respaldo social, mediante mecanismos legales y pacíficos. Por naturaleza, la política tiene una orientación humanizadora y por lo mismo, competente para la construcción de la paz y para la reconciliación. Bien nos haría a todos aprender a escucharnos unos a otros abandonando nuestras fobias y nuestros prejuicios.