EL-SUR

Viernes 19 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

La política y la corrupción

Humberto Musacchio

Diciembre 01, 2016

Hay algo extraño en el llamado de Enrique Peña Nieto a no tapar la corrupción. Su mensaje se dirigió precisamente a los priistas, a quienes pidió no ser omisos ante las raterías de sus correligionarios e incluso declaró que quien viola la ley no tiene cabida en su partido, porque traiciona a los electores y también su militancia.
Pues sí y no. Sí, porque el prevaricato –o como se le quiera llamar a la traición de un funcionario electo– por supuesto debe ser castigado con todo rigor. No, porque la corrupción, desde los primeros años posrevolucionarios, ha sido una fórmula muy apreciada para mantener la cohesión de las fuerzas que participan del poder, lo que explica las comaladas de millonarios que produce cada sexenio presidencial, cada mandato de gobernadores y de muchos alcaldes.
En algunos casos se puede alegar que no hay delito que perseguir, porque hay corrupción ilícita, pero la soberbia del poder ha creado esa otra que es la corrupción legal, porque cabe preguntarse si no es corrupción el hecho de que una comisión de la Cámara de Diputados, como la de Trabajo, encargue a un despacho el dictamen de las iniciativas que corresponde evaluar y calificar únicamente a los ciudadanos elegidos por otros ciudadanos para esa función.
Quien hizo el pedido a la firma MXP Abogados fue la presidenta de dicha comisión, la priista Georgina Zapata, y laboriosos como son los otros integrantes de ese cuerpo dictaminador estuvieron de acuerdo en encargar a gente ajena a la Cámara el trabajo que a ellos les dio pereza realizar. Sólo hubo una excepción y por eso mismo merece destacarse: Ariel Juárez, diputado de Morena, protestó por tamaña irresponsabilidad, que así sea legal, expresa elocuentemente un caso de corrupción.
De continuar ese tipo de corruptelas, al rato los señores diputados ni siquiera se presentarán en San Lázaro. No tiene sentido si su chamba la pueden encargar a sus negros y tampoco hay necesidad de acudir al cobro de las dietas, porque ahora el dinerito puede llegar a casa de cada legislador mediante una sencilla operación cibernética. Y todo será legal, pues las ausencias legislativas muy de vez en cuando merecen alguna admonición, y a fin de cuentas no pasa nada.
El llamado a combatir la corrupción entre priistas no sólo suena hueco, habida cuenta de los robos colosales a cargo de numerosos gobernadores señalados por la prensa. A eso hay que agregar la adquisición de casas blancas y de otros colores que involucran a los funcionarios de todo nivel, desde muy arriba hasta muy abajo.
Por supuesto, el PRI no tiene el monopolio de las mordidas, los moches, los cochupos y otras formas directas e indirectas de latrocinio. Hay que ver a los dirigentes grandes y medianos de otros partidos, enriquecidos como marajás, deseosos de presumir ranchos, casas, coches, relojes, ropa, viajes, mujeres u hombres, según el caso.
Los partidos ya no tienen dirigentes pobres y si al llegar al cargo les faltan riquezas, muy pronto resuelven esa carencia, pues todo el sistema electoral está construido para llenar los bolsillos de los políticos, por supuesto de los priistas, pero también de los otros, porque de ese modo se aceita el engranaje que permite la torpe y lenta marcha del país.
La corrupción es inherente al ejercicio de la política, trátese de Suiza o del Congo, de Corea o de las Antillas. El deseo de riquezas por cualquier medio está en el ADN de muchos personajes públicos y esa enfermedad es altamente contagiosa. En arca abierta, decían los viejos de la tribu, hasta el justo peca.
Por fortuna, hay una minoría de políticos que no participan de ese sucio juego de recibir y repartir prebendas. Hay incluso partidos que no se hallan en sintonía con la corrupción, que libran una batalla –hay que decir que es colosal– para no caer en la trampa del dinero fácil y son implacables con quienes traicionan al electorado y a sus camaradas.
Los políticos honrados viven con frugalidad, con sencillez extrema. Pero a los corruptos se les nota la avaricia. Decía Carlos del Río, ministro de la Suprema Corte, que “lo pendejo y lo corrupto no se pueden ocultar”. Y, en efecto, no se pueden ocultar esas características, como lo hemos visto en los últimos gobiernos.
Ni un solo voto debe ir a candidatos y partidos que al corromperse han tratado por todos los medios de corromper a la sociedad en su conjunto. Ni un voto para ellos.