Lorenzo Meyer
Abril 26, 2007
Concepto. No es común que un capo de la droga acuñe en prisión un concepto social para
explicar su mundo y sus acciones, pero justamente eso es lo que hizo el brasileño Marcos
William Herbas Camacho, alias Marcola: “la post miseria genera una nueva cultura
asesina, ayudada por la tecnología, satélites, celulares, internet, armas modernas. Es la
mierda con chips…Mis comandos son una mutación de la especie social. Son hongos de
un gran error sucio”. Post miseria resulta un concepto interesante.
Un diagnóstico. Según lo afirmado por el procurador general de la República, la creciente
ola de violencia desatada en México por el narcotráfico tiene un lado positivo. Se trata,
asegura el funcionario, de una desafortunada pero lógica manifestación de la “severa
crisis” por la que atraviesan las organizaciones del narcotráfico como resultado de las
acciones militares y policiacas en su contra ordenados por el gobierno, (Reforma, 20 de
abril). Como hipótesis es válida y, sobre todo, optimista. Sin embargo, no esta de más
explorar una explicación alternativa como la de Marcola, por precaución.
La percepción de la sociedad. Según una encuesta reciente, la mitad de los ciudadanos
mexicanos considera que la violencia asociada al narcotráfico ya está fuera de control y 85
por ciento supone que la situación empeorará, ([email protected]). La alarma va
en aumento y las estadísticas la avalan. Según un cálculo, en lo que va del año las “bajas
por narco” superan las 800, (El Universal, 24 de abril). Lo extendido del fenómeno, su ritmo,
la saña de los asesinatos y los mensajes dejados por los sicarios –desde simples
cartones pegados al cuerpo de la víctima hasta videos puestos en la red– justifican que el
panorama actual y el del futuro inmediato se perciban sombríos.
Los clásicos. Para Tomás Hobbes (1588-1679), su utilidad como protector de la vida y la
propiedad de los ciudadanos es la razón de ser y justificación última del Estado. Sin la
fuerza estatal, el hombre no tendría más remedio que vivir en el “Estado de naturaleza”,
cuyas características centrales son la violencia generalizada y la imposibilidad de la vida
civilizada. Por eso, la autoridad que falla en su obligación de proveer seguridad pierde su
razón de ser.
El enfoque hobbsiano es descarnado, pero no es fácil argumentar en contra de la
propuesta que ve en la fuerza la esencia del Estado. Max Weber (1864-1920) lo enunció así:
“el Estado es la asociación que reclama para sí el monopolio del uso legítimo de la
violencia y no puede ser definido de ninguna otra forma”. Ahora bien la formulación anterior
no evita que dentro de cada estructura estatal existan actores que niegan legitimidad al
orden existente y proponen un discurso alternativo, como ocurre con los revolucionarios. En
contraste, la delincuencia común desde siempre ha retado al Estado y a la sociedad, pero
sin justificar de manera teórica su desafío; el criminal simplemente se dedica a lo suyo y
listo. Sin embargo, hay excepciones y una de ellas la encontramos en el ya citado Marcola.
Las elucubraciones del capo brasileño resultan particularmente interesantes para México
porque a falta de un material similar nativo, el paulista nos ofrece una vía indirecta para
adentrarnos en el terrible universo mental del narco.
La otra explicación. En ausencia de un testimonio directo de El Chapo Guzmán, la
entrevista con Marcola publicada en el diario O Globo en su edición del 23 de mayo del
2006, nos abre una ventana que permite atisbar e intentar comprender mejor la naturaleza
del actual desafío armado al Estado mexicano y a su sociedad. Entender en qué tipo de
guerra se está metiendo –nos está metiendo– el gobierno actual en general y sus fuerzas
armadas y su aparato de justicia en particular.
Marcola, de 35 años de edad, es un líder reconocido del mundo criminal de Sao Paulo, la
principal ciudad de Brasil. Se trata, sin duda, de un personaje singular; según los datos
disponibles, nació en un hogar pobre aunque no miserable. Es hijo de un boliviano y uno
de sus hermanos, Gabriel, es diputado del MAS, en Bolivia. El personaje se inició en la
actividad criminal a los 9 años de edad y ha pasado ya la mitad de su vida en la cárcel. En
el 2001, él y un centenar de presos más escaparon de prisión por un túnel, pero a
diferencia de El Chapo, la policía federal brasileña lo volvió a aprehender y hoy está
purgando una larga condena en la prisión de máxima seguridad Presidente Bernardes. El
12 de mayo de 2006, unos días antes de la entrevista que aquí se cita, se supone que
Marcola ordenó a su organización –el Primer Comando de la Capital o PCC– que desatara
la mayor ofensiva de que se tiene noticia contra la autoridad en Sao Paulo. El resultado fue
la muerte de 23 policías militares, siete policías civiles, tres guardias municipales, ocho
agentes penitenciarios y cuatro civiles. Del otro lado, y como respuesta, la policía dio
muerte a 107 personas en los barrios marginales. El alto costo del enfrentamiento entre la
autoridad y el PCC llevó a negociar una tregua, pero de ninguna forma el fin de la guerra. Y
es el análisis de esa peculiar y brutal guerra –similar a la que hoy se desarrolla en México–
lo que constituye el centro de la extraordinaria entrevista, (la conversación entre Marcola y “O
Globo” se puede consultar en español en Google).
El capo paulista ha pasado buen tiempo en la cárcel pero, aparentemente, no ha sido
tiempo perdido pues, además de dirigir su organización, ha leído 3 mil libros, entre ellos
los de Dante y Klausewits. A la pregunta de si es él el jefe del PCC, responde: “Más que
eso, yo soy una señal de estos tiempos. Yo era pobre e invisible”. Él supone que en el
pasado hubo condiciones para resolver de forma relativamente fácil el problema de pobres
como él “¿[Pero] el gobierno federal alguna vez reservó algún presupuesto para nosotros
[los miserables]?” No, y como no lo hizo, Marcola, los 6 mil miembros que se supone tiene
el PCC y muchos más, buscaron su propia salida y la encontraron: “Ahora somos ricos con
la multinacional de la droga y ustedes se están muriendo de miedo. Nosotros somos el
inicio tardío de su conciencia social”.
Cuando se le pidió que pensara en una solución a la guerra entre el PCC por un lado y el
Estado y la sociedad por otro, Marcola respondió: “¿Solución? No hay solución hermano. La
propia idea de ‘solución’ ya es un error ¿Ya vio el tamaño de las 560 favelas de
Río?…¿Solución, cómo? Sólo la habría con muchos millones de dólares gastados
organizadamente, con un gobernante de alto nivel, una inmensa voluntad política,
crecimiento económico, revolución en la educación…Y todo eso… implicaría una mudanza
psicosocial…O sea: es imposible”.
El jefe criminal se adentra en los términos del conflicto: “nosotros somos
hombres-bombas. Estamos en el centro de lo insoluble…La muerte para ustedes es un
drama cristiano en una cama…La muerte para nosotros es la comida diaria…mis
soldados son extrañas anomalías del desarrollo torcido…No hay más proletarios…Hay
una tercera cosa creciendo allí afuera…[y] diplomándose en las cárceles…[es] la post
miseria [que] genera una nueva cultura asesina.”
Y si los marxistas aseguraron que el burgués es capaz de vender incluso la soga con que
se le va a ahorcar, Marcola afirma: “Con 40 millones de dólares la prisión es un hotel, un
escritorio ¿Cuál es la policía que va a quemar esa mina de oro, entiende?. Nosotros
somos una empresa moderna…Ustedes son el Estado quebrado, dominado por
incompetentes. Nosotros tenemos métodos ágiles de gestión. Ustedes son lentos,
burocráticos”.
En torno a su relación con la sociedad, el teórico-criminal sostiene: “Nosotros somos
ayudados por la población de las villas miseria, por miedo o por amor. Ustedes son
odiados. Ustedes son regionales, provincianos. Nuestras armas y productos vienen de
afuera, somos ‘globales”. Y cuando se plantea el choque PCC-Ejército, Marcola afirma:
“Nosotros somos hormigas devoradoras, escondidas en los rincones. Tenemos hasta
misiles anti-tanque…¿Para acabar con nosotros? Solamente una bomba atómica en las
villas miseria ¿ya pensó? ¿Ipanema radioactiva?
La reflexión final: “Ustedes necesitan hacer una autocrítica de su propia incompetencia…no
entienden ni la extensión del problema. Como escribió el divino Dante: ‘Pierdan todas las
esperanzas. Estamos todos en el infierno’”.
Entre esperanza y simpleza. Naturalmente que lo último que se debe hacer es perder la
esperanza. La cuestión es urgente y central y si hay un tema donde focalizar la energía
colectiva es éste, pero hay que hacerlo sin simplificar, yendo a las raíces. La dimensión
policiaca-militar es sólo una ¿dónde está el resto?.