Lorenzo Meyer
Junio 14, 2021
“Pretende que eres Dios” fue el consejo que un editor veterano de la igualmente veterana revista británica The Economist le dio a un joven que acababa de ser admitido al staff de la publicación. De esta manera inicia su reflexión Barbara Smith sobre lo que fue vivir 47 años en las entrañas de ese semanario que apareció en 1843 (The Economist, 30/12/2016). ¡Y vaya que si el consejo ha sido seguido por sus colegas! Ade-más, la actitud detrás del consejo ha sido aceptada por una buena parte de los lectores identificados con la visión de un medio que nació del empeño de un banquero que buscaba no pagar impuestos de importación de granos y que evolucionó hasta ser un líder del pensamiento del liberalismo económico y social y del centrismo político escorado hacia la derecha.
The Economist es producto de la época victoriana, cuando Gran Bretaña era la gran potencia naval, el fiel de la balanza del poder en la arena internacional y el centro indiscutible del capitalismo. Y el aire de superioridad imperial se le quedó como sello indeleble. Hoy Londres ya no es lo que fue, pero la revista sigue empeñada en aconsejar al mundo –a gobiernos y sociedades– cómo deben comportarse. Lo anterior viene al caso por ese número de The Economist (29/05/21) donde los editores descalificaron a Andrés Manuel López Obrador (AMLO) por ser un “falso mesías” mexicano y “el radical que había pasado desapercibido” y que era necesario desenmascarar.
La denuncia del “falso mesías” –un sumario de todas las críticas y calificativos que ya le habían hecho a AMLO sus adversarios internos– cuadró perfectamente con el tiempo de las cruciales elecciones intermedias de México, pero también con una revelación de Barbara Smith: en 1973, al saberse del golpe militar que acabó con la vida y el proyecto de Salvador Allende en Chile, un miembro del staff de The Economist deambuló por sus corredores proclamando feliz “mi enemigo está muerto”. Bueno, esa felicidad en la sede de la revista ante el trágico fin de un intento pacífico y democrático por ensayar desde la izquierda un modelo ajeno al neoliberal explica, al menos en parte, el grado de animosidad que The Economist puede albergar al evaluar ciertos fenómenos de América Latina. Por cierto, según Smith, la tarea de seguimiento de nuestra región tradicionalmente se ha delegado en los recién llegados, en los que aún no tienen experiencia y que sólo después pueden aspirar a hacerse cargo de regiones “más importantes.”
La ligereza de The Economist en el examen de países como el nuestro tiene historia. En 1913 caracterizó así al combatiente revolucionario: el personaje antes había sido esclavizado por el hacendado, pero ahora “es poseedor de un caballo que robó, viste ropa tomada de un almacén que saqueó, lleva un rifle que tomó de una cárcel que atacó y dispone de alcohol en abundancia y de la libertad para ir a donde quiera” (27/09/1913). Generalización más sesgada no la hubiera hecho mejor un porfirista o un huertista.
Al despuntar el movimiento maderista, The Economist se había animado a aconsejar reformas sociales para México (22/04/1911). Tras el asesinato de Madero incluso aceptó que el retorno de la estabilidad requería de una reforma agraria (15/03 y 03/05/ de 1913), pero finalmente concluyó con la caracterización ya citada del rebelde típico y por tanto declaró que ese tipo de mexicano ya no podía tener cabida en el mundo civilizado. ¿Qué conclusión podía sacar un lector de tamaña conclusión?
Todo lo anterior no implica prescindir de la lectura de la revista inglesa pues es una de las mejores fuentes para conocer la visión del mundo de una derecha muy educada y con mucho poder. Y tal visión puede ser útil no sólo a quienes la comparten sino a cualquiera dispuesto a hacer el esfuerzo de limpiarla de sus sesgos ideológicos más evidentes.