EL-SUR

Martes 10 de Diciembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

La puntilla de Acapulco

Silvestre Pacheco León

Noviembre 28, 2023

Para el periodista Guillermo Osorno, en su artículo Réquiem por Acapulco publicado el 29 de octubre en El País, el huracán Otis parece ser la puntilla de lo que fue el puerto de Acapulco. Lo dice desde la experiencia que vivió a principios del año en su estancia temporal en el puerto, hospedado en el hotel Elcano que por las fotos que se conocieron después del paso del meteoro quedó “en sus huesos”, según su dicho.
El periodista dedicado al cine hace una descripción de la vida en el puerto hasta antes de la llegada del huracán, confrontada con su experiencia de niño en innumerables viajes que realizó acompañando a su padre. Sus recuerdos de aquel Acapulco de lujo y diversión sin par, cuando el icónico hotel Las Brisas figuraba como escenario de las películas de Hollywood y recibía solo a los ricos como huéspedes, y el hotel Elcano en la Costera destacaba por su calidad, con un servicio de primera, devino en un Acapulco “atravesado por la violencia y el miedo” casi sin vida nocturna y con sus instalaciones y servicios turísticos envejecidos y decadentes.
Para otros la decadencia llegó al puerto con la ostensible presencia del narcotráfico peleando a balazos la plaza y causando terror con sus matanzas durante el gobierno perredista de Félix Salgado Macedonio y luego diversificando sus actividades más allá del tradicional tráfico de drogas con el cobro de piso, el secuestro, la extorsión y su acceso a los giros negros, llegando a controlar la vida interna de los partidos a través del financiamiento de sus campañas electorales.
Todo lo anterior aderezado con la suma de los fenómenos naturales como los huracanes Paulina en octubre de 1997, Manuel en septiembre de 2013 más los temblores de 1985 y 2017, ambos de más de 7 grados de intensidad, hasta llegar al 25 de octubre del año 2023 cuando el huracán más tempestuoso en la historia mundial tocó tierra en el corazón de Acapulco.
En 1981 como se recuerda, los acapulqueños fueron víctimas de la acción más atroz concebida desde el gobierno figueroísta que se propuso el desalojo de miles de precaristas asentados en el anfiteatro del puerto, castigados como culpables de la contaminación de la bahía. Ese es el antecedente de Ciudad Renacimiento fundada al otro lado del cerro de Las Cruces sin que jamás halla hecho honor a su nombre.
La ciudad que concentra casi a la mitad de los guerrerenses, con el paso del Otis dejó al descubierto la más terrible desigualdad generada por el capitalismo salvaje y cuya permanencia por tantos años sin desembocar en una explosión social solo se explica por la enorme capacidad de resistencia de sus pobladores y una gran dosis de resignación que los anima a cuenta de la clase política que supo combinar la represión, la amenaza y ciertas concesiones como se llamó a la política de masas muy propia del priísmo.
Una de las fotos que circula en las redes sociales muestra la fila de niños pobres esperando su plato de comida de la que reparten los restauranteros solidarios. Para muchos de ellos será un recuerdo perdurable como parte de su experiencia que les dejó el huracán haber probado por una vez en su vida los alimentos preparados por un chef.
El desempleo propio del modelo de turismo excluyente, por ejemplo, atemperado por el empleo informal de la mayoría de la población ocupada que se ejerce en las áreas públicas para el comercio de todo lo imaginable, donde se han desarrollado, como en ningún otro lugar, las más sofisticadas redes de servicios para satisfacer los requerimientos más caros y extravagantes de los turistas, que tampoco es suficiente para mantener el caudal de visitantes que reclaman las nuevas generaciones para su acceso al empleo formal.
Yo recuerdo que antes de conocer el mar sabía de Acapulco por los regalos que una de mis tías nos llevaba en sus visitas a mi pueblo: pescado seco envuelto en papel de estraza, mangos manila y panameños, marañonas y dulces de coco cuyo sabor siempre nos despertaba el deseo de conocerlo, animó pronto a mi padre y mis tíos para irse a trabajar temporalmente porque en el puerto había mucha demanda de mano de obra.
A la edad de siete años por fin conocí el mar y sus encantos. En unas vacaciones de la escuela pude visitar a mi padre que trabajaba temporalmente de jardinero en la residencia que mi tía cuidaba en Mozimba. Su patrón era el maestro Carlos Chávez, el afamado músico mexicano que disfrutaba del clima y los placeres del puerto algunas semanas del año.
Me impresionó que su jardín fuera más grande que la parcela familiar que trabajábamos en el pueblo, y que para marcar los andadores y veredas, en vez de milpa se sembraran cientos de plantas de crotos que mi padre reproducía con injertos. Yo que le ayudaba en esas labores me extasiaba mirando los rehiletes que esparcían el agua para regar el jardín porque a veces se formaba un arcoíris, me imaginaba en otro mundo, totalmente ajeno a nosotros, solo para la gente blanca porque incluso alguna vez una niña que llegó de visita paseaba por el jardín junto a nosotros sin voltear a vernos, como si no existiéramos.
Sin embargo, cuando los patrones se ausentaban yo disfrutaba del espacio en entera libertad, y como ellos, me recostaba en las tardes en la explanada para disfrutar del espectáculo de la iluminación nocturna del puerto, con sus anuncios multicolores que daban la impresión de que caminaban. Todavía recuerdo los llamativos colores de los anuncios del Club de Yates, del hotel Majestic, el Hilton y el Boca Chica, el refresco Yoli y la Coca Cola en el llamado Acapulco tradicional.
La carretera que unió a la capital del país con el puerto y luego la construcción del aeropuerto internacional causaron tanto impacto para la llegada de turistas como lo hizo la Nao de China cubriendo la ruta de las Filipinas hasta Acapulco a lo largo de 250 años, desde la época de la Colonia hasta la guerra de Independencia.
Esa fue la relación comercial transfronteriza más antigua de nuestro país con el extranjero y por eso la justificada construcción de la carretera que unió al puerto de Acapulco con la capital del país que se hizo por etapas, desde la época porfirista hasta el gobierno del general Lázaro Cárdenas.
Pero Acapulco decayó desde que el jet set internacional dejó de vacacionar aquí y las grandes estrellas de Hollywood cambiaron sus gustos o la moda.
Acapulco dejó de ser atractivo para el turismo internacional porque no se renovó para atender las nuevas corrientes mundiales. Su decadencia se hizo inevitable a pesar de que se transformó en opción para los capitalinos cuando se acortó el tiempo de traslado por la moderna Autopista del Sol.
Pero ese cambio que vivió el puerto trajo como novedad al crimen organizado que impuso sus reglas a la vida social y a los negocios establecidos.
El tráfico de estupefacientes, de personas y de placeres caros y clandestinos junto con la violencia que trae aparejada, crearon un ambiente de violencia casi irrespirable porque la clase política se hizo cómplice de ese poder ilegal y se dejó coptar para mantenerse en el poder disfrutando de los privilegios aunque convertida en sirvienta del crimen.
Acapulco convertido en rehén del crimen organizado dejó de ser una ciudad como opción de desarrollo, el huracán Otis fue la puntilla, pero sus vientos huracanados crearon las condiciones para resurgir y ese es el mayor reto para el gobierno de la 4T, que a raíz de la crisis y el desastre vaya más allá de la entrega de dinero y enseres para que pueda convertir al nuevo Acapulco en la sociedad del futuro, democrática, incluyente, igualitaria y progresista.