EL-SUR

Jueves 12 de Diciembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

AGENDA CIUDADANA

La rebelión de las masas (en Estados Unidos))

Lorenzo Meyer

Noviembre 17, 2016

Para Rogelio Naranjo, reconocimiento y agradecimiento.
Para Carmen Aristegui, felicitación por el Premio Knight.

Para José Ortega y Gasset, el triunfo electoral de Donald Trump no sería sorpresa, aunque le llamaría la atención que no hubiera ocurrido antes. Y es que el filósofo español ya había anticipado algo similar al trumpismo hace 90 años en La rebelión de las masas (1926). Según Ortega, el “hombre-masa” –producto de la sociedad industrial– acepta su vulgaridad y cortedad de miras como un derecho y abdica de toda aspiración a la excelencia; rechaza emular a quienes por propia voluntad se empeñan en transitar por el camino de la “vida noble”, es decir, el marcado por esos valores que implican altruismo y obligaciones para con los otros. La de Ortega fue una visión elitista, de derecha, que buscó explicar la textura intelectual y moral posterior a la I Guerra y las inclinaciones de las mayorías y sus representantes por políticas que enfatizaban la estandarización y el rechazo a la “excelencia”. Desde este mirador, Trump y su círculo sería la encarnación del “hombre-masa” o mediocre: egoísta, vulgar y, sobre todo, ajeno a la grandeza de espíritu. Y justamente por eso ganó su derecho a gobernar.
Una explicación del trumpismo y elaborada desde la perspectiva contraria –desde la izquierda–, tiene que subrayar lo acontecido en el país vecino como una inesperada rebelión de la mitad del país y desde la parte baja y media de su estructura social, en contra de sus élites políticas y económicas que, por treinta años y escudándose en las teorías del mercado, del neoliberalismo y de la globalización, ignoraron sus legítimos reclamos e incluso los humillaron al llamarles, por boca de la candidata demócrata, Hillary Clinton, “conjunto de deplorables”.
Las peculiaridades de la historia política norteamericana, que incluyen tanto el racismo como una Guerra Fría que por décadas demonizó a las opciones de izquierda, hizo imposible a la izquierda lograr bases masivas. Hoy, esa gran energía política acumulada por el descontento de los perjudicados por la desindustrialización norteamericana a lo largo de los últimos treinta años, ya no pudo ser capitalizada por el senador Bernard Sanders. El sanderismo propuso pero no tuvo apoyo suficiente para atacar las estructuras que han llevado a que apenas el 0.1% de los norteamericanos reciban un ingreso promedio 184 veces superior al que llega a los bolsillos del 90% de quienes se encuentran en el fondo de la pirámide social (Institute for Policy Studies. Inequality.org, Boston, Ma.).
Lo sorprendente no es la rebelión sino lo rápido y fácil que ese descontento de clases trabajadoras e incluso de clases medias blancas de regiones donde antaño su trabajo fue bien remunerado y fuente de orgullo, fue capitalizada por un líder muy improbable: un empresario de la construcción, de 70 años, con un ego descomunal, conductor de un reality show de la televisión, sin ninguna experiencia política y con un planteamiento sobre los problemas económicos concretos que se puede resumir, recurriendo a Shakespeare, como “mucho ruido y pocas nueces”.
Para una publicación británica con 173 años de experiencia en observar la vida internacional y poco dada al alarmismo como es The Economist, la elección del 8 de noviembre en ese país no fue un mero cambio de partido en el gobierno sino un cambio de régimen (12 de noviembre). Esta afirmación de una publicación de prestigio internacional, es muy seria sí, por régimen político, se entiende tanto el tejido institucional que regula la lucha por el poder como las formas de ejercerlo y los valores mismos que le dan sentido a su ejercicio (N. Bobbio y N. Matteucci, Diccionario de política, [México, 1982], p. 1409).
En realidad, aún es muy pronto para saber si efectivamente Estados Unidos está en el inicio de un cambio de su régimen político o de una degradación del mismo, y que en el mediano o largo plazo puede ser reversible. Como sea, el régimen democrático del país vecino es el más arraigado del mundo –lleva ya 233 años y ha resistido una guerra civil–, pero sin duda va a ser sometido a tensiones muy serias. Para empezar, su sistema de partidos ha sido dañado. El Partido Demócrata ha experimentado una deserción masiva en sus bases de trabajadores blancos y el Partido Republicano ha visto como su élite dirigente fue hecha a un lado por un advenedizo (Trump) que, en realidad, usó de sus estructuras para llegar al poder pero que él mismo no es producto del llamado Grand Old Party ni ha mostrado mayor aprecio por sus usos y costumbres. Luego, al famoso equilibrio de poderes del sistema le puede fallar justamente el equilibrio, pues el partido del presidente va a dominar las dos cámaras del congreso y va a poner en la Suprema Corte a un personaje de su gusto en el puesto vacante desde hace nueve meses y con eso asegurar una mayoría conservadora en esa institución. Finalmente, en los estados, el grueso de los gobernadores también será republicano.
En conclusión. Las masas de olvidados norteamericanos se rebelaron electoralmente contra sus élites y, en consecuencia, la incertidumbre se apoderó de la vida política norteamericana e internacional. En la siguiente entrega, esta columna examinará las implicaciones de esta coyuntura crítica en México, un país que hizo de la dependencia de su país vecino del norte el corazón de un proyecto nacional sin nacionalismo.

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