EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

La relación especial con Harris y Estados Unidos

Jorge G. Castañeda

Junio 04, 2021

A mi padre nunca le gustó la idea de la “relación especial” de México con Estados Unidos. Solía decir que ese era un invento de los ingleses y de Churchill durante y después de la segunda guerra, y que México ni tenía ni debía buscar una relación análoga. No nos convenía, pero tampoco era realista: nunca nos tratarían como a Inglaterra, ni deseábamos no-sotros padecer el sometimiento de Londres a Washington que surgió a partir de 1940.
La postura de mi padre era un poco contradictoria, incluso en los años sesenta y setenta cuando la expuso con mayor claridad (siendo canciller era difícil manifestar opiniones académicas). O bien no nos convenía, por la sumisión y la humillación que implicaba (como en el caso del Reino Unido); o bien no era viable, porque los norteamericanos jamás nos brindarían un trato como el que le extendían a los británicos.
En cualquier caso, la realidad rápidamente se fue imponiendo, tanto a México, como desde antes a otros países. Los más evidentes son Canadá e Israel. Por diversas razones, Estados Unidos tiene una relación especial con ciertas naciones, y ciertas naciones tienen una relación especial con ellos. Por especial se debe entender: diferente a las demás, o si se prefiere, de ligas distintas.
En lo que a nosotros se refiere, el acuerdo de libre comercio (1994), el enésimo rescate de la economía mexicana (1995), el fin del sistema político de partido único (2000) y el aumento de la migración y el narcotráfico hicieron que en los hechos, México comenzara a disfrutar o a padecer (según la opinión de cada quien) de una relación especial con Washington. No formábamos parte de la Alianza Atlántica, obviamente, pero sí de una serie de mecanismos bilaterales ad hoc o semi institucionales en materia económica, de seguridad, fronteriza, diplomática y militar. Washington no sabía muy bien dónde colocarnos (a veces nosotros tampoco), pero teníamos un lugar aparte.
Con Fox y Bush se estableció un precedente. Por primera vez, el primer viaje del presidente de Estados Unidos al exterior fue a México, y la primera visita de Estado a Washington fue del mexicano. Con Obama, por una parte, y Calderón y Peña Nieto, por la otra, sucedió más o menos lo mismo. Iban y venían visitas bilaterales o trilaterales con Canadá; se celebraban consultas sobre el Consejo de Seguridad o derechos humanos; no éramos plenamente de Norteamérica (Canadá seguía ocupando un lugar primordial) pero tampoco nos ubicaban como latinoamericanos. Con Trump, bajo Peña Nieto, volvimos un poco a la situación de Fox: en parte por la renegociación del T-MEC, en parte por la obsesión migratoria de Trump, ningún país, salvo Israel, sostuvo una presencia equivalente en la Casa Blanca. Para bien o para mal, había una relación especial.
Hoy ya no se entiende donde estamos. El primer viaje al exterior de Biden será a Londres, al G7 y a una bilateral, como siempre; no figuramos entre los primeros visitantes a Washington. Ni siquiera nos brindaron ese reconocimiento en el caso de la vicepresidenta Harris (va primero a Guatemala), ni del secretario de Estado Blinken (fue primero a Costa Rica). Este último convocó de última hora al canciller mexicano a una reunión del SICA en San José, donde nos sentaron con las “hermanas repúblicas” de Centroamérica.
¿Qué somos, para ellos? Y ¿Qué importa? Lo más importante es saber si nos consideran como socios suyos en Centroamérica, combatiendo la migración y la corrupción, con la “piña” de inversiones y asistencia de Washington al Triángulo del Norte, o si piensan que sobre los grandes temas de combate a la corrupción, de creación de un Estado de derecho, de defensa de la democracia y de los derechos humanos y del medio ambiente, somos sus aliados.
Si me preguntaran, uno de los últimos aliados que se me ocurriera, en este sexenio, como amigos para combatir la corrupción y defender los derechos humanos, sería México. No me preguntan. Ya sabrán.