EL-SUR

Martes 23 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

LA REPÚBLICA DE LAS LETRAS

Humberto Musacchio

Junio 05, 2006

 

Para José Ramón Enríquez, Premio Juan Ruiz de Alarcón.
Novo va al Parque Asturias
A principios de marzo de 1945, Salvador Novo asistió por primera vez a un encuentro de futbol. Fue un juego nocturno que tuvo como escenario el desaparecido Parque Asturias, que estaba donde hoy funciona una inmensa tienda de autoservicio, precisamente en la colonia que heredó el nombre de aquel estadio de madera. Llegó acompañado de un par de amigos, uno de ellos integrante del equipo Marte, lo que le permitió entrar al vestidor, “el camerino de estos actores sin libreto que se habían despojado de sus ropas urbanas para disfrazarse laboriosamente de niños de calzón corto y camisa abierta sin mangas”. Después, el escritor presenció el juego sentado junto al palco de prensa, pero ni la cercanía de los expertos fue suficiente para convertirlo en adicto a ese deporte, del que escribió: “Sin duda, como todo vicio, la afición por el foot-ball debe contraerse a tiempo, o de otra suerte, requerirá para su arraigo mayor indulgencia que un solo experimento. Me molestaban a tal grado los reflectores lanzados sobre los ojos del público; me era tan difícil reconocer en las figuras distantes y borrosas de los jugadores a los que acababa de ver tan de cerca, que no puedo decir que haya disfrutado el partido que, por lo demás, los conocedores que me rodeaban sentenciaban malo. Debo volver, aunque sea para aficionarme mejor”.
“Deporte de provincianos”: Carballo
El día que comenzó la Copa del Mundo de Inglaterra, en 1966, Emmanuel Carballo escribió en Diorama de la Cultura de Excélsior que “el futbol es un deporte de provincianos que, por si ésta fuera poca desgracia, son también terriblemente religiosos. Cuando llegué a México, en 1953, quise cnocer la ciudad asomándome a un partido de futbol. Mi decepción fue tan intensa como desagradable. Primero me di cuenta de que el futbol no era noticia, que asistían a los partidos, de acuerdo con la población del Distrito federal, pocas personas, y que los acontecimientos ocurridos en la cancha no se reflejaban en el comportamiento de los espectadores. No era un rito ni dramatización de ciertos estados de ánimo, ni tampoco una guerra sostenida entre los buenos y los malos. Unos, los menos, asistían a ver el juego (a gozar los aciertos y señalar los errores), otros, los más, a consumir sin entusiasmo las horas libres del día de fiesta. Pocos, muy pocos, estaban ahí para ver ganar o perder a su equipo predilecto, vivencia fundamental para un auténtico aficionado, para un hincha. Por lo pronto, comprendí que la metrópoli poco tenía en común con las pequeñas ciudades de provincia… La Copa del Mundo, que comienza este día, me ofrece la oportunidad de recuperar modos de ser de mi niñez y primera juventud… En este momento el espíritu provincial se identifica con el nacionalismo y durante quince días las naciones no serán más grandes ni menos inhibidas que los pueblos que todavía creen en Dios y el Diablo (y) el mundo recuperará, a diferentes niveles, una infancia que muchos considerábamos muerta, sepultada y a salvo del milagro de la resurrección”.
A Garibay no le gustaba el fut
En 1998, con motivo del Mundial de Francia, Ricardo Garibay escribió un texto que desde el título, El futbol y lo demás, despedía la amarga ironía del escritor hidalguense. “El deporte es un poco infantil y un poco estúpido”, empezaba. Y luego, más filosófico, añadía: “Son los deportes el triunfo del cuerpo –sobre el espíritu, si no ¿sobre qué tendría que triunfar el cuerpo?–; son el gozo muscular que tanto se parece al orgasmo en las hechuras del amor, o del erotismo, o de la mera sexualidad”… Es irremediablemente tonto –y gozar contemplando esa bobada es aún más tonto– que cinco hombres adversarios de otros cinco busquen meter una pelota en una red sin fondo colgada de un aro de hierro; y lo mismo, que once contra once acarreen a patadas la pelota para colarla en un marco hecho de tiras de madera (ahora son de metal, HM), donde el portero impide que pase la pelota por el marco… El deporte, para cada ser humano, dura poco y no deja nada en el alma. No hay héroe deportivo que no destile, en sus años maduros y ancianos, una buena dosis de amargura. Los recuerdos que guarda el espíritu, en cambio, son imborrables y son una insaciable fuente de reflexión”.
Villoro y sus dos pasiones
En su libro Dios es redondo (Editorial Planeta, 2006), Juan Villoro, quien ha conjugado como nadie sus dos pasiones, el futbol y las letras, dice a todo el que quiera leerlo que “escribir de futbol es una de las muchas reparaciones que permite la literatura. Cada cierto tiempo, algún crítico se pregunta por qué no hay grandes novelas de futbol en un planeta que contiene el aliento para ver un Mundial. La respuesta me parece bastante simple. El sistema de referencias del futbol está tan codificado e involucra de manera tan eficaz a las emociones que contiene en sí mismo su propia épica, su propia tragedia y su propia comedia. No necesita trampas paralelas y deja poco espacio a la inventiva de autor. Esta es una de las raznes por las que hay mejores cuentos que novelas de futbol. Como el balompié llega ya narrado, sus misterios inéditos suelen ser breves. El novelista que no se conforma con ser espejo, prefiere mirar en otras direcciones. En cambio, el cronista (interesado en volver a contar lo ya sucedido) encuentra ahí un inagotable estímulo… Y es que el futbol es, en sí mismo, asunto de la palabra. Pocas actividades dependen tanto de los que ya se sabe como el arte de reiterar las hazañas de la cancha…”.
Tras un hinchado cuero…
Del segundo acto, escena primera de Las paredes oyen, de Juan Ruiz de Alarcón:
¿Que haya juicio
que del cansancio haga vicio,
y tras un hinchado cuero,
que el mundo llama pelota,
corra ansioso y afanado?
¿Cuánto mejor es, sentado,
buscar los pies a una sota
que moler piernas y brazos!
Si el cuero fuera de vino,
aun no fuera desatino
sacarle el alma a porrazos.
Pero, ¡perder el aliento
con una y otra mudanza,
y alcanzar, cuando se alcanza,
un cuero lleno de viento;
y cuando, una pierna rota,
brama un pobre jugador,
ver al compás del dolor
ir brincando la pelota!