EL-SUR

Miércoles 24 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

LA REPÚBLICA DE LAS LETRAS

Humberto Musacchio

Mayo 14, 2018

Murió Roberto Casellas

Murió hace unos días el escritor y diplomático Roberto Casellas Leal, quien había nacido en Mérida en 1922. Licenciado en derecho por la UNAM posgraduado en el Institut d’Hautes Etudes Internationales de la Universidad de París, entre 1947 y 1950 hizo su primera incursión en la Secre-taría de Relaciones Exteriores, pero fue a partir de 1960 cuando comenzó una fecunda carrera, pues fue embajador en Nicara-gua, Israel, Checoslovaquia, Ho-landa y Turquía. Su obra literaria la plasmó en los libros Escrito para leerse (1965), Cuentos de todas partes (1972), Valija diplomática (1981), El héroe (1982), Harina de otro costal (1991) y Hermanos de la costa (1999). La SRE publicó hace algunos años tres tomos de Escritores en la diplomacia mexicana, lo que estuvo muy bien, pero se trataba de ensayos, ciertamente interesantes sobre gente de pluma que ha representado al país. En el próximo sexenio, cuando al frente de la Cancillería estén personas alfabetizadas, podría abrirse una colección de textos literarios de nuestros diplomáticos en ediciones baratas pero dignas que se hagan llegar a un público amplio.
CU, la altura y el GDF

La UNAM emitió un boletín que a la letra dice: “Después de un cuidadoso análisis sobre los criterios generales para la preservación de la imagen del campus central de la Ciudad Universitaria, declarado por la UNESCO Patrimonio Mundial en 2007, la Universidad Nacional Autónoma de México presentó a las autoridades competentes del gobierno capitalino su propuesta sobre la altura máxima que deben tener las edificaciones aledañas que puedan afectar la estética visual de su patrimonio”. Agrega el documento que la UNAM propone que las edificiaciones de avenida Copilco 75, predio contiguo a Ciudad Universita-ria, tengan una altura máxima de 30 metros, pues se recordará que con permiso del gobierno capitalino se iban a levantar unas torres que afectaban la perspectiva de esa joya arquitectónica y urbanística que es la Ciudad Universitaria, lo que obligó a la casa de estudios a solicitar el amparo de la justicia. Qué bueno, pues, que la propia Universidad proponga la altura máxima, pero el gobierno de la Ciudad de México está obligado a velar porque en este caso no se altere la perspectiva, lo que es mucho pedir en medio de la podredumbre perredista. Igualmente, para hablar con autoridad en asuntos como el citado, la Rectoría debe resolver lo concerniente al edificio H, una aberrante construcción levantada por universitarios con autorización de las autoridades de la casa de estudios.

Las malas palabras

Decía Rafael Solana que el empleo literario de “las llamadas malas palabras, palabras gruesas, palabrotas o picardías” era tema de una vieja polémica. Recordaba el dramaturgo la novela Cariátide que llevó a los tribunales a su autor, Rubén Salazar Mallén, y a Jorge Cuesta, editor de la revista en que apareció el texto. Por otra parte, la obra teatral Jano es una muchacha, de Rodolfo Usigli, fue piedra de escándalo y Los hijos de Sánchez sirvió de pretexto a Gustavo Díaz Ordaz para despedir a don Arnaldo Orfila de la dirección del Fondo de Cultura Económica. Solana recordaba todo eso a fines de los años 60, cuando la literatura de la Onda había levantado polvareda por la abundancia de giros considerados soeces por las buenas conciencias. Todo para concluir que “la polémica del lenguaje soez se resuelve de esta manera: aplausos y elogios para quien lo sepa usar con talento y con arte, como Vicente Leñero” en Los albañiles, y “persecución y cárcel para quien lo utilice con fines espurios”. No es para tanto, debieron decir a Solana sus contemporáneos.

López Velarde puritano

En 1917 se estrenó en México la cinta estadunidense Pureza (Purity) en la cual la actriz Audrey Munson enseñaba más de lo entonces acostumbrado. Ángel Miquel, en su libro Por las pantallas de la ciudad de México, cuenta que el crítico de El Demócrata que firmaba como Perodi (Manuel Haro y Velázquez de la Cadena) destacó “las desnudeces de mujer” y dijo que el argumento era “sólo un pretexto para la exhibición del cuerpo divino de la modelo”. Fue más lejos Ramón López Velarde, quien al comentar la película reprobó los “alardes de desnudez” de la protagonista que, dice Miquel, “le parecieron un episodio más de la funesta norteamericanización de México, a la que también pertenecían ‘las señoritas que tripulan, masculinamente, la bicicleta; las feministas que riñen y se acusan de estar en connivencia con los hombres para retardar la emancipación de las Furias (y) los bailes tejanos”… Conservador y sexista el divino autor de La suave patria.

Ibargüengoitia y Durrell

En la Revista Mexicana de Literatura, en el lejano 1961, escribió Jorge Ibargüengoitia de la obra maestra de Lawrence Durrell: “El libro está organizado de tal manera que no es posible releer un pasaje sin peligro de tener que volver sobre los cuatro tomos… A pesar de lo anterior, como el exotismo, la soberbia, la sexualidad y la impudicia me parecen cualidades loables y necesarias tanto en la literatura como en la vida, me permito recomendar con mucho entusiasmo la lectura del Cuarteto de Alejandría”. Ah, bueno.