EL-SUR

Viernes 26 de Julio de 2024

Guerrero, México

Opinión

La semana

Arturo Martínez Núñez

Septiembre 24, 2005

Esta semana, la nota roja volvió a acaparar la atención pública. En el plano nacional, la trágica muerte del secretario de Seguridad Pública Ramón Martín Huerta, parece revivir el fantasma mexicano que merodea el fin de cada sexenio.

México pierde a un puñado de servidores públicos de primer nivel, que más allá de valoraciones personales, trabajaban al servicio de México. En el plano personal, Vicente Fox pierde al colaborador más cercano, al amigo más íntimo dentro del gobierno de la República. Ramón Martín Huerta fue secretario de Gobierno en Guanajuato durante la gestión de Fox como gobernador y cuando éste pidió licencia para buscar la Presidencia, dejó la administración guanajuatense en las manos de Ramón. A partir del 1 de diciembre de 2000, ocupó la Subsecretaría de Gobierno en la Secretaría de Gobernación y tras la renuncia de Alejandro Gertz Manero pasó a encabezar la Secretaría de Seguridad Pública.

La gestión de Martín Huerta parecía tambalearse tras los infaustos acontecimientos en Tláhuac, cuando la falta de coordinación entre los distintos niveles de gobierno –motivada acaso por el encono político– provocó que la turba enardecida linchara en cadena nacional a elementos de la AFI, sin que nadie hiciera nada para impedirlo. Tras los acontecimientos, el presidente Fox, utilizando sus atribuciones constitucionales, decidió remover a Marcelo Ebrard de la policía capitalina sin tocar a Martín Huerta en lo que se hubiese percibido como un “empate”.

Ramón Martín Huerta era una de las cabezas visibles del llamado grupo Guanajuato, al que pertenecen el presidente, su esposa, Ramón Muñoz y otros destacados miembros del gobierno que se conocen y han trabajado juntos desde los inicios de la carrera política de Fox.

Además del dolor de las familias de los deudos, el país entra en una crisis de seguridad nacional porque la Secretaría de Seguridad Pública ha quedado descabezada al perder además al Oficial Mayor, al director de Comunicación Social, al Secretario Ejecutivo y, muy especialmente, al Comisionado de la Policía Federal Preventiva.

Sin caer en la paranoia o la rápida teoría del complot que tanto parece gustarle a los mexicanos y a un sector de la prensa, es imposible hacer a un lado el hecho de que los malogrados funcionarios se dirigían a una ceremonia al penal de alta seguridad de La Palma, y que Osiel Cárdenas, cabeza del Cártel del Golfo había lanzado fuertes amenazas sobre el tercer visitador de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, que también viajaba en la aeronave.

Es increíble que a pesar del enorme despliegue de personal militar, policiaco y civil de diversas corporaciones, se hayan tardado casi veinticuatro horas en recuperar los cuerpos en un área relativamente pequeña y que después de ello, nos enteremos a través de los periódicos que en el lugar de los hechos los habitantes de la zona encontraron billeteras vacías, fundas de teléfonos, hebillas de cinturones e incluso, el pie de una de las víctimas.

Es imprescindible que el Presidente de la República abandone de una vez por todas el papel de líder moral del PAN –que además desempeña con magros resultados– y llame a todos los actores del país a construir un gran acuerdo nacional que envíe señales claras de que los mexicanos estamos unidos alrededor de los grandes temas nacionales. Esto es impensable, si el presidente en vez de ser el jefe de Estado, se empeña en ser el líder de una de sus facciones. El tiempo apremia. Vicente Fox aún puede convocar a un gran pacto nacional sin matices partidistas o coyunturales. Por supuesto que esto significaría el fin del proyecto de un grupo en pos del proyecto nacional. El presidente de la República no es de ninguna manera, el responsable del caos, pero sí es el único que puede convocar a la búsqueda de su solución.

Posdata

En un lapsus brutus, o quizás buscando la absolución preparatoria de la historia, el ex presidente Miguel de la Madrid reconoció que el PRI había perdido las elecciones de 1988. La declaración no es poca cosa y menos aún considerando al autor. Se pueden quemar boletas, cambiar cifras y arreglar dictámenes a modo, pero lo que nunca se podrá será evitar el veredicto de la historia. La verdad puede tardar en salir, pero que a nadie le quepa la menor duda de que tarde o temprano se sabrá. A partir de hoy el fraude del 88, que antes parecía pertenecer únicamente a la mitología de la izquierda, se ha convertido en realidad tras la revelación del presidente, o como dicen los abogados, a confesión de parte, relevo de pruebas.

Como advertíamos la semana pasada, una crisis energética mundial puede desatarse si como parece ser, el nuevo huracán Rita termina de perjudicar las bases petroleras estadunidenses en el golfo de México. Los guerrerenses tenemos que mantener la guardia alta, nunca relajarnos y no olvidar que Paulina devastó Acapulco un 8 de octubre. La temporada de huracanes corre de mayo a noviembre de cada año.

Los asesinatos de Miguel Ángel Mesino y Tomás Cruz Zamora, enrarecen el ambiente político guerrerense. Recordemos que las tenebrosas garras del Guerrero negro hacen su aparición antes de cada proceso electoral. No ayudan en nada aquellos que se adelantan a repartir culpas a diestra y siniestra. El autor material de la muerte de Cruz está detenido. La acción de la justicia tiene que ser incólume para acallar las voces que quieren buscar lecturas escondidas en un asunto que parece ser de índole personal. El caso de Mesino es distinto. Aquello fue una ejecución a plena luz del día por un comando que lo acribilló en el centro de Atoyac tratando de enviar un mensaje claro.

Durante el acto de Andrés Manuel López Obrador del pasado jueves en Chilpancingo, la ovación mayor la cosechó el gobernador Zeferino Torreblanca. Aquellos que apuestan a una ruptura entre AMLO y Zeferino o entre el PRD y el gobernador del estado se equivocan. El proyecto es el mismo, pero el ámbito de responsabilidad es distinto. Los partidos y las campañas son una cosa, y la acción de gobierno es otra. Cada uno debe de aprender a desempeñar su papel. Los partidos representan a un sector de la población y los gobiernos deben de trabajar para todos los ciudadanos, afines o no.

 

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