EL-SUR

Jueves 18 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

La Semana

Arturo Martínez Núñez

Octubre 01, 2005

El momento cumbre en los sistemas democráticos es ese breve instante en que después de hacer fila e identificarse, uno se dirige a la urna a emitir su voto. El voto, esa pequeña pero poderosa arma, es el grano de arena que pone cada ciudadano y que unido al de otros, puede convertirse en un poderoso ariete que puede derrumbar regímenes autoritarios y anquilosados, y que otorga o en su caso retira, la confianza en el gobernante en turno.

El voto es el instrumento refinado –aunque por supuesto no el único– con el que cuenta el ciudadano y que utiliza soberanamente para comprar la propuesta que más le convenza.

Durante décadas, en México las votaciones fueron una farsa mediante la cual el régimen creía legitimarse, principalmente a los ojos extranjeros. El sistema priísta realizó diversas concesiones encaminadas a liberar la presión interna y el escrutinio externo, conformando finamente lo que Mario Vargas Llosa bautizaría acertadamente como una “dictablanda”. A partir de la reforma electoral del presidente López Portillo, mejor conocida como LOPPE, se legalizaron los partidos políticos proscritos –marcadamente el Comunista Mexicano–, y se consiguió acceder a diputaciones por la vía plurinominal. Pero aunque fue un avance, en México el acceso al poder por parte de los partidos opositores, seguía siendo una quimera.

Las elecciones presidenciales de 1988 marcaron el inicio del fin del viejo régimen. Ante una copiosa votación opositora –tanto del FDN como del PAN– se hicieron evidentes las fallas estructurales del sistema electoral mexicano, que simplemente calló y se cayó, en cuanto comenzaron a fluir los resultados negativos.

Los mexicanos en general, y los guerrerenses en particular, hemos sufrido terriblemente para lograr elecciones medianamente justas y libres. Mucha sangre ha corrido y muchas horas hombre se han perdido en las luchas postelectorales.

La elección del 6 de febrero del 2005, que llevó al PRD al triunfo, fue la culminación de una lucha de varias décadas donde miles de mujeres y hombres pusieron algo más que su sangre, su sudor y sus lagrimas.

El domingo 2 de octubre, los guerrerenses tenemos que salir a las urnas y expresar su conformidad o su rechazo al estado actual de las cosas. Podemos elegir entre el rojo, el verde, el amarillo o el anaranjado, con la plena seguridad de que nadie ha condicionado, inducido o comprado su voto. Podemos ejercer nuestro derecho ciudadano, con la tranquilidad de que contamos con órganos independientes que ya han dado pruebas de su profesionalismo e imparcialidad.

A lo único que no tenemos derecho es a la indiferencia. Puede darse el caso de que a ciertos ciudadanos no les convenza ninguna de las opciones ofrecidas, pero aún así –quizás con mayor razón– deben acudir a las urnas a expresarlo.

El domingo por la noche habrá caras felices y caras largas; algunos harán lecturas y se apresurarán a hacer futurismo; para unos será una noche inolvidable y para otros el inicio de una larga pesadilla. Pero todos ganaremos si temprano por la mañana acudimos a nuestras urnas y en la soledad de la mampara expresamos nuestra voluntad: de esta manera contribuiremos a que gane Guerrero, a que ganemos todos.

Posdata

El viernes, los hombres más poderosos del país, respondieron a la convocatoria de Carlos Slim Helú para signar el llamado Acuerdo Nacional para la Unidad, el Estado de Derecho, el Desarrollo, la Inversión y el Empleo. El documento –de una factura impecable, acaso atribuible al español Felipe González– es de lectura obligada y puede ser la base para intentar la versión nacional del tan mentado (y tan poco conocido) Pacto de la Moncloa. En el también conocido como Acuerdo Nacional de Chapultepec, se intentan fijar puntos comunes mínimos, a partir de los cuales los mexicanos y mexicanas podamos construir la nación sin importar el origen o los colores partidistas.

Evidentemente el documento es perfectible, pero sin duda es materia prima de la mejor calidad, para que de una buena vez logremos localizar los puntos de coincidencia, manteniendo nuestras divergencias. Existen puntos que no resisten discusión partidista como la necesidad de mayor inversión privada y social para lograr mayor desarrollo, mayor competitividad, una distribución más justa del ingreso y por sobre todas las cosas, terminar de una vez y para siempre con el lastimoso problema de la pobreza.

Ojalá que los distintos precandidatos, entren al debate y podamos alcanzar por fin, el Gran Acuerdo Nacional.

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