Lorenzo Meyer
Febrero 17, 2020
AGENDA CIUDADANA
En ciertos contextos, la corrupción gubernamental se puede entender como resultado de malas conductas individuales. Sin embargo, y ante el número y magnitud de los casos de corrupción en los últimos tiempos mexicanos, ese fenómeno sólo se explica como producto de un sistema, de una telaraña construida para extraer ilegal y sistemáticamente recursos a la sociedad, que amarró y cubrió casi todas las instituciones del Estado y en cuyo centro estaba la Presidencia, la araña.
No siempre la corrupción de las instituciones públicas mexicanas fue tan sistemática como en el último sexenio. Por ahora, la SFP calcula las irregularidades del gobierno de Enrique Peña Nieto en 544 mil millones de pesos. A raíz de la captura del ex director de Pemex, Emilio Lozoya, el fiscal general, Alejandro Gertz Manero, ha afirmado que las acciones de soborno y fraude por las que la Fiscalía acusa a este personaje, sólo se explican si se les considera parte de una estructura que tenía como objetivo central el saqueo sistemático de bienes públicos. Obviamente el centro de esa estructura se localizaba en Los Pinos de entonces.
En la primera mitad del siglo XIX, el general-presidente y caudillo, Antonio López de Santa Anna, proveniente de una clase media, acumuló en abrir y cerrar de ojos una gran riqueza. Según Will Fowler, un biógrafo, el personaje “llegó a ser propietario de la mayor parte de las tierras entre Xalapa y Veracruz” (Santa Anna, ¿Héroe o villano?, [2018], p. 150). Sin embargo, la mala fortuna combinada con la debilidad de la estructura política en que cimentó su riqueza hizo que, al perder el poder, el general y varias veces presidente, también perdiera su patrimonio. A Santa Anna se le llevó a juicio en varias ocasiones. Al final la impunidad se impuso y apenas se le castigó con exilios.
Con la estabilidad porfirista se consolidó una oligarquía y una estructura –telaraña– donde poder político y riqueza se combinaron y retroalimentaron. Aunque Díaz mismo no acumuló una gran riqueza, sí fue el tejedor y centro incuestionable de esa estructura.
La Revolución Mexicana dio forma a un sistema más complejo. El Estado se fortaleció y el carácter no democrático de un régimen sostenido por un partido de Estado, permitió que ya en el gobierno de Miguel Alemán (1946-1952) quedara firmemente asentada una auténtica telaraña de corrupción, lo que no implica que todo funcionario fuera parte del entramado. La Presidencia sometió a los otros poderes y cada jefe del Ejecutivo imprimió un sello característico a la forma que tomaron las conductas corruptas del poder.
La pérdida del PRI de la Presidencia en el 2000 no implicó un cambio sustantivo en ese modus operandi. Sin embargo, el retorno del PRI en 2012 al centro del armazón significó un salto cualitativo en el monto de lo extraído a la sociedad. Y el ex director de Pemex ilustra a la perfección el desenfreno.
Desde el inicio del régimen de la Revolución Mexicana, a principios del siglo pasado, sólo se ha llevado a un ex presidente ante la justicia y no por corrupción. Fue a Plutarco Elías Calles, a quien, en 1935, y como resultado de su choque abierto con el presidente Cárdenas, se le acusó de acumulación de armas con el intento de rebelarse. Si bien no se le siguió ningún juicio, sí se le exilió por el resto del sexenio cardenista.
Durante la vigencia del régimen PRI-PAN pocos, muy pocos, altos funcionarios y políticos mexicanos en el centro de la telaraña o cercanos a él fueron llamados a cuentas. Sin embargo, a partir del triunfo de una oposición que se propone dar forma a un nuevo régimen, resultó natural que su dirigencia pusiera el acento en el combate a la corrupción gubernamental. Ahora bien, desde el principio el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) señaló que su propósito no era castigar a la legión de corruptos del pasado sino concentrar su esfuerzo en el presente para asegurar un futuro muy diferente. Pero si la Fiscalía cumple a cabalidad su tarea en el caso de Lozoya, tiene que aceptar lo que ya señaló el abogado del acusado: que él no se mandó solo, lo que implica que, a querer que no, se debería investigar no sólo al presunto culpable sino a la telaraña de la que fue parte y se tendrá que topar con su centro: el ex presidente.
Si el caso Lozoya terminara en una investigación muy acotada AMLO pagaría un costo. Si, por el contrario, el fiscal va a fondo, el proceso podría alcanzar lo histórico: acusar y procesar a un ex presidente, destruir desde su centro a la gran telaraña y afianzar el cambio de régimen.