Silvestre Pacheco León
Enero 06, 2025
Es previsible el triunfo del maíz transgénico sobre el criollo, el capital sobre el trabajo. Solo quedará para la historia que fue en México donde se domesticó esa planta que ahora se cultiva en todo el mundo.
La política de subsidios que el gobierno norteamericano otorga a los productores de maíz permitió su tecnificación y el desarrollo de nuevas variedades más productivas y resistentes conocidas como híbridos hasta dominar el mundo a partir de rebajar los costos de producción y mejorar las semillas controlando el mercado de los agroquímicos.
En este sentido es que debe abordarse la derrota de México en el panel del T-MEC donde Estados Unidos se inconformó por el decreto que el gobierno de López Obrador emitió prohibiendo el uso de maíz transgénico para consumo humano y animal que cada vez se incrementaba en el país.
El principal argumento utilizado por los norteamericanos para invalidar los efectos del decreto obradorista fue la falta de evidencia científica presentada por el gobierno mexicano de que el consumo del maíz genéticamente modificado es perjudicial para la salud humana.
Los técnicos negociadores del país vecino argumentaron la validez de incorporar en el comercio con México su producción de maíz transgénico porque dicen que lo ven como un logro de la ciencia para coadyuvar en la lucha contra el hambre y por lo tanto demandan la invalidez del decreto exigiendo el cumplimiento de México con sus compromisos internacionales.
Como el T-MEC y sus mecanismos de negociación también benefician a México en los temas de controversia como el automotriz, será difícil remontar esas dificultades porque los largos años de neoliberalismo significaron un abandono del campo al grado de que se produjo una ruptura en la herencia del conocimiento de los productores del campo dejando sin campesinos maiceros para continuar con dicho cultivo.
Con el gobierno de la 4T tampoco ha sido suficiente el apoyo para remontar esa situación, pues lo mismo que pasa en el campo sucede en el Congreso donde nadie se percata del perjuicio que tiene para el desarrollo del país la cancelación de los subsidios al campo que se inició desde el período neoliberal.
En el caso de Guerrero la situación es patética porque con casi la mitad de su población formando parte de la sociedad rural el campo carece del respaldo de una política previsora del riesgo que se vive por la invasión de los maíces transgénicos. Lo más grave es que la producción local se desaprovecha y el trabajo de los productores se inhibe porque caído el precio por debajo de sus costos de producción el proceso de abandono de ese cultivo parece incontenible.
Apenas se conoció el caso de los productores de la región norte quienes en una negociación particular y discreta consiguieron que Segalmex les reciba el grano en 6 mil pesos por tonelada, cantidad con la que ni siquiera recuperan los costos.
No se ve ningún apoyo franco para una política de recuperación de nuestros maíces criollos ni para el avance tecnológico en el cultivo del maíz, dejando todo en manos de la Federación, que tampoco se ha esforzado en tener una representación confiable en el estado pendiente de lo que sucede en el medio rural.
Para Estados Unidos el mercado mexicano es uno de los más grandes del mundo como consumidor del maíz. Apenas el año pasado vendió 4 mil 800 millones de dólares, por eso no piensa perderlo y resulta significativo que reivindicando el respeto a los tratados internacionales demande cancelar aquel decreto que emitió el presidente López Obrador.
Si ni siquiera se habla de un aumento arancelario del maíz para limitar su ingreso a nuestro mercado enfrentando las amenazas de Trump, las alternativas para el campo guerrerense son cada vez más pocas y difíciles porque sigue siendo expulsor de mano de obra y de migrantes. Ni la entrega gratuita de fertilizante, el cultivo de estupefacientes ni las remesas de los migrantes parece ser suficiente para cambiar esa realidad de pobreza y desigualdad.
Por eso resulta importante conocer otras experiencias y buscar nuevos caminos en el propósito de defender la producción local del maíz criollo a partir del convencimiento de que eso es más nutritivo y será benéfico a largo plazo para alcanzar el desarrollo del campo.
Aparte del constante abandono del campo y de la natural reducción de la superficie cultivada, opera el escaso rendimiento en toneladas por hectárea, un poco más de 4 toneladas frente a casi 12 de los productores norteamericanos. El gran mercado mexicano del maíz acaparado por los norteamericanos es de poco más de 98 mil 900 millones de pesos anuales según lo anota el periódico El Economista, y está a nuestro alcance para abastecerlo.
Anotemos en contra del cultivo la baja calidad del suelo, la proliferación de plagas y la irregularidad en el régimen de lluvias, cuando no el exceso de lluvias como las que se precipitaron con el huracán John, se complica con la falta de conciencia en los consumidores acerca del grano con el que se fabrican las tortillas que consumimos a diario, por eso uno puede concluir que nadie se interesa en la salud de los consumidores, comenzando por los industriales de la masa y la tortilla que de manera inescrupulosa prefieren consumir el maíz más barato, ignorando su calidad y procedencia.
Ante ese futuro previsiblemente perjudicial para la soberanía y la autosuficiencia alimentaria, en vez de andar rogando por un aumento y mejores políticas de apoyo por parte del gobierno, se necesita fortalecer la organización de los productores aprovechando el programa Sembrando Vida para encontrase directamente con los consumidores. Por eso mi propuesta de averiguar lo que sucede en Morelos con los productores de maíz donde el precio de la tortilla es de 20 pesos el kilo, 10 pesos menos que en Guerrero, cuando menos como la pagamos quienes vivimos en la costa.
En Tepoztlán donde casi en cada esquina hay puestos de tlacoyos que son las tortillas gorditas cocidas con unos granos de sal y manteca, cuestan 15 pesos cada una, y los elotes simplemente hervidos con sus aderezos respectivos de mayonesa con queso llegan a costar 50 pesos.
Me refiero a que los productores de maíz no se queden en cosechar el grano y embodegarlo o entregarlo al acaparador, sino que lo puedan guardar y procesar para venderlo como tortillas para quedarse con las ganancias que ahora solo enriquecen a los industriales de la masa y la tortilla.
Debería haber una política de apoyo a los productores para establecer sus tortillerías y puestos atractivos diseminados en todas las ciudades turísticas donde se venda el grano en todas sus modalidades que son vastas en cuanto su presentación.
Siempre he tenido la idea de que se reproduzca en todas las ciudades la cultura chilpancingueña de la venta de tortillas de mano en cada esquina. Que se organicen festivales y kermeses para honrar el maíz y fomentar la cultura de lo mexicano. Que todo el mundo, locales y extranjeros conozcan y saboreen las gorditas, las tortillas aplaudidas, los itacates, tlacoyos, las toqueres, el maíz hecho pinole, el pozole de elote, de camagua, blanco y colorado, los elotes, las picaditas y esquites. Toda la gama de las cocinas guerrerenses para apantallar y atraer a nuestros visitantes.
Cada vez que me refiero a este tema recuerdo al campesino de Campeche paseando en el tren Maya, quien en el programa de Sembrando Vida estaba asociado con un hermano y juntos compraron un molino y pusieron una tortillería. Mientras uno trabajaba otro paseaba visitando a la familia. Eso es la justicia que el campesino asociaba a la política de Andrés Manuel López obrador. En eso veo el modelo a seguir.