Arturo Martínez Núñez
Diciembre 15, 2005
(Segunda parte)
Cuando Francisco Franco logró hacerse con el poder absoluto, comenzó un largo juego de ambigüedades que le permitió coquetear con la monarquía al tiempo que ejercía el totalitarismo.
En 1941, el heredero de la corona española, don Juan de Borbón, accedió a reunirse con el dictador a bordo del Azor, el yate de aquél. En la reunión, Franco y don Juan acuerdan entre otras cosas que el infante Juan Carlos se mude a España y que realice ahí sus estudios. Se trata de que Juanito se eduque en su patria para que un día pueda acceder al trono. Sin embargo, don Juan nunca renuncia a sus aspiraciones sucesorias y mantiene con Franco una relación tirante durante toda la dictadura.
Franco además jugará con la idea de preparar a diversos sucesores, entre ellos, a un hijo del primogénito de Alfonso XIII, don Alfonso, que está casado con la nieta del general. Francisco Franco gobernará durante su largo periodo con el título de jefe de Estado y a pesar de que a partir de 1947 el Estado español se constituye como “reino”, en los hechos la monarquía nunca es restaurada.
Después de cavilar durante más de una década con la idea de nombrar a su nieto político como heredero, Franco decide hacer una jugada maestra y nombrar, en 1969, a don Juan Carlos de Borbón como heredero a la jefatura del Estado español y futuro rey de España. De esta manera Franco logra por un lado, controlar las aspiraciones de varios grupos de poder y por el otro, relegar al auténtico heredero de la corona, Juan de Borbón, padre de Juan Carlos.
En el plano político, Franco ha dado espacios dentro del gobierno a una generación de jóvenes educados y civiles aunque la presidencia del gobierno recae en las manos del almirante Luis Carrero Blanco, hombre de todas las confianzas del anciano dictador. Franco comienza a preparar lo que él cree será su glorioso paso a la historia. Franco se jacta de tener “todo atado y bien atado”.
Sin embargo, siempre que un gobernante cree que ya tiene “atada” la sucesión, ocurre lo que la historia nos ha enseñado: el destino entra a escena y termina por descomponer el libreto preparado.
En 1973, la economía española parecía marchar sobre ruedas, la ola de movimientos estudiantiles mundiales de 1968 apenas había tocado a la península, la disidencia parecía no existir y la sucesión del poder estaba aparentemente “bien atada”. Sin embargo, en la clandestinidad –de izquierdas y derechas– el movimiento era intenso ante el inminente declive del viejo general. Franco a su vez, pasaba cada vez mayores temporadas navegando, cazando y jugando al golf, una afición que llegó al dictador en el otoño de su vida.
El 20 de diciembre de 1973, la entonces desconocida organización terrorista vasca ETA hace volar por los aires el auto en el que viajaba el almirante Carrero Blanco y daba al traste con los planes de Franco, cuya salud, a partir de ese entonces, entraría en un claro declive. La explosión es de tal magnitud que el auto vuela por encima de los edificios aledaños y cae en el patio interior de uno de ellos, lo que provoca que en un principio, los cuerpos de seguridad al no encontrar el auto piensen que se trata de un secuestro.
Franco nombra presidente del gobierno a Carlos Arias Navarro, un duro que apretará aún más las válvulas del régimen. Pero la suerte está echada. Franco jamás recuperaría la alegría. A partir de estos momentos y hasta la fecha de su muerte, alternará su vida entre su residencia de descanso en Galicia y las salas de hospitales. Durante este periodo, Marruecos aprovecha para dar la ofensiva final sobre las posesiones españolas en el Sahara con la llamada Marcha Verde donde se movilizan cientos de miles de civiles y varios millares de soldados. España termina por ceder antes que provocar un inmenso baño de sangre.
El general otorga de manera temporal el poder al príncipe Juan Carlos en dos ocasiones. Los operadores del Palacio del Pardo, residencia y cuartel de Franco, se empeñan en dar la imagen de que todo va bien y que el moribundo anciano aún controla todo. Así, sufriendo ya de hemorragias internas severas, el general Franco todavía preside un par de consejos de ministros y recibe las cartas credenciales de varios embajadores.
España se encontraba sin saberlo, en el umbral de una de las épocas más convulsas y al mismo tiempo interesantes y ricas de su historia contemporánea.