EL-SUR

Martes 23 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

La UNAM y sus profesores

Humberto Musacchio

Abril 01, 2021

En la Universidad Nacional Autónoma de México trabajan decenas de miles de profesores, pero sólo una minoría tiene definitividad en el empleo, un ingreso decente y buenas prestaciones. Ese sector lo forman los docentes de tiempo completo y medio tiempo, que representan entre 15 y 25 por ciento del total, pues se manejan diversas cifras entre las autoridades, los sindicatos y las organizaciones estudiantiles.
La gran mayoría, 75 a 85 por ciento del total, son los llamados profesores “por horas-clase”, quienes perciben entre 500 y 700 pesos quincenales por su desempeño en la enseñanza y carecen de estabilidad en el empleo, pues cada semestre firman –si bien les va– un contrato por seis meses más, y así pueden pasarse diez, veinte y más años.
Para ganar una plaza fija y estabilidad laboral, el camino es presentarse a concurso de oposición, pero no basta con quererlo, sino que se debe contar con el apoyo de parientes, amigos o patrocinadores, pues la política es poner obstáculos a la profesionalización del magisterio unamita.
Ahora, para colmo, la administración de la casa de estudios, por causas inexplicables, ha retrasado el pago de cierto porcentaje de profesores por horas-clase, los más indefensos, pues tanto las AAPAUNAM como el STUNAM no se muestran muy dispuestos a confrontarse con las autoridades por esos académicos que en cualquier momento quedan fuera de la Universidad, pues los directivos la institución pueden despedirlos sin violar, aparentemente, la legislación laboral.
Si alguien quiere explicarse el progresivo deterioro de la educación que imparte la UNAM, debe analizar ese fenómeno. La institución, lejos de preocuparse por la profesionalización de la academia, lo que ha hecho –deliberadamente y durante muchos años– es considerar a la mayoría de la planta magisterial como prescindible, desechable.
Y mientras la mayoría de los profesores de la UNAM deben tener otro empleo que les permita sobrevivir, los altos funcionarios constituyen una casta con elevados sueldos –algunos superiores al del Presidente de la República–, ingresos complementarios por diversos rubros y prestaciones sin cuento, todo lo cual hace de ellos un sector privilegiado.
El sector de los profesores de tiempo completo y medio tiempo tiene por supuesto mejores condiciones laborales, pero no en todos los casos, pues los hay que perciben sueldos indignos del estatus que se les supone socialmente. A diferencia de la inmensa mayoría de la planta magisterial, que sólo tiene al ISSSTE como refugio para atender su salud y la de su familia, los profesores de carrera disponen de un seguro de gastos médicos mayores, antes cubierto por contrato con Inbursa y de un tiempo para acá, bajo otro nombre, asumido por la propia UNAM.
Tal seguro tenía una cobertura de 850 mil pesos, que por supuesto conforman una suma respetable, pero que resulta insuficiente en el tratamiento de ciertos males y que ahora, durante la actual pandemia, los profesores contagiados se han visto en problemas para pagar, pues en un nosocomio privado el tratamiento por covid suele costar una cantidad mayor.
Un profesor amigo dice que, pese a todo, esa póliza era muy importante, si bien advierte que “la mayor parte de los académicos subsidiaban al ISSSTE, ya que quincenalmente pagaban cuota pero raras veces utilizaban sus servicios, lo que constituía un desahogo para el ISSSTE, al reducirse la demanda de sus servicios”.
Tales son las realidades en ese reino de la desigualdad que es la UNAM. Por supuesto no se trata de problemas nuevos. La Universidad Nacional inaugurada por Justo Sierra en 1910, a poco de nacida se vio hostilizada por las fuerzas revolucionarias, que la consideraban refugio de porfiristas, lo que pareció confirmarse durante la dictadura de Victoriano Huerta, a la que sirvieron distinguidos maestros de la casa de estudios, misma que en diversos momentos fue privada de recursos hasta para el pago de los profesores.
En suma, nunca ha sido fácil ni tersa la relación de la Rectoría con la planta docente, pero lejos de trabajar en la profesionalización, se ha preferido insistir en el subempleo y el desprecio por los que enseñan. Más respeto, por favor.