EL-SUR

Martes 23 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

La urgencia de reescribir la historia del arte contemporáneo

Federico Vite

Agosto 02, 2022

La historia está sujeta a una reescritura constante. Por ejemplo, gracias al capítulo XIV de la novela Memories of the future (2019), de Siri Hustvedt, la autora sembró una certeza que debe expresarse en forma de pregunta: ¿Marcel Duchamp es el inventor del ready-made? La respuesta encierra un hecho terrible; pero antes de ir a ese asunto, a todas luces necesario, debe decirse que Duchamp es considerado por todo un sistema académico, pedagógico y mercantil el padre, digamos, de los artistas contemporáneos. Para ser preciso, la historia refiere que en 1917 Duchamp creó una obra de arte titulada Fountain. Se trata de un urinal de porcelana, una ordinaria pieza de plomería, presentada como escultura. Fue colocado de manera invertida sobre una plataforma de madera. Hay una desautomatización inmediata en el hecho, pero sólo al paso del tiempo pudo comprenderse que Fountain era una forma salvaje y nueva de la belleza.
Los ready-mades se hacen con objetos cotidianos que el artista encuentra y transforma. Son separados de su entorno y funcionamiento habituales; se presentan por el artista (una tuerca, un urinario, una regadera) perfectamente conceptualizados. Son dispositivos que se alejan de las funciones domésticas. Después de este hallazgo en la expresión estética, el arte ya no se percibe de la misma forma. Duchamp también es el precursor de otras expresiones del arte contemporáneo que hoy están plenamente institucionalizadas, como las instalaciones, los museos portátiles, el performance y el happening. Fue ajedrecista, asesor de Peggy Guggenheim, precursor, sin duda, del arte conceptual. Abrazó por completo la postmodernidad. Se rodeaba de gente influyente, poderosa y millonaria. Tuvo todo lo que podía anhelar un artista: reconocimiento, influencia y auge económico. Era conocido tanto en el medio cultural como fuera de él. En 2002 aparece la biografía Baroness Elsa, de Irene Gammel; la autora habla de un robo perpetrado por Duchamp. Documenta el hecho y lo denuncia. Hablo de un asunto que Hustvedt señala también en la novela: “La historia es la siguiente: Marcel Duchamp, brillante inventor del ‘ready-made’ y el ‘arte antirretiniano’, presentó Fountain, un urinal, firmado por R. Mutt, a la Sociedad Estadunidense de Artistas Independientes en 1917. La pieza fue rechazada. Duchamp, miembro de esa caterva, renunció a ella. Alfred Stieglitz fotografió la pieza. La escultura desapareció, pero nació así el arte conceptual. En 2004 fue votada como la obra de arte moderna más influyente de todos los tiempos. ¿Si la persona detrás del urinario no fuera Duchamp, sino la poeta y artista nacida en Alemania, la baronesa Elsa von Freytag-Loringhoven (1874-1927), qué pasaría? ”.
La baronesa es mencionada en múltiples ocasiones en Memories of the future, S.H., protagonista del libro, la trae a cuento a la menor provocación, pero en el capítulo XIV expone un hecho que rebasa la viga maestra de la novela y deja, como un tema sumamente atractivo, la obra de la baronesa. Ella fue una figura marginal en la historia del arte. Se le considera una estridente poeta proto-punk. Formó parte del movimiento Dada, publicado en Little Review con Ezra Pound, Djuna Barnes, TS Eliot, Mina Loy y James Joyce. “El caso expuesto en mi libro, derivado de la consulta de muchas fuentes académicas, no es que Duchamp supuestamente robó el concepto del urinal de Von Freytag-Loringhoven, sino que ella fue quien creó el objeto, lo inscribió con el nombre R. Mutt, y éste, considerado una ‘obra de arte seminal’, le pertenece”.
En Memories of the future, Siri cita una carta de 1917 que Duchamp escribió a su hermana, Susanne. “Tomé la traducción (originalmente escrita en francés) directamente de la excelente biografía de Irene Gammel, Baroness Elsa: ‘Una de mis amigas que había adoptado el seudónimo masculino Richard Mutt me envió un urinal de porcelana a modo de escultura’ ”, refiere Hustvedt y agrega: “R. Mutt fue identificada como una artista que vivía en Filadelfia, que es donde radicaba la baronesa. En 1935, André Breton atribuyó el urinario a Duchamp, pero no fue sino hasta 1950, mucho después de la muerte de la baronesa y cuatro años después de la muerte de Stieglitz (fotógrafo de Fountain), que Duchamp comenzó a atribuirse el mérito de la pieza y autorizó réplicas de ese arte objeto”.
La aseveración de Siri es mucho más incisiva: “Duchamp dijo que había comprado el urinario en J.L. Mott Iron works Company (adaptando Mutt de Mott), pero la empresa no fabricó el modelo de la fotografía, por lo que su historia no puede ser cierta. Von Freytag-Loringhoven amaba a los perros. Hizo desfilar a sus perros callejeros por las aceras de Greenwich Village. Coleccionaba tuberías, caños y desagües. Le encantaban los chistes escatológicos y hacía frecuentes referencias a la plomería en sus poemas: ‘¡Hierro, alma mía, hierro fundido!’. Le decía a Duchamp, por ejemplo, Marcel Dushit. Se burló también de William Carlos Williams llamándolo WC. Ella creó God, una trampa de plomería como obra de arte, pero fue atribuida a Morton Schamberg; ahora ambos (Morton y la baronesa) tienen el crédito”.
Gammel indica en la biografía Baroness Elsa que R. Mutt suena como Armut, la palabra para pobreza en alemán, y cuando se invierte el nombre se lee Mutter (madre). Y precisa un hecho que Siri suscribe en la novela: “La devota madre de la baronesa murió de cáncer de útero. Estaba convencida de que su madre murió porque su tiránico padre no trató su enfermedad venérea. (El carácter uterino del urinario invertido se ha analizado durante mucho tiempo). Y la firma en el urinal coincide con la letra de Von Freytag-Loringhoven. Basta revisar los manuscritos para confirmarlo”.
Aparte de Hustvedt y Gammel debe mencionarse a los curadores de arte Glyn Thompson y Julian Spalding, quienes montaron en 2015 la exposición A Lady’s Not a Gent’s, muestra de arte objeto que presenta más evidencias para la reatribución del urinal a Von Freytag-Loringhoven.
Siri critica también a los museos, incluido el Tate Modern, instituciones que no han movido ni una ceja en todo este asunto de la reescritura del arte contemporáneo, mantienen la versión hegemónica y falsa de Duchamp. ¿Por qué? Este hecho sugiere que hay muchas personas involucradas en la leyenda genial de Marcel, ven en él una fuente de poder inagotable y a la que aún van a sacarle provecho. El ascenso de la baronesa como reina del arte contemporáneo sería francamente atractivo y, no sobra decirlo, justo. Pues más que hablar de género, yo pongo sobre la mesa la palabra justicia. Es decir, Duchamp pasaría a la historia como un ratero, pero eso, créame, no tiene la menor importancia. Lo esencial es darle valor a la obra de la baronesa: conocerla, estudiarla, disfrutarla.
La Fountain tardó mucho tiempo en convertirse en una “obra incuestionable” de ruptura. Se hizo lentamente de una reputación canónica. “La verdad es vergonzosa; pero aún más el dinero involucrado y la urgencia radica en la necesidad de reescribir la historia. La evidencia está ahí. No pueden o no quieren verlo”, refiere Siri con arrojo y concluye: “La baronessa era una mujer salvaje que usaba latas como brasiere. Convirtió su cuerpo en un objeto Dada. En 1913, tomó un anillo oxidado de la calle, un objeto encontrado al azar, y lo conceptualizó. Finalmente lo llamó Enduring ornament, fue un año antes del primer ready-made de Duchamp, titulado Bottle Rack. Duchamp, en cambio, era seco, ingenioso, un ajedrecista de mente conceptual, un héroe de la alta cultura”.
La baronesa cambió el rumbo del arte. Ella envió el urinal a la Sociedad Estadunidense de Artistas Independientes. Duchamp se lo apropió. Ahora se reescribe la historia. Poco a poco. Hoy, por lo menos, Von Freytag-Loringhoven se apropió alegremente de esta página.