EL-SUR

Jueves 02 de Mayo de 2024

Guerrero, México

Opinión

La urgencia de revalorar la cocina y la agricultura de los pobres

Andrés Juárez

Noviembre 26, 2018

El hambre y la desnutrición conforman una espiral nefasta. Para cualquiera que haya recorrido el país a profundidad, es un misterio. ¿Por qué hay hambre en lugares tan vastos en tierra y agua? ¿Por qué hay desnutrición en sitios tan biodiversos?
Cuando converso con personas que vivieron en el campo mexicano durante la primera mitad del siglo XX nos cae encima la nostalgia por una alimentación extinta. Algunos, como mis familiares más cercanos, ahora refugiados en Estados Unidos, me comparten la ausencia, por ejemplo, de agua entubada –había pozos– y la disponibilidad del jabón era limitada, lo cual los orillaba a usar la misma ropa prácticamente toda la semana. La energía había que administrarla lo más eficientemente posible, las calorías que se ocupaban para extraer del pozo una o dos cubetas de agua para lavar ropa se usaban para cultivar o ir a recolectar plantas o para criar animales de traspatio. Por ello la ropa se lavaba y se cambiaba una vez a la semana. Observo sus fotografías, en las que parecerían chamagosos. Sin embargo, veo en su mirada un brillo intenso; en su postura corporal, una fuerza peculiar; y en sus sonrisas, algo importante: salud. Sí, lo admiten, no había dinero para la mejor higiene o para comprar ropa más que una vez al año –en la feria del pueblo–, pero no se enfermaban seguido ni andaban con la cara llena de jiotes como los niños de ahora –se burlan. Mis padres pueden enumerar hasta ocho variedades de frijol y sus respectivos ejotes, junto con los variados platillos y las combinaciones con diversas salsas, según si era temporada de calor o de frío. Actualmente apenas diferenciamos entre frijol bayo y frijol negro.
Lo mismo se podría decir para nopales, maíces, tubérculos, quelites, insectos, peces de agua dulce, ranas, frutos y un sinfín de elementos de la biodiversidad que ya no conocemos porque se han perdido o bien siguen ahí pero ya no sabemos cómo transformarlos en alimento. Con la modernidad llegó el progreso, los empleos en el sector secundario, el éxodo de mano de obra del campo a las actividades industriales y, con ello, el dinero, la practicidad: latas de comida procesada o bolsas de plástico rellenas de pastelillos. Finalmente llegaron la pobreza y la desnutrición, seguidas de las enfermedades asociadas.
En México hay poco más de 4 millones de unidades de producción rural, de las que 82 por ciento se cataloga como pequeña y mediana escala, es decir, que miden menos de 10 hectáreas. Pero 67 por ciento de ellas es de pequeña escala, o sea que miden menos de 5 hectáreas. Estos pequeños productores –también conocidos como agricultura familiar– aportan 70 por ciento de los alimentos que consumimos –todos en el país– y acceden a menos del 40 por ciento del presupuesto para el campo. Estos pequeños productores podrían alimentarnos a todos, si accedieran a mejores esquemas de financiamiento –público y privado–, ahorro comunitario y/o mercados cortos y diversificados. ¿Está en ellos la solución al hambre y a desnutrición?
No vemos los obstáculos para que la agricultura familiar basada en agroecología sea la verdadera fuente de alimentos sanos y limpios para el país. El grupo que llega ahora a administrar el sector agropecuario parece tenerlo claro (y yo les otorgo toda la confianza en que lo lograrán si no caen en la trampa de homogenizar la política pública, sino que partan de que estos millones de unidades de producción rural de pequeña escala se encuentran en las más diversas condiciones ambientales, geográficas, culturales, históricas, ambientales y al menos entre 60 pueblos indígenas que aportan, cada uno, sus propias condiciones.
Buena parte de la solución está en revertir el proceso que nos llevó durante los últimos 50 años a una espiral ascendente de hambre y desnutrición: dejar en el mercado y en la economía monetarizada la atención al problema. Revertir en la medida de lo posible el éxodo rural como generador de mano de obra barata para la industrialización regional; y en el diseño y ejecución exitosa de políticas territoriales que consideren el conjunto de condiciones locales integradas –producción agropecuaria, protección de ecosistemas, recreación, tradiciones y desarrollo urbano– y no sectorizadas.
Volver al pasado, como yo cuando vuelvo a los álbumes de fotos familiares y a las crónicas de antaño, no significa un retroceso sino una forma de volver a encontrar el camino.

La caminera

Además de ser el mejor narrador de la literatura mexicana, un gran ilustrador y publicista, poeta barroco y loco, Fernando del Paso fue un aficionado a la cocina mexicana y en el libro que escribió con su esposa Socorro sobre los sabores y elementos de la cocina mexicana hace una revaloración y resignificación de lo que es la comida emergida de la pobreza y el hambre, que llevó a nuestros antepasados a inventar platillos con hierbajos, insectos, viseras y elementos que en otras culturas podrían considerarse desechos y que ahora más que por hambre deglutimos por puro gusto. La interpretación casi lírica de la cocina mexicana, que amorosamente nos heredó Fernando del Paso, es una más de las razones para considerarle el mejor escritor que nos haya dejado el siglo XX. Hasta siempre, maestro Del Paso.