Ana Cecilia Terrazas
Marzo 05, 2022
Para AP y a quienes ya les dio.
Digamos que la pandemia de Covid-19, más o menos bien asentada en la inconsciencia colectiva y en la inconsistencia científica, ya lleva dos años rondando al planeta, desde marzo de 2020. Estamos ante el segundo cumpleaños del virus SARS-CoV-2 y (ahora) sus variantes.
Esta cuarta ola omicronosa ha evidenciado que de casi todo se dice –parece que hasta de la vida misma– que se está frente a síntomas que son “secuelas” del virus.
La realidad es que añoramos saber más cosas sobre esta pandemia y, sobre todo, de su forma de apaciguamiento. No sabemos, por ejemplo, si dos, tres o más vacunas serán las necesarias para enfrentar con mayor éxito las oleadas. Es un misterio aún si el ataque es sistémico, al estómago, a los epitelios o al sistema pulmonar. Sabemos de personas que pierden el olfato, se fatigan, se les escurre la nariz, les duele todo el cuerpo y sienten flacidez en músculos y articulaciones. A muchos se les disminuye la vista o presentan diarrea, vómito. Unas más dejan de concentrarse y sienten ansiedad. Hay quienes comienzan a tener cierta discapacidad psicosocial o padecen insomnio. Otro tanto se queja de no dejar de toser en meses y unos pocos quedan con síndrome inflamatorio severo. La mayoría, eso sí, reporta un cansancio sin tregua (pues claro, son dos años incesantes de esta variante de vida que cuesta más, duele más y abochorna cuando no mata).
Pero ¿cuáles son, médicamente hablando, las verdaderas secuelas del Covid-19 y cuáles son las consecuencias de una pandemia que puso de cabeza a las naciones y al gremio científico? ¿Qué es resultado obvio de una situación específica y qué es un daño directo ocasionado por este virus cambiante, extraño, invisible aunque letal?
A ciencia cierta –es decir una vez que fue estudiado bien, a fondo y comprobado científicamente por fuentes confiables; que haya alcanzado además una difusión mediática universal esa información corroborada– falta mucho por conocer sobre las secuelas de esta enfermedad. Pareciera que por lo menos del primer virus y de la variante delta, “las secuelas y complicaciones fundamentales son algunas fibrosis, deterioro de la función pulmonar, neuropatías, afectación cardiaca y del sistema musculo esquelético”, según escribió ya hace más de un año Laura Stephanie Llamosas Falcón en la Revista Española de Salud Pública*.
Otros saldos del Covid y sus secuaces son mucho más difíciles de relacionar, vincular, armar, reconstruir simplemente como causa-efecto:
La angustia. Después de ver que miles y miles de personas han pasado por estados graves de salud, han invertido tiempo, emociones, dinero, millones han perdido la vida incluso, pues pareciera que más bien estaría sumamente sospechoso que contagiarse de Covid no provocara angustia. Esto, sin mencionar que los encierros, el que se triplicaran o cuadruplicaran las cargas de trabajo y la intensidad de la convivencia familiar también generan su propia ruta de angustia total.
Vómito y diarrea. Durante meses muchos establecimientos de comida cerraron; muchos padecieron falta de personal y otros más dejaron de adquirir productos muy frescos. La cadena económica alimenticia y el desabasto real transformaron lo que comemos, lo que se ofrece y el cómo se consume. Los hábitos de higiene también cambiaron, no sé si siempre para bien, seguramente con resultados en la preparación en los platillos y modificaciones en las cocinas. Entonces, nuevos agentes patógenos a los cuales nuestros estómagos no estaban acostumbrados también pueden estar circulando sin que sea directamente obra del SARS-CoV-2.
Insomnio. La economía familiar, nacional, mundial cambió irreversiblemente y los escenarios de bienestar y finanzas sanas, en un principio, vistos en lo inmediato, son poco alentadores. ¿Quién (entre la mayoría de las personas, claro) puede dormir tan a pierna suelta, en medio de estos contextos (hoy, además se agrega la guerra en Ucrania)? Ahora, la desconcentración y la neblina mental tan atribuida al ómicron, por ejemplo, nunca se sabe si es por la edad del paciente; porque la acumulación de estrés dispara una cascada de temas que no se pueden atender con la concentración de antes; porque son demasiados nuevos escenarios que implican una gran carga y responsabilidad para resolverlos o, realmente, porque el virus nebuliza las neuronas.
El caso es que, lo que más sorprende y a veces da mucha alegría ver, es que en algunos o muchos espacios, de repente, de nuevo, la vida se cuela.
* https://www.sanidad.gob.es/biblioPublic/publicaciones/recursos_propios/resp/revista_cdrom/Suplementos/Perspectivas/perspectivas12_llamosas.pdf
@anterrazas