EL-SUR

Martes 23 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

La vida en el circo y el compromiso social

Federico Vite

Junio 08, 2021

A petición de su amigo Pep Durand, Julio Cortázar dio un curso de literatura en la University of California, Berkeley, en octubre y noviembre de 1980. Las clases se realizaron los jueves de dos a cuatro de la tarde y se dividían en dos partes gracias a un descanso fugaz; en la primera, Cortázar impartía una conferencia; en la segunda, los estudiantes conversaban con el escritor argentino sobre cine, literatura, jazz y política. Los lunes y los viernes, dedicaba la mañana entera a atender a los alumnos en la oficina del Departamento de Español y Portugués.
Clases de literatura (España, Alfaguara, 2016, 312 páginas) también se publicó en México (Debolsillo, 2016). Aurora Bernárdez y Carles Álvarez Garriga transcribieron las trece horas de las clases. Fueron fieles al tono oral del conferencista. Hubo muy pocos ajustes, básicamente muletillas, y ordenaron una que otra frase. En suma: afinaron cuestiones mínimas.
La primera clase, titulada Los caminos de un escritor, llama la atención porque aborda algo que no pasa de moda en Latinoamérica. Me refiero a ese tufillo rancio del compromiso social que ahora, con las redes sociales, visibiliza la estupidez que ejercitan los habitantes del Continente Literario (y muchos otros, claro, porque la estulticia no es exclusiva de los escritores).
Lo peor no es que premiamos la estupidez con likes, con retuits y aplausos, sino que confundimos la “intelligentsia” con la incontinencia verbal que multiplica la sandez. De hecho, las redes sociales se han convertido en un muestrario asombroso de hechos que bien podrían considerarse ridículos; por ejemplo, arengar masas con memes en aras de un beneficio social, porque los actos de fe (muy socorridos en la actualidad política) otorgan una superioridad moral a los escritores y desde ahí ofenden o catequizan. Dos actividades indisolubles. Fulminan a quien piensa distinto. El gremio y su radicalismo absurdo da mucha tela para cortar.
Los habitantes del Continente Literario (y muchos otros, claro, porque la estulticia no es exclusiva de los escritores) se creen superiores porque militan en el bando “correcto”. No importa la cantidad de bandos que haya; ellos siempre están del lado de los “buenos”. En política no hay buenos ni malos. Todo radica en negociaciones a escala empresarial con un ligero toque humanista. El compromiso social en las redes sociales es un certamen de estridencia. Los del Continente Literario argumentan con memes, rehúyen al debate con argumentos: han perdido la flexibilidad atlética de un pensamiento preclaro. De hecho, argumentar es algo que ya no sirve ni importa. Para ellos todo radica en la fe (y en culpar al pasado por todo) y repiten ideas llegadas desde lo alto de la cadena de mando: un tuit, un meme, un whats. En suma y con pesar, el umbral de ridículo en el Continente Literario es asombroso. Para no ser un ridículo, ni un pesado, se debe necesariamente entender que la figura del escritor ha cambiado.
Un referente que da pistas ante tanta sandez, me parece, es Julio Cortázar en Clases de literatura. Transcribo fragmentos de la conferencia Los caminos de un escritor:
“Me alegro de la pregunta en la medida que permite decir hoy algo que es mejor decir ahora que más tarde: si hay alguna cosa que defiendo por mí mismo, por la escritura, por la literatura, por todos los escritores y por todos los lectores, es la soberana libertad de un escritor de escribir lo que su consciencia y su dignidad personal lo llevan a escribir. Si ese escritor es un hombre que está comprometido en un campo de tipo ideológico y escribe sobre eso, como escritor está cumpliendo su deber, y si al mismo tiempo sigue paralelamente cumpliendo una tarea de la literatura por la literatura misma –es la de la primera etapa– es absolutamente su derecho y nadie puede juzgarlo por ello”.
Ustedes saben muy bien que esto lleva a ese tema que se llama literatura comprometida, que ha hecho correr tanta tinta y gastar tanto papel sobre el cual nadie está demasiado de acuerdo […] creo que su pregunta –en la medida que la comprendí– me permite afirmar una vez más el hecho de que un escritor que se considere comprometido, en el sentido de solamente escribir sobre su compromiso, o es un mal escritor o es un buen escritor que va dejar de serlo porque está limitando, está cerrando totalmente el campo de la inmensa realidad que es el campo de la escritura y de la literatura y se está concentrando exclusivamente en una tarea que probablemente los ensayistas, los críticos y los periodistas harían mejor que él”.
Cuando Cortázar dio esta conferencia, 1980, ya había publicado Libro de Manuel (1973). En esta novela se usa al pastiche como un recurso novedoso y el autor representa con precisión lo que acabo de transcribir:
“Un escritor que se considere comprometido, en el sentido de solamente escribir sobre su compromiso, o es un mal escritor o es un buen escritor que va dejar de serlo porque está limitando, está cerrando totalmente el campo de la inmensa realidad que es el campo de la escritura y de la literatura y se está concentrando exclusivamente en una tarea que probablemente los ensayistas, los críticos y los periodistas harían mejor que él”.
En este caso, la visión política del autor fue en detrimento del talento narrativo. El argentino pretendía mostrar la revolución (y los revolucionarios) desde adentro hacia afuera. La novela fue criticada incluso por los movimientos guerrilleros. No aceptaron la manera en la que Cortázar habló de ellos, pues los personajes de este libro no se parecían a los militantes de izquierda ni a los guerrilleros de 1960 y de 1970 de Latinoamérica, hormados por el modelo cubano y las ideologías marxistas-leninistas.
Contrario a lo referido por los guerrilleros, Libro de Manuel ganó el Premio Médicis Extranjero en Francia. Ergo: lo que dijo en la primera clase de literatura en Berkeley es comprobable, incluso, a pesar de que Libro de Manuel haya recibido un premio.
Otra de las razones por la que vuelvo a Clases de literatura es la siguiente: “ALUMNA: ¿Pero le parece que hay autores que se están bifurcando de esta etapa histórica con algo diferente?
Cortázar: A través de lo que puedo leer de ellos me da la impresión de que parecen haberse dado cuenta un poco de lo que hablábamos hace un segundo al contestar la pregunta anterior: que no basta con tener un mensaje para hacer una novela o un cuento porque ese mensaje, cuando es ideológico o político, lo transmite mucho mejor un panfleto, un ensayo o una información. La literatura no sirve para eso. La literatura tiene otras maneras de transmitir esos mensajes, y vaya si los puede transmitir con muchísima más fuerza que el artículo periodístico, pero para hacerlo con más fuerza tiene que ser una alta y gran literatura. Eso es lo que parecen estar advirtiendo muchos de los jóvenes cuentistas y novelistas de este momento después de un periodo en que ese entusiasmo por entrar a la lucha —sobre todo después de la Revolución cubana que fue el gran reguero de pólvora ideológica en todo el continente— llevó a mucha gente sin ninguna madurez como escritores a pensar que si eran capaces de redactar bien y habían leído un tanto podrían transmitir su mensaje en un cuento o una novela con una fuerza tremenda. Los hechos demostraron que no es así, que la mala literatura o la literatura mediocre no transmiten nada con eficacia. Diría que los jóvenes tienen una conciencia mucho más crítica de sus obligaciones como escritores y no solo de sus obligaciones como gente comprometida”.
Él intuía que el porvenir estaba a resguardo en la mesura de los escritores que privilegian el compromiso social y bogan por la alta literatura. Ahora, el problema tiene otra variante: las redes sociales se han convertido en algo más valioso que la publicación de una novela, un libro de cuentos, un poemario, una obra de teatro o un conjunto de ensayos. Son más valiosas unas líneas que impactan las pupilas, unas frases sueltas que podrían entenderse como la obra en sí (siempre es complicado y harto engorroso hablar de obra, incluso en este caso que matizo con ironía). Esas palabras (o esos memes) son más valiosas si las publican escritores; entonces, el impacto social, en la chorcha entendida como debate político, es mayor. El problema es que ya no hay obra política sino mera opinocracia, un jardín de florecidos exabruptos que se comparten o retuitean.
El escritor se aferra a las redes sociales con vigor y utiliza su biografía como fuente directa de información. El compromiso social del escritor es justamente con las redes sociales. Una opinión forjada con múltiples horas de lectura informativa y muchas reflexiones, lamento decirlo, no es llamativa ni atendida. Está en vías de extinción. Al leer la realidad se entiende que el papel del escritor comprometido socialmente es agrandar el umbral del ridículo en las redes sociales. Afine su sarcasmo, será bien recibido en la semiósfera.