Jesús Mendoza Zaragoza
Julio 11, 2016
Se han vuelto divertidas las explicaciones que las autoridades dan cuando repuntan las acciones violentas. Dicen que son causadas por ajustes de cuentas entre bandas criminales, que se deben a reacomodos entre grupos y a luchas por el territorio. Divertidas porque no explican nada. Y claro, estas explicaciones se reflejan en la inoperancia de las autoridades ante la violencia. Pero además de divertidas, son evasivas. Estas autoridades no son tan torpes como para creerse ellas mismas dichas explicaciones. Ellas explican, simplemente, unas acciones violentas pero fuera de contexto, porque se reducen a los actores directos e inmediatos en un lugar determinado.
Con este tipo de explicaciones, la violencia no tendrá fin jamás porque no corresponden al contexto estructural de la violencia. Esto quiere decir que hay que buscar su origen no sólo en los actores que están directa e inmediatamente confrontados como pueden sea las bandas criminales, sino también en las estructuras económicas, políticas y culturales de la sociedad. Esto significa que la violencia es un problema sistémico que requiere una comprensión estructural, además de la comprensión de su desarrollo en su contexto inmediato.
Hace unos 30 años, la izquierda académica y política acostumbraba los análisis estructurales para plantear la necesidad de transformaciones profundas de la sociedad. La izquierda hablaba de cambio social, de revolución e, incluso, planteaba hasta la vía armada para cambiar las estructuras injustas de la sociedad que sostenía formas de explotación, dominación y enajenación de la sociedad. En fin, la izquierda planteaba la necesidad de una transformación de las estructuras como condición para la justicia y la libertad de los pueblos.
Hoy, la izquierda política, la que ingresó al sistema político quedó domesticada. Ya no hace crítica estructural, ya se acomodó en el territorio del poder y se ha convertido en parte del problema porque ahora sólo hace una lectura y explicación de todo, incluida la violencia, sin poner en cuestión el sistema político ni el modelo económico. No se consideran ni la génesis histórica de la violencia, ni sus factores políticos y económicos, ni las causas culturales. Y si no lo hace la izquierda, que aspiraba a transformaciones profundas en el pasado, menos se puede esperar de los gobiernos ni de la academia.
A esto se puede deber el hecho de que no hay planteamientos de transformación social cuando se habla de afrontar la violencia en todas sus formas, sobre todo la más brutal que campea en nuestras calles y es generada por el crimen organizado. Y es que detrás de estas violencias existen otras que están agazapadas como la violencia generada por la pobreza extrema de millones de mexicanos, o la violencia generada por un sistema político autoritario que no protege los derechos humanos de la gente. Tenemos estructuras violentas que no se ponen en cuestión y que permanecen intocadas e intocables. Tenemos violencias institucionalizadas que siguen siendo invisibles y nadie les pone atención.
Así las cosas, tenemos que seguir soportando las explicaciones pueriles de las autoridades, cuando nos quieren convencer de que están haciendo lo propio para detener la violencia y no asumen las responsabilidades que les tocan.