Lorenzo Meyer
Febrero 14, 2022
Hoy, parafraseando al Manifiesto Comunista, se puede decir: “Un fantasma recorre al mundo: el fantasma de la desigualdad”. Pero esta vez no es un ectoplasma lo que vaga por el planeta sino una realidad brutal: la violencia económica (VE). Una radiografía y una condena de ese fenómeno junto a la posibilidad de superarlo se encuentra en el documento de Oxfam de enero de 2022: Las desigualdades matan.
La VE –el concepto central del documento en cuestión– “tiene lugar cuando las decisiones políticas a nivel estructural están diseñadas para favorecer a los más ricos y poderosos, lo que perjudica de una manera directa al conjunto de la población”.
Este es un fenómeno milenario y parte intrínseca del proceso civilizatorio –su cara obscura– pero lo peculiar e interesante de nuestra época es que, por un lado, la VE quizá se haya agudizado, pero por el otro los avances de la relativa democratización global –contradictoria, insuficiente y muy desigual– permiten suponer que hoy la humanidad dispone de medios materiales e institucionales para detener y revertir ese tipo de violencia. Sin embargo, hay un gran déficit de voluntad política para hacerlo.
Este manifiesto contra la desigualdad de Oxfam está rebosante de datos y argumentos que muestran la brutalidad e ilegitimidad de la VE actual. Veamos algunos: al finalizar el siglo pasado el 1% más rico de la población mundial acaparó 20 veces más riqueza que la mitad más pobre de la humanidad. Entre 1995 y 2021 esa mitad vio incrementar su riqueza en un magro 2% anual en tanto que la de los 50 personajes más acaudalados del mundo creció al 9% anual. Hoy la suma de la fortuna de los 10 hombres más ricos del mundo equivale a la que, en conjunto, poseen los 3 mil 100 millones de personas más pobres del planeta. Si esa decena de súper ricos tuvieran que gastar su fortuna al ritmo de un millón de dólares diarios, el consumirla les tomaría 414 años.
La lista de indicadores de la desigualdad, así como la agudización del fenómeno, es larga. Justo en los tiempos del Covid-19, la fortuna de esos diez súper ricos se ha duplicado al tiempo que los ingresos del 99% de la humanidad ha disminuido y ambos procesos están ligados. Oxfam calcula que de haber recibido y a tiempo la vacuna contra el Covid-19 millones de personas no hubieran muerto y esa posibilidad existió. Como decidieron no liberar las patentes de sus vacunas las farmacéuticas Pfizer, BioNTech y Moderna lograron ingresos de mil dólares por segundo. Antes del Covid, el grueso de la producción del grueso de las vacunas corría a cargo de empresas localizadas fuera de las economías periféricas, pero la pandemia fue aprovechada por las grandes farmacéuticas para monopolizar su producción e imponer sus precios y desaprovechar la capacidad ya instalada y dispersa por todos los continentes, lo que impidió inmunizar rápido y a bajo costo al conjunto de la población mundial.
Para Oxfam el sistema económico mundial y los sistemas políticos nacionales que lo sustentan tienen un enorme déficit de legitimidad y carecen de sustento moral. La conclusión de Las desigualdades matan es clara: por falta de voluntad política hoy la desigualdad mundial y nacional es similar a la que prevalecía en la época de auge del imperialismo clásico. En este aspecto la humanidad no sólo no ha avanzado, sino que los adelantos en igualdad que se experimentaron al finalizar la II guerra mundial, ya se perdieron. Y se perdieron a pesar de que hoy los gobiernos, como conjunto, cuentan con los recursos materiales, los instrumentos fiscales y las razones morales para ya no tolerar las concentraciones obscenas de riqueza que caracterizan a nuestra época y, en cambio, reconstruir un medio ambiente sustentable y regímenes con estructuras sociales compatibles con las concepciones modernas de democracia, equidad y justicia.