Jesús Mendoza Zaragoza
Mayo 17, 2021
Dos hechos han causado cierto malestar al gobierno federal en materia de inseguridad y violencia en los últimos días. Las declaraciones del jefe del Comando Norte de Estados Unidos (US Northcom), el general Glen VanHerck, en el sentido de que los cárteles del crimen organizado transnacional operan en alrededor del 30 al 35 por ciento del territorio mexicano, “en áreas que son con frecuencia ingobernables”, complicando algunos problemas al país vecino. El otro hecho es la visita del nuncio apostólico Franco Coppola a la región de Aguililla, Michoacán, asolada por conflictos entre cárteles de la droga y la explicación que el nuncio dio acerca de la misma. Como italiano ha vivido muy de cerca el impacto de las mafias en circunstancias parecidas y ha dicho que “la mafia florece donde el Estado no está” y que a los criminales “les gusta el silencio”. El interés de esa visita ha sido doble: visitar a esos pueblos, víctimas de la violencia y visibilizar esa situación tan dolorosa para esa región.
Una característica del poder, en cualquiera de sus formas es el optimismo. Los empresarios suelen ser optimistas, los gobernantes también. Y es que a ellos no les va tan mal como a las víctimas y a los desprotegidos. Esa visión optimista de la realidad incluye un interés por invisibilizar las situaciones graves que están por todas partes. A lo que voy es que, en estos últimos tiempos, la violencia se ha ido invisibilizando debido a que se han visibilizado otras situaciones que han ocupado el primer plano en el escenario público y en los medios. Lo terriblemente visible en el año pasado y lo que va de este, ha sido la pandemia del coronavirus que ha sido factor de innumerables problemas económicos, sanitarios, sociales y políticos. Los medios se han centrado en este tema y los gobiernos también.
Y por estos días, el tema del proceso electoral es el que ha estado concentrando la atención de todos, de manera que la elección de junio, que en sí misma tiene una gran importancia debido a las implicaciones que tiene hacia el futuro del país, está dejando otros asuntos de vital importancia en la penumbra. Y uno de ellos es, precisamente, el de la violencia que se mantiene viva en el país.
Una de las aristas de la violencia es el control de los territorios. Las declaraciones del general Glen VanHerck enfocan ese asunto de manera directa, señalando sus propios cálculos y las cifras de territorios ocupados por la delincuencia organizada. Este es un asunto vinculado con la ingobernabilidad, que se desarrolla de variadas formas. De que hay territorios ocupados por la delincuencia organizada por la ausencia del Estado, los hay. Territorios en los que entran las fuerzas de seguridad de manera eventual, pero que están rígidamente controlados por las mafias o cárteles, donde de facto “gobiernan” porque imponen sus reglas a la población, incluso a las autoridades constituidas y a algunos servicios del Estado como los de salud y educación.
Hay territorios en el campo y en la ciudad en los que las bandas criminales controlan algunas actividades económicas como el transporte público, la producción y el comercio, y también las actividades recreativas. La delincuencia tiene el control, en muchos sitios, de las ferias locales y regionales, imponen y someten a las autoridades locales y se han arrogado tareas de justicia y de seguridad. Al controlar territorios, en algunos lugares “garantizan” la seguridad e “imparten justicia” con sus propios métodos. Incluso, han logrado el reconocimiento de la población ante la ineficacia de las instituciones de procuración y administración de justicia. Y la “justicia” que ellas imparten es pronta y expedita.
Hay muchas regiones del país que tienen que vivir en medio del miedo y del terror, donde el tejido social se ha ido rompiendo por la cooptación de “trabajadores” para tareas delincuenciales y por la desconfianza entre vecinos y entre familias. El miedo y la desconfianza abonan a favor del control mafioso del territorio.
Este control del territorio es diverso y multiforme. Depende de las condiciones de los pueblos y de las capacidades de las bandas criminales. Y depende, sin duda, de la ausencia del Estado. Lo cierto es que las heridas sociales se van haciendo paulatinamente mayores en la medida en que el tiempo pasa. A esto hay que añadir los conflictos entre bandas por conservar o expandir sus territorios controlados, que añade víctimas en términos de muertos, desaparecidos y desplazados.
Esta breve descripción de las diferentes formas de controlar territorios y de imponer reglas mafiosas permanece invisible para la opinión pública, y los gobiernos, desde los municipales hasta el federal las conocen. Hay un gran caudal de dolor en la gente por sentirse abandonada a su suerte. El Estado no existe para protegerla y defenderla, ni para ampararla y ayudarla a resolver sus pesares. Mientras el Estado hace cuentas alegres, la gente oculta su frustración. El problema es que un día puede estallar de manera descontrolada. El optimismo en las áreas del poder contrasta con la suerte de las víctimas de las violencias. Los datos y las cifras de quienes nos han gobernado desde hace tres décadas, corresponden a las burbujas de poder.
Una vez que pasen la pandemia y el proceso electoral, se hace necesaria una mayor atención a este tema, cuyos factores están muy vivos. Algunos candidatos han pregonado campañas “a ras de tierra”. Es de esperarse que pisen esa tierra donde campea el miedo y la desconfianza porque el Estado no está ahí y otro ocupa su lugar: la delincuencia organizada. De hecho, ya se ven señales del poder de las mafias que quiere engullirse una gran rebanada de poder en estas elecciones próximas. Y de que lo pueden hacer, lo pueden, pues así lo han hecho siempre. Así está la situación, que se puede ir convirtiendo en una crisis de mayor calado, porque no se puede tapar el sol con un dedo.
No se puede descartar una nueva oleada de violencia por el país, pues sigue latente en muchas regiones. Y lo mejor es reconocerla, visibilizarla y poner remedios en sus raíces.