EL-SUR

Jueves 18 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Labastida: el PRI, RIP

Humberto Musacchio

Agosto 20, 2020

 

Las denuncias de Emilio Lozoya Austin nada tienen de novedoso. Sólo vienen a ratificar lo que muchos mexicanos suponíamos, pero ahora con nombres y apellidos. Buen número de priistas y panistas deben tener listas las maletas o ya se hallan en el extranjero, pues no es cosa de sentarse en espera de los alguaciles. Legisladores de ambos partidos votaron por la liquidación de Pemex en favor de intereses extranjeros, y aunque exista indignación popular por esa traición a México, está por verse que todos los involucrados reciban algún castigo.
Donde seguramente habrá penalización es en el ámbito de la política, pues todo indica que el canto de Lozoya es el último clavo en el ataúd del PAN y del PRI. En Acción Nacional hay militantes que asumen la herencia de Gómez Morín y otros padres fundadores de su partido, pero se enfrentan a un hecho contundente, y es que en sólo 12 años comprobaron la vieja sentencia de Lord Acton: el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente.
Las denuncias alcanzan a Felipe Caderón, quien de por sí se hallaba en situación comprometida desde la detención del que fuera su secretario de Seguridad Pública, el que ahora, para negociar una sentencia menos severa, pudiera en algún momento denunciar como cómplice a quien era su jefe, y con él a otros prominentes funcionarios de la docena trágica.
Más para fines políticos que jurídicos, es de esperarse que Andrés Manuel López Obrador empleará hasta el hartazgo todo lo que suelte Lozoya. De modo que el PAN puede irse olvidando de tener una revancha en 2021, incluso si llegara a aliarse con el PRI, que está en situación similar, pues los principales involucrados en el nuevo escándalo son Enrique Peña Nieto y Luis Videgaray, quienes daban órdenes al ahora cantante.
En este contexto, las declaraciones de Francisco Labastida a varios medios suenan como un canto fúnebre, por lo menos en lo que respecta al PRI, que protagoniza lo que el ex candidato presidencial llama la “crónica de una muerte anunciada”, y no le faltan razones.
Labastida es la clase de priista que suele hablar sin pelos en la lengua. Le rechazó a Peña Nieto una secretaría y en tiempos menos infelices advirtió que no pondría un pie en el PRI mientras Rubén Moreira fuera presidente del tricolor. Mostró la misma decisión al llegar a la presidencia del comité ejecutivo nacional Alejandro Moreno Cárdenas, alias Alito, “gente a la que no respeto”, dijo contundente el sinaloense.
El también ex gobernador de Sinaloa reprueba tajante las superfacultades que asumió hace unos días Alito, las que le permitirán imponer candidatos a diputados, senadores y gobernadores, lo que “le está haciendo mucho daño al partido”.
Los priistas perdieron “simpatía, popularidad y preferencia” entre sus bases y en la ciudadanía “simplemente porque se lo ganaron con la corrupción que imperó en el sexenio pasado”, sí, pero la enfermedad no la contrajo el PRI en esos días. Viene de muy lejos, porque los mecanismos de control y de maniobra política se convirtieron en males endémicos que se fueron agravando con los años hasta desembocar en el desastre peñanietista, ese que los mexicanos pagaremos durante años.
Por supuesto, el monopolio de la corrupción no le pertenece al PRI, aunque sí el primerísimo lugar en la especialidad. Aún así, lo cierto es que en ese y los demás partidos hay, como dice Labastida, “gente buena, regular y mala”. El problema es que cuando predomina lo último, el declive y aun la desaparición se hacen inevitables. Es el caso del tricolor y del PAN.
La reportera Fabiola Martínez le preguntó si era imposible para el PRI remontar su triste situación actual. “Sí –respondió Labastida–, sobre todo si va por el camino equivocado”. Tan drástica conclusión permite suponer que él y otros priistas con verdadero liderazgo, sin la posibilidad de recuperar el que fuera su partido por décadas, acabarán por emigrar, aunque no necesariamente a otra organización, sino que se echarán a cuestas la creación de una nueva formación política.
No será extraño. México se halla en un periodo de transición y se requiere un reordenamiento de sus fuerzas políticas, un replanteamiento de las propuestas y el surgimiento de nuevos liderazgos. Seguramente lo veremos.