EL-SUR

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Guerrero, México

Opinión

AGENDA CIUDADANA

Las clases y sus luchas de norte a sur

Lorenzo Meyer

Noviembre 08, 2007

 

La variable explicativa. Para entender el predominio actual de la derecha tanto en México como en Estados Unidos, hay que
voltear a Marx de cabeza. En efecto, es la política y no la economía la que determina la naturaleza de la distribución de la
riqueza.
Distintos pero parecidos. México y Estados Unidos se parecen entre sí tanto como un oso y un puercoespín, para emplear los
términos que eligió el ex embajador norteamericano en México, Jeffrey Davidow, cuando tituló así el libro en que analizó la
relación entre los dos países. Sin embargo, aún entre vecinos tan distintos y distantes hay algunas semejanzas históricas que, por
excepcionales, vale la pena explorar pues permiten entender mejor algunos elementos de sus respectivas dinámicas sociales.
Una de esas áreas que alientan la comparación por semejanza entre México y su vecino del norte, es la del ciclo histórico de
disminución y aumento de la desigualdad social, proceso que, por razones distintas, se inició al mismo tiempo en ambos países
en el siglo XX. Aunque en México ese impulso hacia una sociedad más justa empezó a perder fuerza mucho más temprano hoy
los dos países han vuelto a coincidir en su tendencia a la desigualdad.
La evolución progresista en el norte. Paul Krugman es profesor de economía y relaciones internacionales de la Universidad de
Princeton, muy reconocido tanto por sus contribuciones teóricas como por ser un intelectual público que sostiene opiniones
críticas en relación a la dirección que ha tomado la sociedad norteamericana en los últimos 30 años. El también articulista de The
New York Times, acaba de publicar La Conciencia de un Liberal, (The Conscience of a Liberal, Nueva York, W. W. Norton), donde
aventura una explicación histórica de la evolución social norteamericana en el último siglo y que no resulta del todo diferente a la
experiencia mexicana.
Su punto de partida es que el desarrollo capitalista por sí mismo no lleva a que, con su maduración, la acumulación de la riqueza
se distribuya de manera menos injusta. Según este autor, la idea detrás de la llamada por los economistas “curva de Kuznets” no
es que la desigualdad en el capitalismo vaya disminuyendo con el correr del tiempo como resultado natural de las fuerzas
impersonales del mercado. Si la desigualdad disminuye es por razones políticas y no por la lógica del modelo económico y así lo
confirma la experiencia norteamericana. Fueron factores eminentemente políticos los que disminuyeron, y en muy corto tiempo,
en los 1930 y 1940 una desigualdad que se había vuelto endémica.
Fue la crisis política y social provocada por la Gran Depresión de 1929 lo que llevó a que el Partido Demócrata encabezado por un
político proveniente de las clases altas pero inteligente –Franklin D. Roosevelt– triunfara con el Nuevo Trato como plataforma y
luego impusiera, en nombre de la emergencia bélica provocada por la II Guerra Mundial, una serie de controles sobre la
producción y los salarios que dio como resultado una gran redistribución de la riqueza a favor de los asalariados. A la Gran
Depresión le siguió, pues, la Gran Compresión: un esfuerzo por disminuir los extremos de riqueza y pobreza, dando por
resultado una sociedad donde sus clases medias eran dominantes.
Las administraciones republicanas de Dwight Eisenhower y Richard Nixon no alteraron ese panorama que prevaleció hasta la
llegada de Ronald Reagan al poder en 1981. Bajo su impulso se “descomprimió” a la sociedad norteamericana mediante una
política económica de la desigualdad y del retorno a la plutocracia.
Unas cifras simples y contundentes resumen el cambio inicial: en los “alegres 1920” los super ricos –el 0.1% de la población–
controlaban el 20% de la riqueza nacional pero en 1950 ya sólo era propietaria del 10%. Sin embargo, hoy las cifras de la
distribución del ingreso dicen que los privilegiados norteamericanos han recuperado todo el terreno perdido y la clase media está
a la defensiva y retrocediendo. La lucha de clases existe y la plutocracia de nuevo la va ganando.
La evolución en el sur. Como ha demostrado una investigación de Mauricio Cruz, (tesis de maestría en historia, UNAM, 2006) el
Plan Sexenal del cardenismo tomó forma de manera independiente del Nuevo Trato rooseveltiano. Así, dos populismos –hay que
resaltar que aquí el concepto no se usa en términos derogatorios sino en los de la ciencia social– tomaron forma al mismo
tiempo, el americano apoyó al mexicano y ambos cambiaron sustantiva y positivamente a sus respectivas sociedades haciéndolas
más justas.
La raíz del cardenismo no es realmente la Gran Depresión –entre otras cosas porque entonces México no estaba tan ligado al
mercado mundial– sino la lógica de los cambios desatados por la revolución pero que aún no cuajaban. Sus instrumentos
principales fueron el PNR transformado en PRM, la reforma agraria, el impulso a la sindicalización y la expropiación petrolera,
todos producto de una lógica básicamente política.
El impulso cardenista fue revertido por Miguel Alemán, aunque todavía sus sucesores se vieron obligados a adoptar elementos
del populismo cardenista como ese homenaje que el vicio hace a la virtud. En fin, que la crisis económica de 1982 coincidió con
el ascenso rápido, casi vertiginoso, de la derecha neoliberal norteamericana. De la Madrid y todos los presidentes que le
siguieron, con el apoyo abierto y entusiasta de los plutócratas mexicanos, aprovecharon la coyuntura para acabar con los
vestigios del cardenismo –sólo les faltó privatizar Pemex–, dar forma al Tratado de Libre Comercio y unir su pequeño cabús a la
gran locomotora norteamericana a la que, dicen, la impulsa no el interés de los pocos sino de la “lógica impersonal del mercado”.
El resultado del cambio mexicano ha sido la combinación de la mediocridad del crecimiento económico con unas de las
concentraciones privadas de riqueza más grandes del mundo.
La regresión. Krugman explica que el factor del miedo ha sido determinante para que una parte de la clase media estadunidense
haya votado por un Partido Republicano que de Reagan a los Bush ha dado forma a una sociedad muy desigual. En el sur
norteamericano se experimentó un miedo racista a la posibilidad que las políticas redistributivas del Partido Demócrata
terminaran por permitir que los descendientes de los esclavos tuvieran una genuina igualdad de oportunidades. Luego, tras la
imposibilidad de derrotar cabalmente a los comunistas en Corea, seguido por la persistencia de la Cuba socialista, la derrota en
Vietnam y finalmente la humillación provocada por el secuestro de los diplomáticos norteamericanos en Irán, los republicanos
inyectaron el miedo a la “debilidad” de los demócratas frente a la amenaza comunista y del radicalismo islámico.
Fueron esas pesadillas, y no un mal funcionamiento de la economía ni el entusiasmo de la mayoría por una política de
disminución de impuestos a los que más tienen y de debilitamiento del sistema de seguridad social, lo que llevó a buen número
de norteamericanos de clase media, a apoyar electoralmente a la derecha extrema republicana y poner fin al Nuevo Trato.
En México, fue la tecnocracia del PRI la primera en usar lo acumulado por el sector público para crear Solidaridad y los programas
que le sucedieron, para dar apoyo temporal a los pobres mientras recreaban o afianzaban los monopolios privados –Telmex es el
caso más notable pero no el único– junto con las enormes fortunas de la clase política. Y, desde luego, esa derecha también se
benefició de los recursos fiscales producto del aumento de los precios del petróleo para impedir una auténtica reforma fiscal. El
recambio democrático de la derecha priísta por la derecha panista, realimentó una legitimidad que ya se tambaleaba. Sin
embargo, cuando en el 2006 existió la posibilidad de un triunfo de la izquierda en las urnas, la derecha mexicana, como la
americana, uso muy bien el elemento del miedo para recoger el voto de la clase media y de una parte de las clases populares.
El futuro. Krugman confía que la racionalidad del votante de su país, aunada al descomunal fracaso de la política exterior de la
derecha radical de su país, vuelva a dar el triunfo al partido demócrata en el 2008 y que ese partido regrese a la política
redistributiva del pasado.
En México, el futuro inmediato aparece menos favorable. Sin embargo, nada está escrito. Lo último que debemos de hacer es
perder la esperanza de un nuevo vuelco hacia la equidad, aunque debe quedarnos claro que ese cambio no puede provenir de
“las fuerzas impersonales del mercado” sino de las muy personales del esfuerzo político.