EL-SUR

Viernes 19 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Las despedidas de Elvira Liceaga

Adán Ramírez Serret

Enero 25, 2019

 

La narrativa, a diferencia de la poesía y quizá de buena parte del ensayo, es acción. Bueno…, casi siempre. Podemos pensar, sin duda, en grandes obras en donde pasa muy poco durante cientos de páginas; está el caso de Oblómov de Ivan Goncharov o varios de los cuentos de otro ruso genial, Anton Chejov. Pero casi siempre, la narrativa, la novela y el relató mismo nació lleno de movimiento. Tom Jones de Henry Fielding, Robinson Crusoe de Daniel Defoe o El mal del ímpetu también de Goncharov y otro sin fin de novelas están llenos de acción. Pareciera que en un inicio la novela necesitara de personajes que se lanzaran al mundo y que no podían parar de vivir de manera agitada, de sufrir aventuras y de moverse por su ciudad, su país o el planeta entero.
Sin embargo, fueron varios rusos, algunos ingleses y un francés, quienes se dieron cuenta que la acción también podía suceder dentro del ser humano. Que hacia dentro sucedían cosas brutales. Que lo no dicho, lo que se mantiene en silencio, tiene un peso especial si no es que definitivo en las vidas y en las historias de los seres humanos. Así, muchos cuentos de Chejov y el ya mencionado Oblómov y muchas otras piezas, relatos y novelas, son libros que cuentan mucho pero en los cuales hay que saber leer entre líneas.
Es justo con este impulso, me parece, que están escritos los cuentos de Carolina y otras despedidas de Elvira Liceaga (Ciudad de México, 1983). Se trata de pequeñas historias escritas desde la pérdida, narrados en el límite de una vida, de una relación o una edad.
Se trata de 11 relatos, de 11 formas de despedirse. El primero, Rocío, recuerda un poco los relatos de Amparo Dávila en donde hay algo un poco siniestro que nunca se dice. Una verdad oculta de una familia muy mexicana en donde “nunca pasa nada” en la superficie, mientras en el fondo corre un maremágnum de resentimientos y sobre todo de culpas. Me gusta en este relato la capacidad para visualizar desde la perspectiva de una niña que intuye los secretos y que probablemente a partir de ellos construye su vida.
Carolina, es quizá el mejor relato de todos. Por ser más contundente y en muchos sentidos el más profundo. Trata sobre dos amigas que se reúnen después de haber compartido departamento. Quien cuenta el relato va hilvanado su propia historia personal de escritora en ciernes con la profunda relación de amistad con Carolina que según avanza el relato, se va transformando en algo más hondo que para la narradora tiene algo de prohibido.
La mayor parte de los relatos están narrados desde cierta femineidad que me parece no es para nada pasiva. En los relatos hay una lucha constante por descubrir la respuesta a la pregunta, ¿qué significa ser mujer? Una necesidad de caminar en cierta oscuridad en donde se va revelando la presencia de un deseo un tanto prohibido, como en Carolina, hacia las mujeres; y en otros relatos, Alejandra, también uno de los más brillantes; en donde no es tanto el deseo lo que se descubre sino el primer sentimiento de amor profundo que se difumina y confunde con la amistad.
Son relatos que sumergen al lector en una profundidad interior a veces oscura, solitaria o dubitativa. Pequeños momentos en donde descubrimos la acción trepidante que se esconde bajo el cascarón de los humanos, debajo de la superficie de la cotidianeidad.
(Elvira Liceaga, Carolina y otras despedidas, Ciudad de México, Caballo de Troya, 2018. 145 páginas).