Lorenzo Meyer
Diciembre 14, 2017
Para Reynaldo Ortega, la democratización es un tipo de insurgencia y las elecciones uno de sus campos de batalla. Esa visión es el eje de Presidential Elections in Mexico. From Hegemony to Pluralism (Palgrave Macmillan, 2017), libro que Ortega acaba de poner en circulación.
Elecciones presidenciales competidas, apegadas a la ley y con resultados aceptados como legítimos, apenas si hay alguna en la historia de México, quizá sólo la primera –la de la edad de la inocencia–, la de Guadalupe Victoria en 1824. La crucial elección de Francisco I. Madero en 1911 se ganó con más del 99.27%, pues no había una opción real. Fue hasta el 2000 cuando México casi vivió una elección bona fide, pero el dinero sucio de los Amigos de Fox y del Pemexgate, la mancharon.
En zigzag y lentamente la realidad mexicana se sigue aproximado a la definición de democracia política contemporánea. Es verdad que hay cada vez más espacio para la sociedad en el proceso político, pero aún no alcanzamos la normalidad democrática de nuestra era.
La obra de Ortega es compacta (188 pp.), llena de teoría y datos y aparece justo en los inicios de la campaña electoral de 2018. Al examinar con detalle los últimos 47 años de la historia política y electoral mexicana el autor primero define sus conceptos –partidos políticos, democratización, tipos de elecciones, etc.– y luego examina la utilidad de las principales teorías disponibles sobre la democratización para el caso mexicano. Este trabajo descansa en una densa base cuantitativa resumida en 57 cuadros, gráficas y mapas. Finalmente, todo el material –cualitativo y cuantitativo– converge para desarrollar una tipología y examen de las elecciones mexicanas de los últimos decenios y que podría aplicarse en otros casos.
En la tipología básica están primero las elecciones cuyos resultados sólo reafirmaron las políticas y equilibrios existentes (1970, 1976 y 1982). Un segundo tipo lo conforman esas elecciones donde pese a que el partido en el poder logró mantener la presidencia, sí modificaron la naturaleza del proceso político. Se trata de los comicios de 1988, 1994 y 2006. En ese 1988, por ejemplo, el PRI ganó, pero todo empezó a cambiar; hubo un tercio de distritos donde las cifras de la victoria priísta representaron más del 100% de la población adulta, pero en el resto su vieja hegemonía se rompió. Sólo la “concertacesión” PRI-PAN mantuvo el triunfo priista y a partir de entonces México dejó de ser, en términos de Sartori, un sistema de partido hegemónico para pasar a uno de partido dominante.
Finalmente, están las elecciones que realinearon el gran tablero político: las de 2000 y 2012. Aquí se examinan los efectos de la reforma electoral de 1996 y de la aparición del primer gobierno dividido tras las elecciones intermedias de 1997. Se ven, con datos y correlaciones, los efectos del financiamiento público de los partidos, de la propaganda, de los efectos de discriminar en el gasto en función de las preferencias del electorado. Se examina la importancia de mensajes dirigidos a los votantes independientes y los efectos del “voto estratégico”. Se subraya la gran importancia de las identidades partidistas, la correlación entre encuestas y resultados más los efectos de identificar mal a los electores (gastar en programas sociales para pobres que no son tales y dejar fuera a los que efectivamente lo son). En fin, que para los interesados y de cara al 2018, el examen de estrategias y tácticas pasadas tiene ideas relevantes.
Naturalmente, la institución central de esta investigación son los partidos políticos, particularmente los de oposición. Los procesos políticos dependen mucho de su naturaleza, de su capacidad de movilizar a militantes y simpatizantes para poder dar forma a coaliciones exitosas. Un argumento central es que en el México contemporáneo –y aquí entra en juego la explicación histórica– las grandes barricas donde se empezó a fermentar lo que sería la oposición partidaria, fueron las inconformidades acumuladas por una sociedad agraviada, las acciones de trabajadores organizados, los movimientos estudiantiles y sus liderazgos. Estos fueron los elementos primarios de los que emergieron los partidos de oposición. Sin estos componentes y pese a existencia de la sensación de agravio que pueda permear a la sociedad, no se construye la oportunidad política que lleve a que las partes sustantivas de la población se movilice en calles, plazas y urnas para desafiar el orden existente.
Es la conformación de los partidos de oposición lo que explica la emergencia de una amenaza al status quo y la consecuente aceptación por parte de la estructura dominante de concesiones que terminan por abrir el camino para transitar de elecciones sin contenido propias del autoritarismo a las elecciones competidas. El gran desafío para los partidos de oposición en su esfuerzo por el cambio es poner de su lado a segmentos importantes de la ciudadanía. Por eso, algunas de las elecciones de la época estudiada pueden definirse como coyunturas críticas que permiten analizar el meollo de la estructura del proceso político.
En resumen, la investigación de Ortega, que debe traducirse ya al español, es una manera muy fructífera de revisar las últimas ocho elecciones presidenciales y, en particular, de entender lo que está por venir, pues, sin duda, el 2018 será una nueva coyuntura crítica.
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