EL-SUR

Martes 23 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Las fiestas retenidas y pendientes

Jesús Mendoza Zaragoza

Diciembre 21, 2020

 

Una de las actividades con la que hemos tenido que lidiar durante la pandemia es la fiesta. Se nos ha pedido, encarecidamente, que prescindamos de las fiestas por los riesgos de contagios que implica la aglomeración de gente en dichos eventos. Diciembre se ha caracterizado en nuestro país por ser un mes festivo, desde el principio hasta el final. El docenario de las fiestas guadalupanas, el novenario de las posadas, Navidad y Año Nuevo, solo los hemos pensado siempre como motivos de fiesta. Resulta que ahora tenemos que prescindir de los eventos festivos por la necesidad de preservar la salud y de proteger la vida. Hay quienes lo han entendido y, hay que decirlo, quienes no lo pueden asimilar ni aceptar.
¿Por qué existe esa tendencia tan intensa a festejar? Hay una explicación que encontramos en la misma naturaleza de los seres humanos. Las fiestas son tan necesarias como muchas otras actividades humanas, tan necesarias como las relaciones familiares y comunitarias, tan necesarias como el trabajo y el descanso. Corresponden a necesidades sociales, culturales y espirituales que todos experimentamos, a las cuales tenemos que responder. Acontecimientos cívicos, religiosos o familiares son impensables sin la fiesta correspondiente. Las conmemoraciones de la Independencia y de la Revolución Mexicana implican fiestas; muchas celebraciones religiosas implican fiestas en los pueblos y en las ciudades; los cumpleaños en la familia hacen necesarias las fiestas. Y de todas ellas estamos invitados a prescindir durante la pandemia por las implicaciones para la salud. La cultura guerrerense es definitivamente festiva; si no hay motivos para hacer fiesta, se suelen inventar. Ahora se hace fiesta hasta para la graduación de los niños de preescolar.
Y ahora, tenemos un diciembre con la firme recomendación de no hacer fiestas. En Inglaterra y en Alemania se habla de una estricta vigilancia para que en Navidad y en Año Nuevo se respeten los protocolos sanitarios establecidos para este tiempo, de manera que solo podrá haber reuniones estrictamente familiares en el interior de las viviendas. Todo, para acotar el crecimiento de los riesgos de contagio. Así que ahora, Navidad y Año Nuevo estarán acotados por medidas más drásticas para evitar las fiestas entre nosotros.
La cuestión está en la manera de compaginar la necesidad de la fiesta con el cuidado de la salud. En este sentido, tenemos que recurrir a la comprensión de la naturaleza de una fiesta. Todos los pueblos de la tierra tienen sus propias fiestas y sus rituales festivos, debido a que la fiesta es una necesidad universal. Hacer fiesta es necesario, es bueno y es conveniente. Pero, hay de fiestas a fiestas. De ordinario tienen un papel importante en el desarrollo de los pueblos y en el itinerario de las personas. En las fiestas se hace memoria, se conmemora un evento del pasado para que no se olvide y para darle un significado a la historia personal, familiar, social o comunitaria. Se conmemora el nacimiento de las personas, también eventos familiares significativos o acontecimientos históricos del pasado. Esos eventos del pasado tienen su sentido: son fuente de identidad y de inspiración para vivir el presente. Así conmemoramos la Navidad, porque para muchos se ha convertido en fuente de inspiración y de identidad el nacimiento de Jesús hace un poco más de dos milenios.
Además de hacer memoria, la fiesta nos estimula hacia un proyecto a futuro. Nos estimula para mirar el futuro con las energías que surgen de ese acontecimiento del pasado que ha servido de fuente de inspiración a lo largo de la historia. A un cristiano, el hecho de conmemorar el nacimiento de Jesús le ayuda a mantener y afianzar esa fuente inspiradora y de identidad mirando hacia el futuro. Hacer fiesta cuando conmemoramos la Independencia de México anima un sano patriotismo y el amor a la nación. Proyectar el futuro hace necesaria la fiesta porque esta es un motor simbólico de actitudes y de propósitos de toda índole, desde personales hasta políticos. En cierta forma, las fiestas alientan las utopías como contextos gratos y deseables incluso cuando estamos en condiciones deplorables.
La pandemia nos obliga a repensar las fiestas, de las cuales no podemos prescindir. Pero nos obliga, también, a reconfigurarlas. Hay de fiestas a fiestas. Hay fiestas que generan beneficios y fiestas que generan daños. Pensemos, por ejemplo, que en muchos lugares las fiestas de carácter cívico y también las de carácter religioso, están patrocinadas y controladas por la delincuencia organizada, que acumula las ganancias de carácter económico y aun social. Otras fiestas suelen ser manejadas de manera política para beneficio de personas o facciones. Es evidente que esas fiestas dejan más daños que beneficios a las comunidades. O pensemos en el consumismo que atrapa la manera de hacer fiestas, que deja hasta problemas económicos a quienes las hacen.
Una fiesta tiene, de ordinario, un componente económico y otro social. También corresponde a patrones culturales y a costumbres ancestrales. Y, necesariamente, tiene un significado espiritual. Habría que cuidar la esencia misma de la fiesta para que tenga efectos socialmente saludables. Hay que recuperar el significado cultural e histórico y las necesidades espirituales a las que responde. La matriz cultural es esencial para que una fiesta tenga sentido y se convierta en detonante para construir un futuro mejor. Y es esa matriz cultural la que hemos descuidado y nos hemos quedado con las expresiones más externas, de carácter económico y social. Descuidamos el significado, la inspiración y la identidad que la fiesta refleja y nos quedamos con el montaje más exterior. Esta es la parte que se presta a abusos y manipulaciones.
En esta pandemia podemos reformular nuestra manera de hacer fiestas. No renunciamos a ellas, más bien las reconfiguramos, tomando como referencia sus matrices culturales en las que el componente espiritual es su núcleo y su sentido. Las fiestas las llevamos en el alma, donde están sus razones y sus grandes motivos, y las proyectamos hacia los demás, hacia la comunidad y hacia la sociedad. Renunciar a ellas sería renunciar a nuestra humanidad, a nuestra identidad y al sentido que le dan a la vida. Lo que ahora está sucediendo es que, por razones sanitarias, les damos otra configuración social y económica: las podemos hacer en familia y al margen de los afanes consumistas. Pero haremos fiestas, recuperando su sentido y fortaleciendo valores como el amor, la vida, la esperanza, la solidaridad y la familia.
Hagamos fiestas, pero sin perjuicio de la salud y de la vida, que han de ser preservadas.