Aurelio Pelaez
Julio 27, 2006
Entre las varias cosas por las que el PRI perdió el gobierno de Guerrero, está sin duda la percepción general de que sus gobiernos fueron corruptos. Y no sólo eso, sino que además dejaron malas obras a las que ahora se intenta enmendar o parchar, aunque en buena parte de ellas el daño ya está hecho, como el caso de la Vía Rápida, obra realizada durante la alcaldía de Rogelio de la O Almazán y el gobierno estatal de Rubén Figueroa Alcocer, por ahí de 1994.
De algunas ocurrencias de esas nos salvamos los acapulqueños, como el proyecto de René Juárez, de hacerle un segundo piso a la avenida Costera. La oposición de varios ciudadanos y de organizaciones de arquitectos y urbanistas, impidió semejante atropello en este puerto, que de por sí ha perdido parte de su ventana natural al mar, con hoteles colocados en lugares privilegiados.
“Tengo ahorrada una lana” para obras, justificó así René Juárez su proyecto de un segundo piso. No la pudo gastar en eso, pero sí se sacó tres puentes de la manga: en el bulevar de Ciudad Renacimiento, en la avenida Escénica, y en el bulevar de Las Naciones; y parece ser que, de los tres, sólo el último realmente era necesario.
Aunque tanta obra realizada en el último año de gobierno despierta sospechas, como dando a entender, dirían los mal pensados, que urgía hacer negocios a costa del erario ante el fin de la empresa gubernamental.
Es más, las obras también tocaron a Chilpancingo: nuevo palacio de gobierno, quizá era necesario; nuevo puente, que como paradoja fue bautizado por René Juárez, como el puente René Juárez.
“Si lo estamos acusando de corrupto, no de pendejo”, dice un clásico de la picaresca mexicana, a propósito de los políticos que salen enriquecidos sin dejar huella de sus truculencias (a lo que hay que agregar que al nuevo gobierno tampoco le interesa esclarecer las cuentas del anterior, ni fincar responsabilidades en donde se sospecha de transas, como en el puente de la Escénica).
Total, borrón y cuenta nueva. Y aquí vendría justo el comentario del escritor portugués José Saramago, quien después de un tiempo fuera de su país, y encontrar que su ciudad, Lisboa, era un desastre urbano, sentase a concluir: “Hace tiempo los políticos de mi país eran corruptos pero hacían bien las cosas; ahora son corruptos y mediocres”.
Acapulco es hoy la suma de sus malos gobiernos –y uno que otro acierto–, de su desarrollo mal planificado, de su improvisación, de su saqueo. Es el resultado del olvido de la federación, de la indiferencia de las autoridades ante el crecimiento de la delincuencia organizada o de su franca complicidad.
A esta conclusión llega serenamente el que escribe, luego del paseo con un taxista de 1.80 metros, cien kilos y manos de Popoye, que va mentando madres después de caer en un bache y se va amenazando con otro trabajador del volante de tamaño similar y a pleno mediodía.
No, pues así para qué discutir. Pago de dejada lo que pide y huyo aprisa a la oficina del trabajo. Acapulco también es la suma de sus humores.