EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Las hermanas Garro en el centenario del nacimiento de Elena

Héctor Manuel Popoca Boone

Diciembre 10, 2016

Fueron dos mujeres intensas, singulares, de inteligencia sobresaliente y de no menos extraordinaria belleza. De brillante actuación durante la segunda mitad del siglo XX. Dejaron huella indeleble en el mundo de la cultura y de la política en México. Me refiero a Devaki y Elena Garro.
La más conocida y polémica fue Elena. Escritora emblemática por sus valiosos aportes a las letras castellanas en estas tierras nacionales, con similares contribuciones a las que dejó Rosario Castellanos y la muy reconocida Sor Juana Inés de la Cruz.
Su hermana Devaki (más conocida como Deva) sobresalió por su vasta cultura (lectora pertinaz) y como gran activista política. Estuvo siempre presente en las luchas sociales por la reivindicación de los trabajadores del campo y de la ciudad.
Elena, casada con Octavio Paz, premio nobel de literatura, tuvo una hija; por su parte Deva, casada con Jesús Guerrero Galván, excelso pintor de murales y cuadros, tuvo seis hijos. La primera, dedicó más tiempo de su vida a las letras, a los viajes y a la vida social. La segunda, a su familia y a las causas populares.
Ambas tuvieron amistades en común: fueron personas destacadas en el mundo intelectual, artístico, político y social de su tiempo. En sus casas, en forma alternada, recibían entre muchos otros a Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, Adolfo Bioy Cazares, Carlos Monsiváis, Juan Soriano, los cuales frecuentaban mayormente a Elena.
A la casa de Deva iban a la tertulia Ermilo Abreu Gómez, El Indio Fernández, Columba Domínguez, José Revueltas, Juan de la Cabada; políticos de izquierda como Martínez Verdugo y los líderes campesinos del estado de Morelos Rubén Jaramillo y Enedino Montiel. La casa de Deva era también refugio de revolucionarios latinoamericanos, entre ellos algunos guerrilleros compañeros del Che Guevara en Bolivia.
De haberle dedicado menos tiempo a sus fobias y a su posesiva hija, hubiéramos sido afortunados por Elena con un mayor número de magníficas obras literarias como la novela Los recuerdos del porvenir o Felipe Ángeles en la vertiente de la dramaturgia. De no haber sido absorbida por sus deberes de familia y madre, Deva hubiera tenido similar traza política que la de Benita Galeana, como destacada militante que fue del Partido Comunista Mexicano.
Las dos hermanas eran prototipos de la belleza femenina integral; tanto de espíritu, como de cuerpo y rostro. Mientras Elena prefirió codearse con la socialité de la época, vivir y desenvolverse en los ámbitos del lujo burgués, Deva optó por convivir más con campesinos y obreros, en las parcelas agrarias y en las colonias proletarias, en las manifestaciones y marchas; en innumerables reuniones políticas y de lucha social, de las cuales era asidua asistente.
Tuve la oportunidad de conocer y platicar con Elena Garro en el ocaso de su vida, en la ciudad de Cuernavaca. Al lado de su inseparable hija y sus numerosos gatos, una vez que concluyó su larga estancia en París. Conversábamos sobre su azarosa participación en la política mexicana. Recordaba su solidaridad activa con el líder campesino veracruzano César del Ángel, con el tabasqueño Carlos Madrazo, así como con Fernando Gutiérrez Barrios.
A Deva Garro la conocí durante el movimiento del 68. En largas pláticas que teníamos algunos universitarios con ella, en su casa en Cuernavaca. Su última actuación política de la que fui testigo presencial fue en la defensa férrea del triunfo electoral de Cuauhtémoc Cárdenas, en su primer intento por alcanzar la Presidencia de la República.
Con Deva Garro estaré eternamente agradecido por haber engendrado a Devaki Guerrero Garro, la que hoy es la madre de mis hijos: Juan Cristóbal y Miguel Ángel.
PD. La técnica de las desapariciones consiste en: “no hay presos qué reclamar ni mártires para velar. A los hombres se los traga la tierra y el gobierno se lava las manos: no hay crímenes que denunciar ni explicaciones que dar. Cada muerto se muere varias veces y al final sólo te queda, en el alma, una niebla de horror y de incertidumbre.” Eduardo Galeano.