Florencio Salazar
Septiembre 18, 2018
Por primera vez grupos de izquierda están por llegar al poder de la República. Morena es lo que dice ser: un movimiento, es decir, la amalgama variopinta de quienes apoyaron a Andrés Manuel López Obrador, pero no es partido político.
El movimiento se caracteriza por la acción unitaria de diferentes organizaciones, con distintas formas de acción política y social y objetivos diferentes. Una vez alcanzado el propósito que las congrega esas fuerzas se repliegan hacia sus posiciones originales. Es el caso típico de los movimientos verdes europeos.
El presidente electo necesita el sólido apoyo de la amplia base que lo condujo a la elección. Lo ha advertido Morena al decidir que sus dirigentes estatales sean designados desde su dirección nacional. Se trata de una estrategia que asegura su estructura orgánica sin el riesgo de la división tribal.
De entre los grupos que lo han apoyado sobresalen los de izquierda. No hablamos de una izquierda, sino de varias izquierdas: desde la izquierda democrática hasta la radical, incluyendo a lo que sobreviva del comunismo mexicano. Y, para decirlo genéricamente, estas izquierdas no tienen experiencia en la conducción del país.
Cuando la militancia política ha sido de toda la vida en la oposición, al arribar al poder cree que todo es posible sólo con el ejercicio de la voluntad. Podrán tener una sólida formación ideológica y, en caso de ser autocríticos, advertirán el fracaso de la izquierda en Rusia, Chile, Nicaragua y Venezuela, con la excepción del ensamble pragmático de China, en donde literalmente piensan como comunistas y viven como capitalistas.
El desafío de las izquierdas, en los espacios que le otorgue el próximo presidente, será aprender a gobernar; a reconocer los límites de lo deseable y entenderse con las otras fuerzas (económicas, políticas y sociales). Si hasta ahora no se advierten contrapesos políticos, su mayor riesgo será defraudar a sus propios seguidores.
Como ya se ha dicho, el discurso de la campaña electoral es uno y el del gobierno, otro. La confrontación –por ejemplo– entre contendientes en la lucha por el voto es directa, pero la implantación de un nuevo programa de gobierno exige acuerdos, tolerancia y, por supuesto, fortaleza y claridad del rumbo a seguir.
Para adquirir el saber programado se requiere la acción inteligentemente llevada para el que sabe lo que hace y hacer que los programas de acción… se cumplan del modo previsto, como señala el profesor Sartori; quien también advierte algo sustantivo: la desviación por hablar antes de saber. (La política, FCE, 2012).
Recuperar la seguridad, disminuir la desigualdad y abatir la corrupción, son temas de la agenda del próximo gobierno federal. La realidad que se muestra en condiciones concretas del gasto público; lo que se puede lograr en la paz y la justicia; cuántos empleos se pueden crear; el posible monto y origen de la inversión; y cómo lograr que todos se comprometan a remar en la misma dirección, es el conocimiento básico para tener claridad en la metas.
Crear expectativas de difícil concreción es la ruta más corta al fracaso. La operación de la administración pública es de lo más complejo. En la democracia el gobierno no es partido político y el triunfo electoral tampoco convierte automáticamente a dirigentes políticos en eficaces servidores púbicos. El mundo de los partidos es el de las ofertas, el de la esperanza; el del gobierno el de la fatalidad de la escasez.
Cuando Morena se transforme en partido político su papel será fundamental, bien porque elija la ruta de la democracia o porque se deje atrapar por la tentación del autoritarismo. En López Obrador se observa a un socialdemócrata con rasgos populistas. De ser así –socialdemócrata–, la pluralidad política de nuestro país no se entendería sin la presencia de las izquierdas; y la democracia las necesita en los equilibrios ideológicos para evitar la patología política y preservar el bien común sobre el interés particular, según la enseñanza aristotélica.