Humberto Musacchio
Junio 15, 2006
El asunto del cuñado incómodo fue un pinchazo en la infladísima campaña de Felipe Calderón. Lo confirman los ojos apagados, el manoteo incontrolable, la voz descompuesta y el tono lumpen y cada vez más pueril de su actitud camorrista y desesperada.
El abanderado del PAN recibió un golpe seco, contundente. Quizá la noche del debate no alcanzó a ver la trascendencia del asunto, pero con el curso de las horas y de los días va comprendiendo en qué consiste la acusación de AMLO: Diego Zavala se benefició del tráfico de influencias y vio crecer sus negocios con la levadura del parentesco.
Las declaraciones del propio Zavala han acabado por hundirlo y el gesto de demandar a López Obrador no pasa de ser una cortina de humo para distraer a la opinión pública de lo que verdaderamente importa: la celeridad con la que se han enriquecido en este sexenio algunos parientes de los políticos panistas. Ése es el punto, no si alguien puede mirar a sus hijos a la cara o si tiene las manos limpias, lo que evidentemente es una mentira.
Lo que López Obrador dijo la noche del debate fue: “Voy a entregar un expediente donde el cuñado de Felipe, cuñado incómodo, tiene una empresa que le trabaja al gobierno, que ha recibido contratos de la Secretaría, mejor dicho, del sector energético, cuando Felipe fue secretario, tuvo ingresos por 2 mil 500 millones y no pagó impuestos”.
El candidato de la derecha respondió diciendo que López Obrador tenía que probar que él, el panista, había firmado los contratos que beneficiaron a su cuñado. Pero no es cierto. La ley dice que un funcionario público no puede beneficiar con recursos públicos a un pariente hasta de cuarto grado. Diego Zavala declaró ante las cámaras de televisión que mientras su generoso cuñado fue cabeza del sector energético –sólo ocho meses–, su empresa resultó beneficiada por Pemex con pagos por 8 millones de pesos. El sector de la administración pública que encabezaba Calderón le otorgó contratos al cuñado de Felipe y aunque éste no los haya firmado personalmente es igual de culpable, pues era presidente del consejo de administración de Petróleos Mexicanos.
Por otra parte, Hildebrando y las empresas en las que esa firma tiene participación, han pagado de impuestos menos de 5 por ciento de sus ventas totales en un periodo de acelerado crecimiento de su facturación, y aquí importa poco si son 2 mil 500 millones, como dijo AMLO o mil 700 y pico, como confesó Zavala. Lo importante es que ha ganado mucho dinero y muy rápidamente, pero ha sido más que tacaño para pagar impuestos. Por si fuera poco, dio al fisco un domicilio falso y por esa razón el SAT le dictó embargo precautorio, o por lo menos así lo informaba el Servicio de Administración Tributaria en su página de Internet, de donde piadosamente ya retiró lo que se refería al cuñado incómodo y, lejos de perseguir al evasor, con una diligencia inusitada prefiere distraer al respetable echándole la culpa de la filtración al gobierno capitalino (a este paso van a acabar señalando a López Obrador como dueño de Hildebrando).
Algunos panistas han acusado al PRD de condenar el éxito empresarial de Diego Zavala. Pero resulta por lo menos sorprendente que un empresario multiplique decenas de veces su facturación justamente cuando Calderón ha ocupado posiciones de poder. Es algo notorio incluso dentro de este gobierno que ha sido el gran benefactor de la parentela.
Felipe Calderón no ignoraba el súbito auge de su cuñado. En familia alguna se puede ocultar el surgimiento de una fortuna de esa magnitud. Zavala estaba haciendo grandes negocios y Felipe, por mera precaución, debió echarle un ojo, al menos para evitar que anduviera en malos pasos que afectarían la campaña del futuro candidato de la derecha. Pero no lo hizo. Tampoco intervino para evitar que se violara la ley al erogar dinero público a favor de sus empresas. Si lo sabía, y todo indica que así era, incurrió en una sinvergüenzada. Si lo ignoraba y lo pudo prever, entonces es un inepto, y en cualquier caso no debe ser presidente.
Pero el problema no es sólo la riqueza de Diego Zavala. En este sexenio hay otras fortunas amasadas al amparo del poder. La más escandalosa es la de los hermanos Bibriesca Sahagún, pero no es la única ni probablemente la mayor. A Camilo Mouriño Terrazo, hoy vicecoordinador de la campaña panista, Calderón lo nombró subsecretario de Energía, lo que no tendría nada de extraño si no fuera porque es hijo de Camilo Mouriño Atanes, un hombre que llegó a México sin capital y hoy, al frente del Grupo Energético del Sureste, es otro beneficiario de Petróleos Mexicanos, propietario de 38 gasolineras y poseedor de una flota de transporte que tiene jugosos contratos con Pemex Refinación. Gana tanto dinero, que acaba de comprar el equipo de futbol Celta de Vigo, de España, que le costó cerca de 6 millones de euros.
Moraleja: consígase un pariente bien colocado en el gobierno panista, y a ganar, que el sexenio se va a acabar.