EL-SUR

Viernes 26 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Las mujeres de Ayotzinapa (14) Mary Martínez

Tryno Maldonado

Agosto 28, 2018

Mi nombre es Mary Martínez Ceferino. Mi hijo es Miguel Ángel Hernández Martínez. Tengo cuatro años viviendo aquí, en Tixtla, Guerrero. Cuatro desde que desaparecieron a mi hijo.
Hace poco hicimos una caravana de difusión en el bajío. En Querétaro, una persona nos dijo: “Ustedes lo único que andan haciendo aquí es dar lástima”.
Nosotras no tenemos la culpa. A nosotras nos pusieron en esta condición. Nosotras no sabíamos lo que era luchar. No sabíamos lo que era una marcha, un mitin, caravanas, plantones…
En un principio estuvo bien pesado. Nos daba miedo. Pero teníamos que estar ahí por nuestros hijos. Al principio, cuando íbamos a pasar a hablar al micrófono, hasta los pies nos temblaban. Jamás habíamos hablado en público. Imagínate, hablar con un montón de gente lo que estás viviendo, lo que estás sufriendo. Siempre he sido bien chillona cuando hablo de mi hijo. Me duele. Se me traba la lengua. Se me seca la boca. Pero en esos momentos sacas fuerza de donde sea.
Fue horrible el cambio. Éramos otras personas. Yo me la pasaba trabajando en la casa. Desde que sucedió esto me fui a vivir prácticamente a la normal. Tuvimos que olvidarnos de la familia que teníamos en la casa. Mi hija estaba embarazada. Le faltaban tres meses para aliviarse. Y la dejé. Mi otra hija estaba en la secundaria. Yo me iba a buscar a Migue. No me importaba si tenían que comer o no. No se siente una bien en la casa. Mi otro hijo me decía: “No te olvides de que están también tus hijas”.
A raíz de esto hubo un distanciamiento en la familia. Mi marido se fue a nuestra otra casa. Dice que se siente triste de estar aquí y no ver a nuestro hijo.
Vivimos con miedo. En las noches siento como si alguien fuera a meterse. No sé si sabes lo que ha estado pasando últimamente aquí en Tixtla. Se meten hasta en las casas.
A mi otro hijo también se lo llevaron. El 2 de septiembre del 2017. Se casó un muchacho de la normal y él fue padrino. Me invitó pero no quise ir. No voy a fiestas desde que pasó lo del 26 de septiembre. Eran las cuatro y media de la tarde. Los habían ido a sacar del lugar donde trabajaban. Como a las ocho y media oí que alguien gritaba afuera de la casa. “Mary, ¿sabes dónde está tu hijo?”, me dijo doña Bertha. Luego luego sentí que algo pasaba. Me puse nerviosa. “Háblale”, dijo ella. Empecé a marcarle pero (el celular) me mandaba a buzón. Ella empezó a llorar. Su marido trabajaba allí mismo.
A mi hijo no le tocaba trabajar a esa hora. Iba a la boda y pasó a rellenar varias bolsas de hielo. Cuando llegó ya tenían a todos los empleados acostados en el suelo. Él también se acostó. Uno de los que los tenían le dio una patada y le dijo que se quedara. Un poquito más que se hubiera tardado y a él no le tocaba.
En la mañana me hablaron. Habían encontrado bolsas negras.
Eran como las siete de la noche del siguiente día. Me he imaginado mucho a Migue entrando a la casa. Desde hace cuatro años dejo la puerta abierta para cuando Migue regrese. Pero esa noche lo vi a él. A mi otro hijo desaparecido. Estaba sentada con mi comadre. Pensando dónde más buscarlo. Pensando en ir a poner la denuncia a Chilpancingo.
Y de pronto oí que se abrió la tranquita del patio. Luego la puerta. Descalzo. Sin camisa. Agarrándose un pedazo de camisa nada más. Estaba oscureciendo. No lo distinguía bien. Y yo pensando: “¿Quién es, quién es? ¿Cuál de los dos es?”.
“Mary, nos soltaron”, me dijo entre queriendo llorar y reírse.
“¿Quién es, quién es?”, pensaba. “¿Quién de los dos es?”.
Me paré rápido y lo abracé. Volví a sentir lo mismo que cuando se llevaron a su hermano. Tenía unos lazos cortados en las manos. Los vinieron a tirar aquí en la esquina del Santuario. Una señora que vende picaditas los ayudó. Su marido les cortó los lazos. A mi hijo lo habían aventado ahí en ropa interior. Le prestaron un pantalón.
Sí, se siente horrible. Otra vez lo mismo. Esto no se lo deseo a nadie. Está una con ese miedo… En la hora que tienes que irte a acostar te quedas pensando si no van a venir por ti o si te van a hacer algo.
Y aún no se quita eso. Hemos visto tantas veces cómo se llevan a la gente y los sueltan y vuelven otra vez por ellos. Quedé con eso. Ahora cada que mi hijo sale, ahí ando preguntando dónde está… Cuando salimos por días enteros a buscar a los muchachos siento coraje porque tengo que dejar a mis otros hijos.
En la escuela le dicen igual que a su hermano desaparecido: Botas o Botitas. El día de su graduación en Ayotzinapa mi hijo no quiso asistir. No quiso saber nada. Me dijo que si iba, sería con una playera con la consigna Nos Faltan 43 o con una cartulina donde dijera que le falta su hermano y que aquí no hay nada que festejar.
Migue. No está Migue. No sabemos ni cómo está.
A raíz de esto hemos ido aprendiendo que tenemos que caminar juntas, tenemos que gritar. Lo seguiremos haciendo. Gritando que nos falta un hijo en la casa. Hemos ido aprendiendo juntas a luchar.