EL-SUR

Miércoles 24 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Las mujeres de Ayotzinapa (21) María Isabela Alcaraz

Tryno Maldonado

Enero 21, 2020

METALES PESADOS

 

Mi hijo es Bernardo Flores Alcaraz. El tiene, hasta ahorita, 26 años de edad. Cursaba el segundo año de esta Escuela Normal Rural Ayotzinapa. Soy originaria de aquí, de Tixtla, Guerrero. Mi esposo es de la Costa Grande. Cuando me casé con él me fui a vivir allá, a San Juan de las Flores. Mi esposo se dedica al campo. Se dedica a sembrar maíz y frijol de riego y de temporal. Yo me dedico a dar clases en una primaria rural, soy maestra rural. Mi mamá es maestra, mi papá es maestro, mi hermana… De allí viene la vocación también de Bernardo. Egresé de la escuela Ignacio Manuel Altamirano, en el DF. Me fui a estudiar allá. Solicité mi plaza aquí en Guerrero y me la dieron. Me tocó en la sierra, en la escuela Hermenegildo Galeana. Voy para 30 años de servicio. Tengo tercer grado. Cuando pasó esto dejé a mi grupo encargado con un compañero maestro. Él me cubrió. Pero fue personal, me hizo el favor personal cuando desaparecieron a Bernardo.
A Bernardo le surgió la inquietud de venirse a Ayotzinapa por mí. Dice que el campo es muy pesado y que el trabajo de la cosecha no es bien remunerado. Todo lo compran barato: el maíz, el frijol… Entonces me dijo que quería ser maestro. Porque por medio de esa profesión él se iba a mantener. Estuvo un año sin estudiar. Salió de la Preparatoria Popular de San Juan de las Flores y se puso a trabajar en el campo con su papá. Su papá dijo que sí, para que viera con qué esfuerzo se obtiene el dinero. A Bernardo no le gustó, decía que era muy trabajoso y no era bien pagado: “Casi lo pagan regalado”. Así que dijo que iba a prepararse para ser maestro.
Yo le enseñé a leer y a escribir. Ese niño es muy obediente. Todo lo que decíamos como padres lo obedecía. Muy responsable. A Bernardo le gusta el pollo ranchero guisado en estofado.
Bernardo es el mayor de sus tres hermanos. Vivíamos todos juntos todavía. Hasta que se vino aquí, a Ayotzinapa. Regresaba a la casa por tiempos cuando salía de vacaciones. Él era el término medio entre sus dos hermanos; siempre andaba regañándolos. En su cuarto, Bernardo tiene una grabadora para escuchar música, y fotos desde que él era pequeño hasta ya de grande. Le gusta jugar basquetbol. Estaba en un equipo: Los Primos Flores. El 20 de noviembre jugaban todos los años en el torneo de San Juan de las Flores. No me acuerdo a qué equipo de Estados Unidos le iba . Le gustaban los tenis Converse, tenía unos blancos y otros negros.
A Bernardo le gusta el rock. Pero no el rock pesado. De ése que habla de la policía que mata a los muchachos en el barrio, que los policías son más delincuentes que ellos. Tenía bastantes películas. Ya no recuerdo qué artista le gusta. Las coleccionaba, pero cuando las veía, las vendía a sus compañeros.
Casi todos del Atoyac lo conocen. Nunca había salido, hasta el año en que se vino para acá. Llegando aquí, a la normal, conoció a una muchacha de Oaxaca, de la normal de Tamazulapan. También era del comité. Vinieron a dar una información. Aquí empezaron su amistad. Ella le dio su teléfono. Después él fue a Oaxaca y la fue a ver. Se hicieron un poco más…
La conocí ahora que desapareció él. Ella vino a la normal. De vez en cuando vienen a ayudar, a apoyar. Mi hermana la conoció, se acercó a mí y le dijo: “Ella es la mamá de Bernardo”.
Tenía una enciclopedia en diferentes tomos. La agarré en varios pagos que van al cheque de la quincena. A los profes siempre nos visitan y nos ofrecen material didáctico. Enciclopedias de química, de anatomía… También compré una Cajita Mágica de Inglés donde vienen diccionarios y cds y todo. Para que ellos las estudiaran y cuando ya fueran a la secundaria de ahí agarraran la información. Allí investigaba Bernardo para sus tareas.
Antes de la actividad del 26 de septiembre de 2014 en Iguala, me llamó por teléfono. El que lo vio la última vez fue el papá, porque tuvieron una reunión de padres de familia. Vino el día 13. El día 14 todavía lo vio. La última vez que yo lo vi fue en mayo. Fue a la casa en Semana Santa. Siempre nos comunicábamos por teléfono. Pura llamada. Él sabe que los mensajes no me gustan, me gusta hablar con las personas. Yo le decía Nardo. Mi Nardito.
Le iba a mandar el carnet con su papá porque tenía un dolor debajo de las costillas. Dijo que iba a tratar de ir al ISSSTE para que le hicieran unos análisis. El médico le dijo que no tomara refresco, que no comiera grasa.
Bernardo era del Comité de Lucha: acompañaba y organizaba a sus compañeros para ir a las actividades…
(Interviene la hermana de María Isabel en la conversación)
Están enlodando su nombre. Es un muchacho muy solidario. Son valores que se tienen y que no se pueden desechar. Si ve a alguien en desgracia, lo apoya. Y aquí eso fue lo que pasó. Lástima que estén enlodando su nombre. Que el gobierno diga que forma parte del cártel de Los Rojos… Ni al caso. Son jóvenes estudiantes. ¿Un líder de un grupo hubiera dicho “me voy a estudiar a una escuela que no tiene recursos”? No se puede decir eso de los muchachos. Esa noche tenían puras piedras. (Jesús) Murillo Karam anunció en una conferencia que mi sobrino era el que había planeado todo con el director de la escuela. “Autor material”, así lo dijo. “Líder de los Rojos”.
María Isabel:
Ay, Dios…
Hermana de María Isabel:
Cómo no vamos a estar dolidos. Dijo Murillo Karam que los tenían a todos juntos. A los 43. Que ya estaban asfixiados. Es cuestión de lógica. Lloré. Deberían venir a ver cómo viven los padres. Lo que hay alrededor. Cómo pasan los días en el centro de esta pequeña cancha. El gobierno no puede acusar a alguien así. Ya no aguantaban la presión de todas las naciones. Entonces quisieron hacerlos pasar de víctimas a victimarios. Me molesta que especulen. Me dicen: “Usted es la tía del líder de los Rojos”. Eso no se vale. Los jóvenes ya no están presentes para poder defender su nombre.
María Isabel:
Eran tres del comité en el camión. Iban al cuidado de los compañeritos de primero. A mi hijo no lo balearon. Iba en el primer camión. A mi hijo lo golpearon y empezaron a trasladarlo a las patrullas. Cuando a su compañero Fernando le dieron balazos en el camión, lo dejaron allí tirado en la calle Juan N. Álvarez. Cayó la credencial de estudiante de Bernardo en el charco de su sangre. Fernando me lo dijo: “Era mi sangre, doña. Era mi sangre. A Bernardo se lo llevaron vivo. Los iban echando en patrullas. Yo vi cuando se le cayó la credencial mientras se lo llevaban golpeándolo. Ya no supe más porque me desmayé”.
Eso fue lo único que me dijo y lo único que me consolaba. “Siquiera no le dieron un balazo o algo”, pensaba. Esa credencial no se la entregaron a mi marido: anduvo en los periódicos circulando al otro día.