EL-SUR

Viernes 19 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Las palabras

Florencio Salazar

Agosto 25, 2020

Un mundo en el que quienes leen son una pavorosa minoría.
Enrique Vila-Matas.

Las palabras son como los perros, dóciles si son domésticos, pero ajenos, bravos. Las palabras son como los instrumentos, dependen de la habilidad de quien los toque. Se mueven en cardúmenes, aunque, igual a los peces, las hay misteriosas y solitarias. Cuando hablamos lanzamos una red para ver qué sale; es decir, generalmente no construimos las oraciones como la hacemos al escribir.
La claridad en el lenguaje parece simple. Pensemos, sin embargo, las veces que hacemos un comentario que puede resultar ofensivo por falta de claridad en lo que decimos. Vicios frecuentes de la oralidad son el atropellamiento de las palabras, no cerrar las ideas expuestas, suponer el sobrentendido. Las palabras dichas no tienen reversa y carecen de la posibilidad de consultar el diccionario.
Por supuesto, hablo de la generalidad de los hablantes. Los hay eruditos, que hablan como escriben y escriben como piensan. Los mortales comunes cometemos atroces agravios al lenguaje. La razón es una aunque las causas varias. Se carece de una sólida formación gramatical, esa es la razón. Y las causas son varias porque el lenguaje está en constante desarrollo. No basta sembrar y que germine la semilla, es indispensable el cultivo.
El lenguaje es una galaxia. Su movimiento es constante pero el ojo humano necesita un telescopio para apreciar ese movimiento. Con la excepción de algunos cometas o las esporádicas lluvias de meteoros, de pronto, calladitas, nuevas palabras se integran al lenguaje.
Me imagino al idioma –al idioma español– como un molino que trabaja sin descanso. Muele caña; por un lado sale la miel y por otro bagazo. Nada tiene desperdicio. La miel enriquece el idioma y el bagazo lo empobrece. Las palabras se dirigen para ser adoptadas de acuerdo a la capacidad del hablante, sin olvidar que el latín vulgar es origen y fundamento de las lenguas romances, como la nuestra.
Por su temporalidad las palabras pueden ser arcaicas, obsoletas y contemporáneas. Estas últimas –las contemporáneas– actuales y futuristas. Las actuales, pueden dividirse en: de uso corrientes o de uso reservado (llamadas cultas). Y las futuristas son los neologismo y los barbarismos (intemporales), que, sin que nadie los llame, aparecen como salpullido en el rostro de una joven.
Es significativo advertir que el uso del lenguaje implica poner en marcha la memoria y el pensamiento a la par. Al hablar –más aún al escribir– la memoria localiza y nos aporta la palabra útil; el pensamiento es un filtro que identifica si esa palabra útil es la deseada o necesaria. Aquí llegamos a una de las causas principales del apropiado uso del lenguaje: la lectura. La lectura, que provee de metáforas y aforismos, de mundos sorprendentes e interiores desconocidos.
Leer hace posible la activación de la memoria. Probablemente no seamos –como es el caso– filólogos, lingüistas o docentes, pero la lectura permite al lector entrar en una esfera submarina para ver en las profundidades la belleza del idioma. Sin ser oceanógrafos la memoria registra la espléndida vida acuática. Y cuando de hablar y escribir se trate trasmitiremos con mayor o menor talento esas magníficas impresiones.
Además de situarnos hasta donde la imaginación del ser humano alcanza, la lectura trasmite la calidad de la escritura. Sin saber cómo ni cuándo de pronto podemos escribir con más propiedad, con más soltura. Mejor construidas las oraciones, trasladadas las ideas, transferidas las emociones. La memoria activa indica en dónde colocar la coma, el punto y seguido, el tamaño del párrafo.
Hace unos 40 años tomé un curso de redacción en la Universidad Iberoamericana de la Ciudad de México. El profesor presentó reglas prácticas, con las cuales hicimos ejercicios. Ahí les van: un párrafo de más de cinco líneas que no lleva punto y coma (;), punto y seguido o punto y aparte (.), es necesariamente confuso; evitar los cuyos y el leísmo; colocar las comas de acuerdo a la respiración del autor, además de la indispensables enumerativas. (Tuve una maestra de español que, cuando veía nuestros apuntes, decía: compren por ahí 20 centavos de comas y aviéntenselas al cuaderno, donde caigan, no importa).
Azorín, polígrafo español, en su libro El artista y el estilo, refiere que para escribir con claridad hay que poner una idea enseguida de otra; terminar una idea y luego iniciar otra, evitando abrir guiones, paréntesis o incrustar una idea dentro de otra, para evitar las grandes y confusas parrafadas. Con sus asegunes, digo yo, pues hay que usarlos sin abusar de ellos, que por algo existen.
Para no incurrir en imprecisiones, no recuerdo el nombre de quien dijo que la Q es innecesaria. Por ejemplo: igual se puede escribir kién, kiero y keso, ke kilo y korazón. O la simplificación de la X con la J, y el uso indistinto de la C , la S y la Z. Me parece un argumento insostenible porque al reducir el número de vocablos, reducimos también la capacidad de pensar y expresar los pensamientos con belleza.
El lenguaje es una plaza permanentemente asediada. Uno de sus más feroces atacantes es el lenguaje llamado twitero: pobre, desleído y carente de sonoridad. ¡Qué paradoja! la sociedad que crea la inteligencia artificial rescatando jeroglíficos en cavernas primitivas.
Recordemos el proverbio francés: El que piensa bien habla bien.