Lorenzo Meyer
Enero 21, 2016
Sorprende y preocupa el conjunto de los candidatos republicanos a suceder a Barack Obama por la pobreza y dureza de sus propuestas y el apoyo electoral que concita
Correspondencia. En 2016 la política interna estadunidense estará dominada por la sucesión presidencial y la disputa entre y dentro de sus partidos. Se trata de una lucha que, por la naturaleza de gran imperio de ese país, nos atañe a todos, particularmente a los mexicanos por la vecindad y la asimetría de poder. En este contexto, lo que destaca es la baja calidad de los candidatos con alto rating entre el electorado conservador, que no es poco.
Desde hace mucho quedó claro que no necesariamente hay correspondencia entre la naturaleza del poderío de un país y la calidad de sus dirigentes. Hay ejemplos históricos de potencias con políticas o políticos sin grandeza e irresponsables y que resultaron muy negativos. Piénsese, por ejemplo, en la Roma de Calígula o Nerón, o en la España de Fernando VII.
No todo es pequeño. El 12 de enero y en el contexto del final de su presidencia, Barack Obama dio al Congreso su último informe sobre el estado de su nación y que, desde la perspectiva de los intereses estadunidenses como gran potencia, tuvo calidad e incluso altura. El tono fue positivo y el contenido de buena talla: aumento en el empleo, seguro médico para 17 millones que carecían de él y una propuesta de futuro centrada en lograr disminuir la desigualdad social, mejorar el medio ambiente, apoyar a la ciencia para elevar la calidad de vida (derrotar al cáncer), mantener la seguridad estadunidense sin volverse policía del mundo, acabar con el bloqueo de Cuba e insistir en que la política no debe contradecir los valores que Washington dice defender.
Hasta ahora, los candidatos de-mócratas punteros –Hillary Clinton y Bernard Sanders– no difieren mucho de las políticas de Obama ni de su proyecto global y mantienen la discusión de sus diferencias en un buen nivel: cuál es la mejor manera de aumentar la cobertura del seguro de salud –hay 29 millones de estadunidenses sin seguro médico–, cómo controlar los abusos del sector financiero o la venta de armas a los particulares (30 mil estadunidenses mueren anualmente a causa de disparos), nueva política fiscal, facilitar a los estudiantes el pago de su educación universitaria, etcétera.
Lo moral e intelectualmente pequeño. Al examinar al grupo de candidatos republicanos lo que destaca es lo obscuro de su visión del actual contexto político. Desde la perspectiva del observador externo, ningún candidato republicano despierta entusiasmo. Intelectualmente, el conjunto es muy mediocre –des-de Jeb Bush, Chris Chritie o Ben Carson, hasta los punteros, Donald Trump, Rafael Edward Cruz y Marco Rubio– y su discurso atrae a un público simplón y negativo.
Y es que los candidatos republicanos, todos, están empeñados en descalificar el legado de Obama. Prácticamente no aceptan que exista algo positivo en el gobierno que termina y su diagnóstico del presente está hecho de una colección de errores y horrores que explotan los miedos y prejuicios de su electorado, pues el 91 por ciento de los que se dicen republicanos está insatisfecho con el estado de cosas en su país, el 89 por ciento considera que no se está actuando en serio contra el terrorismo, el 75 por ciento quiere mandar tropas a Siria y el mismo porcentaje considera que Estados Unidos sería un país más seguro si más civiles portaran armas (encuesta de la Universidad de Quinnipiac, diciembre 16/20, 2015).
El caso más extremo es el del puntero, el millonario Donald Trump, que nunca ha tenido experiencia de gobierno. Él parte de que Estados Unidos es hoy “un desastre” y hay que devolverle la grandeza que ya perdió. Para ello su primera propuesta fue deportar a 11 millones de indocumentados –entre ellos a los mexicanos a los que los acusó de violadores, criminales y narcotraficantes, aunque ningún estudio avala tal acusación– y, a la vez, construir un gran muro a lo largo de la frontera México-Estados Unidos que deberán pagar los mexicanos (6 mil 400 millones de dólares). Propone, además, no dejar ingresar a su país a ningún musulmán. En relación al Estado Islámico (EI), se propone encontrar a un nuevo general Douglas MacArthur, ordenarle bombardear y ocupar al EI y apoderarse físicamente de su zona petrolera para dársela a Exxon Mobil. Trump promete recuperar los empleos que se han ido a México, China y Japón, acabar con el plan de seguridad médica de Obama, disminuir los impuestos (se calcula que en diez años esa propuesta le costaría al fisco 9.5 millones de millones de dólares). Finalmente, Trump promete meter en cintura a China militarizando justamente el mar de China pues, afirma, “nadie es más militarista que yo” (Alex Kingsbury en Boston Globe, 17 de enero, 2016). En fin, Peter Wehner, quien fuera funcionario en tres administraciones republicanas, asegura que de triunfar, Trump sería, por temperamento y conocimiento, el presidente menos preparado de la historia de Estados Unidos y un auténtico peligro para su seguridad, (The New York Times, 14 de enero, 2016).
Cruz y Rubio son menos estridentes que Trump, pero muy similares en su explotación del miedo de su electorado y en sus soluciones simplistas a los complejos problemas sociales y de seguridad de su país.
En suma, sorprende y preocupa la pequeñez intelectual y moral del partido conservador de la gran potencia vecina, pero preocupa aún más la pequeñez intelectual y moral de esa parte de su sociedad que apoya y en la que se apoyan esos políticos.
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