EL-SUR

Viernes 26 de Julio de 2024

Guerrero, México

Opinión

Las patadas del caballo

Silvestre Pacheco León

Julio 10, 2023

(Primera de dos partes)

La fiesta popular más importante en toda la región Centro del estado de Guerrero, después del Pendón de Chilpancingo, es la patronal de Santiago Apóstol en Quechultenango. Lo digo por los miles de participantes convocados por la fe cristiana que se suman al ritual indígena conocido como el baile del Ocoxúchilt con el que cierra la celebración anual de la fiesta del santo patrón.
Se trata de un festejo antiguo que comenzó a celebrarse durante la época colonial, después de que la Iglesia católica ideó darle mayor importancia a los santos nombrando a los más populares como patronos de los pueblos siguiendo la tradición europea.
En el caso mexicano la idea de los santos patronos traída de Europa que allá fue pensando en darle mayor importancia a los santos, tuvo el propósito de acercar a los pueblos a la religión cristiana aprovechando su vocación muy natural por las fiestas, de manera que fueron ellos quienes le agregaron, en cada caso, algo particular del lugar al festejo y en Quechultenango, aparte del contenido indígena que se observa en la indumentaria de la danza de los Santiagos, se distingue también por el muy pagano baile al que asisten miles de creyentes que por tandas de medio ciento entran y salen del templo cada treinta minutos en un ritual que dura dos días.
El baile que para el presente año se realizará los días sábado y domingo 29 y 30 de julio involucra a toda la población creyente que con sus ramos de ocoxúchilt en ambas manos danza frenéticamente contagiada por el fervor que se mira en derredor.
Al ritmo del prehispánico teponaztle (tambor indígena construido de un tronco ahuecado de árbol) que retumba en los muros del templo la gente baila sin pena pagando así alguna manda por el milagro pedido y concedido por el santo.
El baile del ocoxúchilt es único, milenario y masivo que se realiza en el interior del templo sin la intromisión de la iglesia que cede su espacio sin chistar.
El caso que quiero contar en el marco de los preparativos de la fiesta es que por alguna razón que aún no me explico, mi familia numerosa y no muy apegada a la religión, ha estado ligada a esta celebración más de lo común.
Es cierto que mi abuelo materno se hizo cargo de la danza de los Doce Pares de Francia alusivo al festejo de la Virgen de Guadalupe en el último medio siglo de su vida, pero muy apegado a la iglesia no era.
De parte de mi padre lo más destacado en su apego religioso es la cercanía de su casa con el templo que cuando suenan las campanas pareciera que están en el patio de la casa o que nos encontramos en el atrio de la iglesia.
En su edad adulta mi padre formaba parte de la Hermandad de Santiago pero más allá de vestir el uniforme y el escapulario durante los días de su fiesta y de no faltar a misa los domingos, tampoco era muy asiduo y más bien era crítico de los curas cuando a su juicio éstos dejaban de ser ejemplo de humildad y recogimiento frente a la comunidad.
Pero fuera de ellos y descontando a mi hermano Vicente el diácono, hay más librepensadores que creyentes en mi amplia familia y en eso la fama llega a tanto que un día mi madre me asaltó con la pregunta de a qué secta pertenecía yo.
Pero en la cercanía con la festividad del santo patrón mi familia se ha distinguido sin un afán de protagonismo aportando mucho al festejo y a la tradición popular.
Como lo hace el común de las familias que cuando menos uno de sus miembros debe pasar por la experiencia de formar parte de la danza de Santiago, yo fui en ese caso quien representó a la familia lo cual me da autoridad para hablar de los detalles de la festividad.
La historia que corre entre nosotros tiene relación con mi tía Gaudencia, la primera persona de la familia que en la década de los años sesenta del siglo pasado se anotó para la mayordomía del santo sin residir en el pueblo, lo cual exigió de mis abuelos el apoyo para prestar parte de su casa como estancia para recibir a tan ilustre visitante. El caso es que llegado el tiempo de la fiesta mi abuelo se había desentendido del compromiso atendiendo otras preocupaciones.
¡Juventino, Juventino, no te olvides de mi fiesta!, dijo mi abuelo que escuchó muy patentito que le hablaban una noche. Pero eso que escuchó fue el final de lo que le ocurrió antes, cuando lo despertó el paso de un caballo cuyos cascos rebotaban en la calle empedrada al borde de su casa en el centro de Quechultenango.
El caballo que avanzaba en tropel se detuvo justo delante de su puerta caracoleando y entonces escuchó sendas patadas violentas que lo despertaron.
¿Oíste María?, le preguntó a mi abuela quien le respondió que ella no había oído nada, que siguiera durmiendo. Pero mi abuelo se levantó para asomarse a la calle que lucía desierta.
El hecho se repitió dos veces sin que mi abuelo asociara nada a su compromiso con mi tía, pero cuando escuchó la voz recordándole la cercanía de su fiesta, no tuvo duda de que había sido el santo quien le había recordado su compromiso.
Sin pretexto, al día siguiente mi abuelo Juventino se abocó a limpiar y acondicionar el lugar de la casa para recibir la imagen del santo durante el año que correspondía.
Después de mi tía Gaudencia tocó la mayordomía a mi tío Procopio y fue en ese mismo año, me lo confirmó mi tía Oliva hace unos días, cuando se estableció que el baile del Ocoxúchilt se realizara dentro del templo, pues antes el baile popular se realizaba en la calle, frente al domicilio de la mayordomía, pero siempre con el inconveniente de la lluvia que muchas veces interrumpía o cancelaba esa parte del ritual. Por eso la Hermandad de Santiago determinó el cambio para beneficio de la gente que desde entonces ejecutaba el baile en pago de una manda.
Muchos años después, casi al final de su vida, mi abuelo Juventino, platicando con mi hermano Hugo, quien heredó la responsabilidad de tocar la danza de los Santiagos, después de aprender por su cuenta la música de la flauta, le comentó que ya no se tocaban completos los sones que él como danzante recordaba.
Lo anterior incitó al nieto para averiguar con el viejo músico sordo de quien aprendió el oficio de tocar si mi abuelo tenía razón.
Con mucha resistencia y el argumento de que no recordaba, el viejo músico por fin aceptó que la danza la tocaba incompleta porque era larga y cansada.
Por su cuenta Miguel El Sordo había mutilado los sones de la danza y nadie se había dado por enterado, y a fuerza de insistir y ensayar se pudieron rescatar esos sones que yo creo que deberían estar registrados como patrimonio de Quechultenango.
En el recuento de los sucesos y cambios que ha tenido la festividad religiosa hemos anotado también el año y el nombre de las mujeres que han sido admitidas en la danza como concesión que la Hermandad ha hecho a las personas que han formulado la petición.
La danza de los Santiagos ha sido eminentemente de hombres pero no por una cuestión sexista, sino porque en realidad se exige una resistencia física que a las mujeres les resulta muy difícil.