Lorenzo Meyer
Junio 08, 2020
AGENDA CIUDADANA
Héctor Suárez combinó el humor con la crítica y los hizo arte.
Las comparaciones pueden ser odiosas, pero también útiles. Desde Aristóteles la política comparada es un instrumento de análisis.
El 30 de mayo hubo protestas en varias ciudades contra el gobierno de Andrés López Obrador (AMLO). Fueron callejeras, pero en automóvil y motocicleta (“sana distancia”) y nadie las reportó como masivas ni prolongadas. En esa misma fecha y en Estados Unidos ya había habido protestas realmente masivas en 140 ciudades (New York Times y BBC, 31/05/20), algunas pacíficas y otras no tanto. Se han prolongado por dos semanas e incluso rebasan sus fronteras.
En México los inconformes usaron cartulinas con acusaciones muy duras contra AMLO, pero muy generales: “dictador, narco, corrupto, mentiroso” y exigían que cesara en sus funciones de presidente. En contraste, en el país vecino la razón inmediata de la protesta es muy concreta: el asesinato por asfixia de un ciudadano afroamericano mientras se encontraba tendido, esposado y sometido por policías de Minneapolis tras detenerle como sospechoso de pagar con un billete falso.
Detrás del crimen policiaco está la memoria de la violencia contra las minorías raciales, pero, sobre todo, un gran problema histórico: la discriminación racial en Estados Unidos producto de la esclavitud de millones de hombres y mujeres capturados en África o nacidos en cautiverio a partir de 1619. Esa esclavitud quedó abolida en 1863 como resultado de una gran guerra civil pero las brasas de la “institución peculiar” desaparecida siguen sin apagarse para una parte importante de la sociedad blanca norteamericana.
En México tampoco se ha procesado bien su pasado como colonia de explotación a partir del siglo XVI, donde una minoría europea organizó a la población original que sobrevivió a las epidemias que acompañaron a la conquista, para servir a los intereses de una élite española y criolla y a los de un monarca que nunca puso pie en estas tierras. La independencia no cambió mucho la esencia de la estructura de la explotación y al despuntar el siglo XX, México seguía dominado por una oligarquía nacional y extranjera. Al agotarse la energía de la Revolución de 1910, volvió a recrearse la estructura oligárquica, misma que hoy concentra la riqueza de una forma no diferente de aquella que llamó la atención, por extrema, a Alexander von Humbolt cuando visitó México entre 1803 y 1804.
Las elecciones de 2018, excepcionalmente libres y competidas, llevaron a la presidencia a AMLO quien propuso combatir desde ahí dos grandes problemas endémicos: la desigualdad social y la corrupción. López Obrador ha tocado intereses muy arraigados y la reacción de los que se han sentido directa o indirectamente afectados ha sido feroz, aunque por ahora no violenta. Las marchas del 30 de mayo fueron parte de un abanico amplio de acciones que buscan deslegitimar y desgastar el impulso del cambio.
Tanto al norte como al sur del Bravo, la pandemia de Covid constituye el gran marco en el que transcurren sendas inconformidades. En ambas sociedades los efectos del virus han resaltado las fallas sistémicas de sus arreglos institucionales y la indefensión frente a la crisis de salud o al desempleo de quienes ocupan las partes bajas de sus respectivas pirámides sociales.
En términos teóricos se ha definido al sistema norteamericano como ejemplo de poliarquía y pluralismo (Robert Dahl). Se le presenta como una gran red democrática de organizaciones donde, se supone, encuentran representación todos los grupos con intereses legítimos. Un sistema de constante negociación con una maquinaria de gobierno que al final procesa sus demandas. ¿Cómo explicar entonces que los afroamericanos y sus apoyos tengan que tomar las calles en medio de una feroz pandemia y enfrenten a la policía pese a que disponen de tantas vías formales para canalizar inconformidades? La respuesta es que el racismo no es problema de falta de canales sino sistémico. Desde 1863 el país que emergió de su guerra civil no ha logrado resolver los dilemas morales y socioeconómicos originados por la esclavitud.
En México, la protesta no se engendró en el racismo sino en el clasismo y no en una falla del sistema de representación sino al contrario, surgió porque este funcionó como nunca y permitió a una corriente de izquierda moderada empezar a desbastar los pilares de una desigualdad social de siglos.
Pese a ser de signos diferentes, las inconformidades al sur y norte del Río Bravo tienen un elemento común: la necesidad de modificar estructuras de injusticias y privilegios con raíces seculares en tiempos de impaciencia social frente a la lentitud del cambio.
PD: El asesinato a golpes de Giovanni López en Jalisco confirma que en materia de brutalidad policiaca nosotros también tenemos un problema similar al de Minneapolis, aunque más por clasismo que por racismo.