EL-SUR

Viernes 26 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Las raíces de El cobrador

Federico Vite

Agosto 30, 2016

Axilas y otras historias indecorosas, de Rubem Fonseca (Traducción de Rodolfo Mata y de Regina Crespo. Cal y arena, México, 2012, 158 páginas) es una colección de relatos que el autor brasileño decide publicar como una deriva de su extensa obra, unidades narrativas pequeñas que por la fortaleza de la prosa nos hacen recordar que todo crece bajo la sombra de El cobrador (Fonseca, 1979), uno de los pocos cuentos en los que la violencia y la poesía se dan la mano, y ofrecen una de las caras menos amables de la literatura en Latinoamérica, las más atractiva. Fonseca nos presenta a su colección de chicos rudos, necesitados de trabajo, dinero, comida y sexo. Esencialmente sexo.
Casi por una necesidad, lejana a la falsa modestia del intelectual ilustrado que desciende a los barrios bajos, el también autor de Grandes emociones y pensamientos imperfectos se enfrasca en una pesquisa por al alma aturdida de los brasileños para rastrear pulsiones oscuras, personajes de claroscuros que van creando un panorama, a manera de rompecabezas, de las fallas en el sistema de justicia, en la economía, el subempleo y todas esas cosas que nos recuerdan con precisión asombrosa que los mexicanos, de igual manera que los personajes de Fonseca, también estamos en un país violento, casi a punto del desbarrancadero, no porque todo esté mal, sino porque la voluntad de liderazgo en el país, así como en el estado y en esta ciudad, es un símbolo y los símbolos, símbolos son.
Aparte del lastre que implica consentir una empresa de políticos diseñada para empobrecer a unos y enriquecer a otros, Axilas y otras historias indecorosas pone un poco de gracia a los días de estancamiento, donde ni el calor ni el hambre nos ayudan a enloquecer, sólo a romper alguna que otra regla, como matar, violar, robar e incluso romperse el corazón por ilusiones amorosas pervertidas. En este hábitat, el de la vida de los monstruos, el mundo es visto como un relato noir, una pesquisa por encontrar los motivos de la equivocación existencial.
El lector conoce personajes que sorprenden, porque a pesar de su educación, de sus lecturas, el pesimismo es una bandera que izan con fervor, saben que todo, la justicia, la educación, la bonanza económica y emocional, todo está perdido. Recordemos que Fonseca estudió derecho penal, ejerció sus estudios como comisario. Tiene una opinión sabia sobre el hampa y el pillaje. Conoce el mundo delincuencial; también, las limitaciones para combatirlo en un marco legal, pero le pone pimienta a eso, a su conocimiento de la maldad. Por ejemplo, en Axilas, el narrador nos confiesa la revelación que le salva la vida: “La axila de una mujer tiene una belleza misteriosamente inefable que ninguna otra parte del cuerpo posee. La axila, además de atractiva, es poética. La panocha palpita y el culo es enigmático; son muy atractivos, lo reconozco, pero son circunspectos, dotados de cierta austeridad. Sin embargo, eso fue en los tiempos en que el pene era una parte de mi arte amatoria y en que mi poeta favorita era Aretino, Pietro Aretino”. Las narraciones zigzaguean entre el humor negro, la trama policial y el erotismo amargo de los misántropos. Cito al texto El misántropo: “Fue la primera persona que estrangulé con mis propias manos. Después tomé su agenda de citas y arranqué la página: la misantropía aumentaba mi inteligencia. […] Hay tres cosas que odio de las mujeres: los pechos de silicón, los tatuajes y la estupidez. No soy adepto a la sodomía, pero con las nalgas hacia arriba por lo menos escondía los pechos de silicón. Y entonces el horror. En la espalda, justo encima de las nalgas, tenía tatuado: Jesús te salva. Se me fue la erección en ese instante.
¿Quién fue Platón?
¿Quién? ”
Platón.
Tatuada, con silicones y pendeja. Tengo apetito (uso esa palabra conforme es usada en la filosofía para expresar el deseo implicado en una tendencia)”. Notamos el temperamento rudo de un mundo diseñado para combatir incluso en sueños, porque la pobreza está implícita en el horizonte de todos y cada uno de los personajes. Ahí no se vale soñar. El lector sentirá la insistencia de Fonseca en mostrar, y reconocer, los signos del odio acendrado, del rencor social.
Pero de los dieciocho textos, me caso con Belleza y con La mujer del CEO. El primero detalla una acción criminal, después de ciertas disquisiciones filosóficas, en la que se empeña un hombre. Pone manos a la obra, cumple una solicitud velada de autoridad femenina: “Sentada en el bar conmigo, era una mujer fea, gorda, vieja, deprimida. Sí, Elza debía haberse matado, o en todo caso, alguien debía de haber tenido la bondad de hacerlo por ella, un gesto de generosidad, de nobleza y belleza inigualables”. La esencia de este cuento de apariencia misógina es una pregunta en tono casi infantil: ¿Envejece el alma igual que el cuerpo? En todo el libro encontramos reductos de ternura, guiños con el amor que abruptamente son rotos por la perversidad.
El sustrato de literatura noir de Axilas se amalgama con citas autorales que dan cuenta de las obras literarias y de las reflexiones filosóficas que visitan los cacos de este libro, los asesinos, los enojados. Los narradores hablan de Poe, Steiner, Goethe, Rousseau, Adorno, Dickens, Cioran. Justamente, el segundo de los textos que llamó mi atención culmina con una frase de Emil Cioran. La mujer del CEO contado desde una aparente parodia, pero con una resolución francamente desalentadora para cualquier intento de poeta, nos recuerda con furor y desconsuelo una tremenda desilusión: “La lucidez vuelve al individuo incapaz de amar”.
También encontramos cuentos fallidos, claro, como Gordos y flacos, Sospecha y Mi bebito lindo. Incluso este asunto, el de la evidente desigualdad entre los textos de un mismo libro, nos muestra un canon del oficio literario en Latinoamérica: los libros de cuento suelen ser muy irregulares, muy irregulares, insisto, pero varios de ellos con cuentos que entran directo al continente literario en mayúsculas, como El cobrador, por ejemplo. Que tengan un platónico martes.