EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

AGENDA CIUDADANA

Las razones del general

Lorenzo Meyer

Enero 28, 2016

Una idea central del proyecto cardenista era afirmar a México como país con petróleo, pero no un país petrolero.

Apostar por el corto plazo. No es la primera vez que los precios mundiales de los hidrocarburos caen de manera aparatosa. La última vez que lo hicieron fue en 1986 y tardaron cuatro años en recuperarse. El vaivén de los precios está en la naturaleza misma de la industria, pero para los afectados en México saber de ese sube y baja no es consuelo. La actual devaluación del peso frente al dólar y su repercusión en los precios de miles de artículos e insumos importados y los efectos negativos de la disminución de los ingresos petroleros en las finanzas públicas va a significar –ya significa– efectos negativos en la vida cotidiana y proyectos de futuro de millones. Y como diría el poeta, los tiempos del crecimiento anual del 6 por ciento, esos, seguirán sin volver, al menos no pronto.
Para la administración de Enrique Peña Nieto, lo que está sucediendo con los precios mundiales del petróleo significa un golpe muy duro para su proyecto económico-político. De 101.81 dólares en 2012, el barril ha pasado a 20.32 la semana pasada, y aún puede caer más. Una caída espectacular, sobre todo si se tiene en cuenta que de todas las “reformas estructurales” de Enrique Peña Nieto, la energética fue la más importante, la que implicó un cambio histórico, pues dio acceso al gran capital privado nacional y extranjero a la joya de la corona de los recursos naturales de la nación: a la renta petrolera. Peña Nieto y su círculo esperaban que con la modificación del artículo 27 de la Constitución en materia de energía –la apertura en el campo energético al capital privado–, habría un ingreso espectacular e inmediato de nuevas inversiones que reivindicaría el golpe a lo que quedaba del cardenismo. Esas inversiones significarían, además de recompensas para sus facilitadores dentro del gobierno, reactivación económica e incorporación a la arena política de nuevos actores económicos de gran peso y que, naturalmente, deberían apoyar a personajes, grupos, partidos y proyectos protectores de sus intereses. La idea era, y es, pagar con las concesiones en el petróleo, la construcción y consolidación de una alianza del gran poder privado local e internacional con quienes intentan restaurar la hegemonía priista.
El general lo advirtió. Las características del tipo de desarrollo seguido por México a partir de la II Guerra y la actual coyuntura económica, serían distintas de lo que son si se hubiera persistido en el proyecto nacionalista puesto en marcha por el presidente Lázaro Cárdenas en los 1930, cuando se escribió lo que sería el último capítulo de la Revolución Mexicana.
La propuesta del presidente Cárdenas en 1938 no sólo incluía el rescate de la renta petrolera a favor de la nación por la vía de la expropiación y nacionalización de la industria, y la creación de una gran empresa pública petrolera –Pemex–, sino algo igualmente importante: sacar al petróleo mexicano del mercado mundial y ponerlo en otra dimensión, en una básicamente interna, pensada en el desarrollo de largo plazo y en la ampliación de la independencia frente al exterior.
Desde la perspectiva anterior, México debería extraer y exportar el máximo posible de ese recurso natural no renovable y estratégico. El petróleo no debería verse como una materia prima más en la canasta de las exportaciones. En un país como el nuestro, con pocas fuentes alternativas de energía, el petróleo debía servir por entero al mercado interno y prolongar al máximo la vida de las reservas. Debía proveer de energía a un costo razonable a su industria y a su agricultura y que fueran las que exportaran. Lo racional era ser cuidadoso en el uso de las reservas de petróleo y gas, y no simplemente extraer el máximo de combustible posible para venderlo en los mercados internacionales y que fueran estos los que le dieran valor agregado. Se trataba de hacer de México un país con petróleo, pero no un país petrolero, justo como es el caso de Estados Unidos.
La antítesis. Una combinación de alarma, oportunismo e irresponsabilidad hizo que la explotación del mega yacimiento de Cantarell a partir de 1979, llevara al presidencialismo autoritario, encabezado por un líder arrogante –José López Portillo– a retrotraer a México a su etapa original –inicios de siglo– y volverlo a hacer un país petrolero, capaz de lanzar al mercado internacional hasta 663 millones de barriles de petróleo en 2005, pero absolutamente incapaz de transformar esa riqueza en otra sí renovable (28 mil 300 millones de dólares), que sirviera de base sólida y permanente de riqueza nacional. Enrique Peña Nieto y su círculo simplemente optaron por llevar a su conclusión lógica lo que hizo López Portillo y acabar definitivamente con lo que pudo ser un proyecto sólido de consolidación de la nación: el cardenismo. Hoy, la realidad mexicana es una donde la mitad de la población está clasificada como pobre, pero cuatro super millonarios han acumulado una riqueza que equivale a más del 8 por ciento del PIB (fuente: Gerardo Esquivel). Es también la de un país inmerso en la corrupción, que va de crisis en crisis, con millones de barriles exportados a lo largo de más de tres decenios convertidos, desde la óptica del interés de la mayoría, en casi nada.
Futuro. Si México, que es hoy un país sin proyecto que despierte la imaginación de la mayoría, crecientemente oligárquico, y con una institucionalidad endeble y extraordinariamente corrupta, insiste en seguir exportando todo el petróleo que le sea posible, se repetirá lo que sucedió cuando las empresas petroleras eran extranjeras: el petróleo seguirá desapareciendo sin dejar la huella permanente y disparando crisis cuando el mercado mundial lo decida.
Nota: la semana próxima esta columna no aparecerá, su autor estará fuera del país.

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