Lorenzo Meyer
Mayo 08, 2023
“Carlos Monsiváis NO ha muerto. Ya cumplió 85 años y sigue con nosotros”.
Las grandes utopías políticas de los últimos siglos estimularon la imaginación y la acción de millones, pero hoy, y en tanto visiones de un futuro posible para la humanidad, ya dejaron de funcionar o casi. No obstante, quizá ciertas propuestas de futuro más modestas y nacionales aún puedan operar como micro utopías que despierten la imaginación de un número significativo de ciudadanos y los movilicen para la acción en los entornos locales.
Hoy por hoy, en México, el proyecto encabezado por Andrés Manuel López Obrador (AMLO) y más recientemente el de Gustavo Petro en Colombia, pueden verse como otros tantos esfuerzos para movilizar a una parte de sus sociedades –básicamente a quienes habitan en las amplias bases de las respectivas pirámides sociales– y unir voluntades para superar en nombre de un futuro local los muchos obstáculos que implica el rehacer estructuras sociales históricamente injustas consolidadas a lo largo de siglos de prácticas extractivas en beneficio de las minorías dominantes. Su utopía consiste en la construcción de una comunidad nacional compatible con los estándares de justicia y bienestar de nuestra época.
Como guerrillero, Petro se propuso deshacer por la fuerza de las armas el nudo gordiano de intereses creados que mantiene a Colombia atada a las herencias del pasado, pero terminó por aceptar que el tajo de la espada ya no era viable para deshacer esa atadura histórica y que la alternativa era tomar el control del gobierno por la vía del voto. Por su lado, y desde el inicio de su larga marcha hacia la presidencia AMLO optó por la vía pacífica, por la organización y movilización de “los de abajo”. Primero actuó en su terruño y desde el interior del partido de Estado creado por la Revolución Mexicana. Pero al topar con las barreras infranqueables del autoritarismo priista se sumó a quienes desde fuera y mediante movilizaciones se propusieron usar los votos como arietes contra un sistema antidemocrático afectado por una ilegitimidad creciente en un entorno cada vez más oligárquico y corrupto. Así, recorriendo el país de arriba a abajo, organizando, movilizando, aguantando fraudes y campañas de desprestigio bien orquestadas y mejor financiadas, el lopezobradorismo tomó el gobierno, pero no necesariamente el poder, al menos no el poder suficiente para deshacer ese nudo gordiano histórico que aún mantiene uncidas a parte de las estructuras institucionales mexicanas a yugos de lo que AMLO ha calificado como prácticas neoporfiristas.
AMLO y Petro son dos presidentes de izquierda que ganaron el poder por la vía que muchos creían imposible –la electoral– pero que no lograron poner al Congreso a tono con sus proyectos para el cambio. Petro lleva apenas nueve meses en el cargo y ya descubrió que llevar a su país por la ruta de la transformación “es más difícil de lo que pensábamos” por el bloqueo de los grupos privilegiados a las reformas laboral, agraria, de salud o de pensiones (ver El País, 01 a 03/05/23). AMLO lleva cuatro años y medio enfrentando ese bloqueo y mucho más. El colombiano ha optado por no apostar a las coaliciones amplias y por rehacer su gabinete, AMLO ya pasó por eso pero tiene que hacer frente a las luchas internas de su partido. Petro se propone movilizar a sus seguidores para tomar las calles y de esta manera “lograr que el Congreso sienta el momento histórico” y se pueda dar la “gran batalla” contra el gran capital parasitario que ha “ordeñado al Estado” e imponerse a esa parte conservadora de la sociedad que simplemente rechaza el cambio.
Las diferencias entre los dos presidentes también son útiles de notar: AMLO apuesta por el papel de la gran empresa estatal –Pemex, CFE, Tren Maya– en tanto que a Petro no le entusiasma la vía “estatista”. El colombiano considera, como AMLO, que la “guerra contra el narcotráfico” ha fracasado, pero confía en que la cocaína, de gran y negra historia en su país pase pronto de moda en el mercado norteamericano y sea sustituida por el fentanilo donde Colombia no tiene relevancia pero México sí.
El análisis comparativo entre las coyunturas políticas de México y Colombia, entre la razón y destino de sus respectivas “utopías modestas” da para más pero falta el espacio. Como sea, a cada una le conviene no perder de vista a la otra y apoyarse.