EL-SUR

Viernes 26 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Lecciones de la vanidad

Federico Vite

Enero 19, 2016

La belleza desconocida y otros cuentos libertinos (Valdemar, España, 2005, 265 páginas) es uno de los libros en los que el coqueto Guy de Maupassant presume los encantos que hicieron de él un amante idóneo para las veleidades veraniegas de París en el siglo XIX. Fue un cazador de corazones torpes y en el maratón de la lujuria conoció algunas mujeres dignas de inmortalizar en las páginas de un cuento.
Me parece que debemos aprender la aparente frivolidad de estos textos, en los que el autor se propone, a partir de historias cotidianas, retratar los rituales amatorios de esa época. Ver en la frivolidad con la que discurren los personajes es una forma de encarar la estructura del cuento. A partir del protagonista, no siempre el narrador, conocemos la burguesía parisina. La forma en la que visten, conviven y flirtean los nobles; el desparpajo que hay entre ellos con la intención de seducir en aras del placer sin adjetivos. Copas en reuniones diplomáticas, comidas que no terminan nunca, paseos junto al río que humedecen, casi por añadidura, los labios de los damiselas mientras los hombres detallan las actividades de sus trabajos bien remunerados y despotrican contra
la clase baja. Con ese caldo de cultivo, Maupassant penetra la corteza del alma parisina. Muestra que esa generación temía perderlo todo ante la pujanza de una sociedad civil que reunía a los pobres y hambrientos con la intención de arrebatar el control de un país embriagado por la Belle Époque.
Los protagonistas de estos cuentos no buscan el placer de las cortesanas, sino de las niñas bien, las princesitas que presumen la herencia y el poder de sus padres. El capital que nunca trabajaron, pero les sirve a la perfección para sentirse únicas y especiales; bajo ese aire de inmaculada prosperidad, Guy decanta la deleznable fortaleza de las chicas incapaces de diferenciar la pureza de sus sentimientos. Son robots en busca de intereses inmediatos, mujeres que plástico que juegan a verse bien, a opinar poco y a fingir lo que sienten. Envueltas en sí mismas, la visión del mundo se reduce a los brazos que las apapachan. Mustias de clase alta, incapaces, las señoritas, de hacer algo por mano propia. En ellas, Guy vuelca toda su ira, las denuncia como amantes torpes, bellas ninfas con poca pericia, tristes damas que no conocen el mecanismo de fortalecer los pálpitos de su corazón, porque todo lo hacen asistidas, incluso amar, comer y morir. Entienden todo a medias, y desde esa frivolidad, el contraste con las mujeres de verdad, las que se ganan el pan y la tristeza, las que son capaces de pagar por su soledad, los cuentos se vuelven una enciclopedia de los comportamientos femeninos. En suma, el lector conocerá las costumbres de la sociedad francesa de finales del XIX. Varios de esos textos fueron publicados por diarios de la época; de tal manera que Guy tuvo fama de resentido, de rompecorazones, de loco y de pervertido; sobre todo, de Casanova.
Cada relato es una estampa moral de los aspectos amorosos, del engaño, de las infidelidades, de las burlas, de los adulterios, de los sueños hechos realidad o el aburrimiento de las damas y la insatisfacción de la vida burguesa. El tono picante y burlón denota la fama de atleta sexual que tenía éste escritor de éxito y lo mucho que disfrutaba de sus devaneos. Se jactaba de la doble moral.
Casi todos los relatos se ubican en la capital francesa; la mayoría de los personajes pertenecen a los estratos más altos de la sociedad. Es palmaria la crítica constante del escritor a la doble vida de estos personajes, que aparentan ser quienes no son escondiendo anhelos y deseos profundos. Los castos y los respetables, cuando nadie los observa, corren en pos de la lujuria.
La prosa directa, con un estilo profundamente periodístico (quizá la clave para entender a este autor como un reportero del alma), no aglutina el relato de banalidades. Sin ornamentos ni descripciones exageradas, Guy detalla situaciones jocosas y temibles, cambia los tonos de cada relato para no abrumar con el canto de los corazones rotos ni con la celebración escandalosa de los pícaros. Consuma su denuncia y nos recuerda que en el amor, como todo lo humano, no hay nada nuevo. A pesar de que esos cuentos se escribieron hace más de 100 años, realmente parecen modernos. Es plausible la traducción de Mauro Armiño, quien se ha encargado de acercar al lector en castellano varias de las propuestas narrativas de este escritor francés.
El lector aprende de la vanidad que una mujer enamorada es más que una acumulación de anhelos familiares; dicho de otra manera, es la suma precisa de energía para entender el mundo con los ojos del corazón. Un hombre enamorado es algo que no se contiene, un cauce que desemboca lejos de sí mismo: un brazo de agua destinado a secarse. Que tengan buen martes.