EL-SUR

Jueves 18 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Lecciones pasionales de un viajero

Federico Vite

Diciembre 10, 2019

 

La biografía del pintor alemán Johan Moritz Rugendas es asombrosa y la obra de este caballero está considerada como una de las más atractivas del documentalismo romántico de los artistas trashumantes. Viajó a Brasil (1821), donde realizó una serie de dibujos que ilustrarían más tarde el Viaje pintoresco al Brasil (1827-1835), de R. Huber. Del mundo carioca regresó al Viejo continente en 1825 para viajar por Italia, Francia y Gran Bretaña. Inmediatamente después volvió a América para visitar México (se afincó en el estado de Veracruz), donde realizó una serie de óleos y dibujos con paisajes, escenas costumbristas y retratos. Estuvo un tiempo en la cárcel porque se le acusó de haber conspirado contra el gobierno del general Anastasio Bustamante (1834), pero lo liberaron con la condición de que abandonara México. Así que dejó precipitadamente este país y se trasladó a Chile, donde pintó a los indios araucanos; posteriormente visitó Perú (1841-1844). A Buenos Aires llegó en 1845, pintó numerosos retratos y escenas de costumbres. Este periodo de la vida de Moritz es retomado por el prolífico César Aira para crear la noveleta Un episodio en la vida del pintor viajero (Era, México, 2001,74 páginas).
Los críticos de artes plásticas definen a Mortiz como buen pintor y dibujante. Darwin lo educó como ilustrador científico; en México se comportó como un revolucionario pintor romántico; en Brasil, como etnógrafo. Su obra, a caballo entre la ciencia y el arte, reúne aproximadamente 3 mil 500 piezas con varias técnicas: dibujos, óleos y acuarelas. Así que Aira mueve las piezas literarias para explicar la peculiar búsqueda de la belleza de Moritz, quien atraviesa los Andes, pasa por Mendoza y continúa a través de la pampa hacia Buenos Aires. La visita a La ciudad de la furia modifica por completo su vida, su cuerpo, su visión del mundo y su estética, especialmente su estética.
En diciembre de 1837, Moritz parte de Chile, acompañado de un pintor mediocre que se convertirá en su mejor amigo, Roberto Krause, hacia Argentina. El paisaje, la flora y la fauna son elementos indisolubles del relato, aspectos necesarios para dotar de plasticidad el cuerpo narrativo. ¿Cómo logró el autor recrear los paisajes? Obviamente Aira estudió la obra de Moritz para crear con elegancia las rutas panorámicas de Un episodio en la vida del pintor viajero. Trasladar (quizá sea mejor traducir) el discurso visual al narrativo no es cosa fácil y Aira es solvente en lo suyo, pues su libro certifica que la obra de Rugendas es de la más interesante de los artistas extranjeros que visitaron Latinoamérica en la primera mitad del siglo XIX. Basta una escena (un ataque de langostas mientras los artistas cruzan desde Mendoza hasta Buenos Aires) para que la tensión del relato vaya in crescendo.
En este libro, Aira se manifiesta como un escritor sabio y técnico. Pero se torna entrañable el relato cuando un rayo derriba al pintor de su caballo y la bestia arrastra a su jinete durante un buen tranco, ahí es cuando la narración se intensifica de verdad. Ese episodio cambia la vida del artista, también cambia su visión estética. Para calmar los dolores de las heridas que le desfiguraron el rostro, Moritz recurre a la morfina y eso le obliga a distorsionar un poco su percepción de la realidad. Técnicamente, Moritz es un pintor que se anticipa al impresionismo; pero en esencia, lo que sorprende de este hombre es la huella salvaje de la belleza en sus cuadros y en sus dibujos.
Aira recrea con acierto, y de manera sensible, la épica estancia de un pintor que descubre en los latigazos de la violencia (por ejemplo, trata de captar la velocidad de un ataque de los indios en la pampa) una fascinación por el espíritu bélico y sus derivas.
Moritz logra dibujar múltiples escenas en los campamentos indios; también es capaz de plasmar en papel, ahí en medio de la batalla, un ataque de los indios a una hacienda fortificada. Para escribir un libro como este, Aria usó como piedra angular la correspondencia entre Moritz Rugendas y su hermana, pues aparte de todo lo que vivió (seguramente el artista sabía que su trabajo era invaluable) se dio tiempo para generar una abundante correspondencia. Aunque lo esencial es que esta noveleta no es de carácter histórico, pero se fundamenta en hechos reales que ayudan a comprender la pulsión emotiva que experimenta enfebrecidamente un artista cuando encuentra el motor esencial de su obra.
¿Es posible que alguien drogado por la pasión del dibujante y por el opio pueda comprender la realidad de esta manera, tan asombrosamente salvaje? La respuesta es definitiva. Cito a Aira para finiquitar las dudas: “Las alteraciones de la salud y enfermedad que había sobrellevado a lo largo de esa jornada increíble lo habían dejado a la miseria. Lo que hizo fue ponerse inmediatamente a trabajar. Pero aquí le pasó algo bastante curioso y fue que no se sacó la mantilla, simplemente porque se había olvidado que la tenía puesta. Con el velo, el pobre pintor no veía nada, y no lo sabía. Tantas alteraciones había tenido su visión durante el día que por el momento le daba lo mismo no ver. En la ceguera sus movimientos tuvieron giros fantásticos, y su manipulación de los papales llamó la atención. Porque se le había ocurrido hacer una clasificación de escenas; y como no las veía, se le mezclaban tanto que reproducía con todo su cuerpo y con las imaginables restricciones impuestas por sus nervios rotos, las posturas de los indios”.