EL-SUR

Viernes 19 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Lector de lectores

Adán Ramírez Serret

Diciembre 01, 2017

La Feria Internacional del Libro de Guadalajara 2017 ha sido particularmente rica en cuanto a escritores este año. Pues está, por supuesto, el gran Emmanuel Carrère, quien obtuvo el Premio en Lenguas Romances 2017; Paul Auster, quien luego de guardar silencio durante siete años vuelve a la novela con su más reciente 4321; Sergio Ramírez, el nicaragüense flamante Premio Cervantes 2017; y, claro, Alberto Manguel (Buenos Aires, 1948) quien este año ganara el Premio Fomentor y también el Alfonso Reyes 2017. Galardón que fue obtenido por primera vez en 1973, nada más y nada menos que por Jorge Luis Borges. Lo cual es bastante significativo, pues Alberto Manguel no sólo es un gran heredero del autor de Ficciones, sino que durante su primera juventud prestó sus ojos al gran poeta ciego.
Alberto Manguel como escritor, como ensayista es antes que nada un gran lector que reflexiona con veneración sobre esta herencia majestuosa que son la escritura y la lectura. Sostiene ideas que al ser tan brillantes, parecen inobjetables y sobre todo humildemente sencillas. Una de ellas es que hay nociones que se oponen al sentido común. Por ejemplo, que la lectura antecede a la escritura. Cuando se piensa esta idea parece elemental, antes de escribir hay que leer, y mucho.
Por lo tanto, Alberto Manguel ha escrito deslumbrantes libros sobre el acto de leer. El obligado Una historia de la lectura, el cual es un apasionante recuento histórico en donde hace pesquisas sobre los más antiguos vestigios de la escritura y revisa contratos, escrituras y poemas de 3 mil años de antigüedad. También, relata historias de eminentes lectores, los cuales no son necesariamente escritores.
Cuenta la historia, por ejemplo, de los Habanos Montecristo que deben su nombre a una singular anécdota. Mientras los esclavos en Cuba eran obligados a la penosa tarea de trasquilar el tabaco, alguien se apiadó de ellos y para hacerles menos ardua la labor, les leía en voz alta la apasionante novela El conde de Montecristo de Alejandro Dumas. Así, un día los esclavos exigieron que el producto por el que se rompían la espalda de sol a sol, llevara el nombre de su héroe.
Este año, Alberto Manguel publicó en México Mientras embalo mi biblioteca: una elegía y diez digresiones. Recordemos que elegía, según la RAE, quiere decir: “composición lírica en que se lamente la muerte de una persona o de cualquier otro acontecimiento infortunado”. Así, Manguel nos cuenta la triste historia de su amada biblioteca de 40 mil volúmenes que se encuentra en Canadá, en donde vive actualmente, a más de 3 mil kilómetros de Buenos Aires donde al igual que su amado Borges, dirige la Biblioteca Nacional de la República Argentina.
Fiel a su estilo ameno y accesible y a sus hermosas reflexiones filológicas, Manguel escribe que cualquier biblioteca es una biografía. Tiene una relación completamente sentimental con sus libros. Escribe en algún momento: “…la generosidad de mis libros permanece siempre, como parte de su esencia y, cuando los saqué de sus cajas, después de haberlos condenado a un silencio tan prolongado, siguieron siendo amables conmigo”.
Reflexiona también, no exento de optimismo, que en embalar y desembalar, los libros van adquiriendo diferentes significados. Pues cuando se encuentran apilados, en espera de ser transportados, se mezclan, se relacionan con otros, dispares y disimiles, y se abre un apasionante diálogo.
Eso justo pienso ahora en Guadalajara en una de las ferias más grandes del mundo. Observo la orgía, el diálogo obligado que se da entre los miles de libros reunidos aquí; y también entre escritores, editores y por supuesto, lectores. La mezcla entre lectores.
(Alberto Manguel, Mientras embalo mi biblioteca: una elegía y diez digresiones, Ciudad de México, Almadía, 2017. 163 páginas).