EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Legado de gobierno

Jorge Camacho Peñaloza

Julio 16, 2021

Lo que la oruga llama el fin, el resto del mundo le llama mariposa.
Lao Tzu.

De los 17 gobernadores que ha tenido Guerrero –desde el inicio de la época en que se institucionalizó la democracia posrevolucionaria, a partir de 1928, con el apaxtleco y general más jóven que ha tenido el Ejército mexicano, a los 22 años, Adrián Castrejón Castrejón como gobernador del estado–, sólo ocho han terminado su periodo para el que fueron electos, uno de ellos el chilpancinguense Héctor Astudillo Flores quien ayer rindió su último informe de gobierno a dos meses de concluir su mandato de seis años, para lo que fue electo como gobernador del Estado Libre y Soberano de Guerrero.
De esos ocho, cuatro han sido chilpancingueños: Baltazar R. Leyva Mancilla, Raymundo Abarca Alarcón, Alejandro Cervantes Delgado y Héctor Astudillo Flores; tres acapulqueños, José Francisco Ruiz Massieu, René Juárez y Zeferino Torreblanca, y uno de Huitzuco, Rubén Figueroa Figueroa, todos han tenido algo en común que seguramente les ha valido para poder terminar su mandato, excepto Juárez Cisneros y Torreblanca Galindo, los cinco que les tocó gobernar en el último cuarto del siglo pasado y lo que va del actual, Figueroa, Cervantes, Ruiz y Astudillo han recibido el poder en un contexto político muy convulsionado por la confrontación entre el gobierno y fuerzas opositoras.
Llaman la atención los cuatro de Chilpancingo caracterizados por la mano suave, la identidad con el pueblo, su capacidad de diálogo y de comunicación con los diferentes sectores sociales de todas las regiones del estado, mientras que los acapulqueños más hiperactivos, terminantes y controladores, y el de Huitzuco con un estilo más tendiente al uso del miedo para el control y sobrevivencia política. De ahí que dicen que mucho repetía el dicho de “encierro, destierro o entierro”.
Después de venir de una derrota como candidato a gobernador en 2005, Héctor Astudillo Flores asume la gubernatura del estado el 27 octubre del 2015 en una situación política, administrativa y –en términos de seguridad–, desastrosa. Hacía muchos sexenios que no se iniciaba así un gobierno estatal, tal vez desde Figueroa Figueroa y Cervantes Delgado por la convulsión generada por el choque de la guerrilla con el gobierno, el primero, y de la Universidad Autónoma de Guerrero, el segundo.
El gobernador Astudillo asume la administración estatal cargando complicaciones, con la historia de los muertos de Ayotzinapa de diciembre de 2011 y los desaparecidos de septiembre de 2014; el desastre de los huracanes Ingrid y Manuel, y los errores del desorden administrativo y del ejercicio gubernamental de Rogelio Ortega, que a la postre se tradujeron en pérdida de gobernabilidad y gobernanza. Diría yo, “Guerrero estaba colocado en una ruta sin horizonte”.
Como se mencionó, Héctor Astudillo venía de una dolorosa derrota en la contienda de 2005, por lo que para él 2015 representaba la revancha. Seguramente no imaginaba que de ganar la gubernatura se encontraría para empezar con un contexto así en la gobernabilidad, gobernanza, seguridad, desorden administrativo, ruptura del diálogo gobierno-sociedad, pérdida de legitimidad, carencia de recursos, paro de trabajadores del gobierno del estado, el magisterio reclamando sus reivindicaciones y la operación delincuencial a todo lo que daba en Chilpancingo, Acapulco, Chilapa, Tierra Caliente e Iguala. Sabía a lo que venía, conocía muy bien el problema y la solución, propuso orden y paz y ganó la gubernatura.
El inicio de su gobierno se veía muy difícil, muchos pensaron que su oferta política de orden y paz iba a ser incumplible: en los primeros tres años la crítica era ¿Y el orden y la paz? Astudillo sabía en dónde se estaba metiendo, sabía lo que tenía que hacer para poder domar al Guerrero bronco, aquello que los gobernantes fracasados no hicieron y que hoy es uno de sus principales legados; como dijo ayer en su informe: “el gobernante está obligado a actuar de manera decidida y oportuna, para ello es indispensable gobernar para todos… es deber del mandatario responder con oportunidad a los problemas, la realidad no admite simulaciones, los problemas en Guerrero o se atienden de inmediato o se convierte en lumbre que termina por incendiar a todo”.
Y eso fue lo que hizo desde el primer día de su gobierno, darse a la tarea de atender personalmente los problemas. Casi no delegó lo que sabía que él tenía que atender personalmente, sobre todo, lo que tenía que ver con escuchar a los inconformes. Fue un gobernador que trabajó de lunes a lunes, todos los días, todos, hacía reuniones de gabinete, salía a los municipios en todas las regiones, iba a Palacio de Gobierno, despachaba en Protur, estaba presente en las reuniones del Grupo de Coordinación para la Construcción de la Paz, iba a la Ciudad de México a realizar gestión. Su éxito fue que personalmente se entregó a dar la cara a los problemas.
Muchas pero muchas veces él encabezó reuniones de negociación con grupos enfrentados y el resultado ahí está: el mejor botón de muestra es la baja en los índices de homicidios dolosos que eran los más altos del país porque él personalmente dirigía las reuniones de coordinación. Todo eso le ha valido para que en el último año de su gobierno sea colocado en el top ten de los mejores gobernadores del país. Él condujo el gobierno, no lo dejó en manos de algún secretario o asesor y ese, ese fue su éxito.
A seis años de haber asumido la responsabilidad –como lo dijo ayer en su último informe de gobierno–, deja un estado con más paz y orden que el que él recibió, sin duda a lo que aspira es ya una realidad: “Aspiro a que mi periodo de gobierno sea un sólido cimiento de la estabilidad política y paz social de Guerrero”. Pero además Astudillo Flores no pudo terminar su discurso con más claridad política sobre todo para este momento de alternancia al decir “los guerrerenses no podemos permitirnos empezar cada seis años, debemos aprender de la historia, hay que evitar el desbordamiento de las pasiones políticas que han sido saltos hacia atrás, no podemos los guerrerenses seguir reñidos con el futuro”.
Vuela vuela palomita y ve y dile: A toda la paisanada que ora sí nos quitemos el sombrero, porque a ese Astudillo lo vamos a tener que sacar del gobierno de Guerrero, pero en hombros y con dos orejas en las manos. ¡Olé!