Adán Ramírez Serret
Enero 15, 2021
Hay ciertos momentos que sacuden el mundillo cultural de una ciudad o un país. En la iconoclasta película 24 Hours party people, hablan del concierto que dieron los Sex Pistols en Manchester, al cual fue poca gente, pero cambió las vidas del puñado reunido esa noche, al grado que en el futuro, estos mismos iniciarían un movimiento musical que transformaría la industria del pop.
Algo similar sucedió en 2017, cuando la FIL de Guadalajara le dio el Premio de Literatura en Lenguas Romances a Emmanuel Carrère –de quien siempre termino hablando, me disculpo de antemano–; su visita fue una experiencia diferente no tan sólo por la calidad de su obra –ha habido grandes nombres como Claudio Magris, Enrique Vila-Matas o Yves Bonnefoy, tan sólo por citar algunos–, sino también porque venía en el cenit de su carrera y fama. Joven aún y dando entrevistas a diestra y siniestra, bebiendo tequila y quedándose en fiestas sórdidas hasta altas horas de la noche.
Carrère, luego de una severa crisis existencial y por supuesto creativa, fue de la ficción al periodismo; allí descubrió la voz en donde su talento es capaz de poner los pelos de punta. Por lo tanto, una pregunta obligada que todos los periodistas se morían por hacer, era si acaso él, que debía buena parte de su fama, a la prensa, consideraba que el periodismo era literatura, a lo que respondió: “Puede llegar a serlo; pero la mayor parte de las veces, el periodismo informa sin ser para nada literatura”.
A lo que preguntamos todos, ¿cuándo es entonces que se transforma en literatura? En su libro El adversario, por ejemplo, lo que más hay es periodismo, argumentamos. Respondió que en efecto, su libro debía toda la trama a una noticia, pero no era lo más importante, a su manera de ver. “La esencia es la reflexión que hay a partir de un hecho, un cuestionamiento del mal, y mi esperanza es que eso se vuelva literatura. Es lo que sucede en Svetlana Alexievich, la Premio Nobel”, explicó.
En español, sobre todo en América Latina existe una profunda tradición de periodismo literario, y como un brazo histórico de éste, la crónica, que incluso Alejo Carpentier se atreve a decir que el género de la novela, la prosa más bien, comienza en América con los cronistas de Indias.
En México, el brillante y rudo Juan Manuel Servín, y el lúcido y deslumbrante Juan Villoro, son dos ejemplos contemporáneos de grandes cronistas. Y así, si pensamos en grandes nombres en todo el subcontinente podemos pensar en Alberto Salcedo Ramos, Daniela Riera, Gabriela Wiener, y por supuesto, quizá la mejor de todas, Leila Guerriero (Junín, Argentina, 1967).
Leila tiene libros de investigación periodística muy brillantes y profundos, destaca Los suicidas del fin del mundo, Una historia sencilla y Opus Gelber.
El libro que quiero recomendar hoy es uno muy breve, con textos de apenas una página, que son una compilación de sus artículos publicados, semana a semana, en el periódico El País.
En Leila Guerriero sucede ese fenómeno extraño de la sorpresa: abres un libro, sabes que será sobre sus artículos periodísticos, y te encuentras con algo muy parecido a la poesía. Dice: “Aquí yo, otra vez… la muy sincera, la muy falsa, la esquiva, la insensible, la mísera, la idiota, la astuta, la excesiva…” a lo que siguen unos quince adjetivos más.
Guerriero tiene ese talento de escribir sin miedo, sin ninguna teoría de sobre adjetivar, de hacer el ridículo, de no ir a ningún lado, de ser fragmentaria, de ser cursi… y sale indemne de donde usualmente todos salimos ridículos. Porque en estas páginas con recuerdos, reflexiones, instantes y la pluralidad de fantasmas con los que convive diario Leila Guerriero, el lector siempre gana, viaja a otro lugar, descubre autores y momentos, que sin estas páginas periodísticas, no hubiera visto.
Es la columna periodística transformada en literatura, porque Leila Guerriero toca el interior de quien lee y desacomoda u ordena la serie de recuerdos y sentimientos que nos constituyen.
Leila Guerriero, Teoría de la gravedad, Barcelona, Libros del Asteroide, 2019. 196 páginas.