EL-SUR

Jueves 18 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Lepra en Acapulco (III y última)

Anituy Rebolledo Ayerdi

Abril 23, 2020

 

Lo conocí como Apontito cuando hacía sus pininos como reportero. Hoy que ha muerto cruelmente decapitado en Ciudad Renacimiento, he sabido su nombre: Víctor Álvarez Chávez, siempre orgulloso de su oficio nobilísimo, hoy de alto riesgo. En un país donde la justicia debe pedirse en voz alta porque además de ciega es sorda y nunca pronta y expedita como se ufana, la gritamos para Apontito.

María Romero

Los jóvenes acapulqueños de los años 20 hablaban de la lepra con gran familiaridad. Jugaban incluso bromas adjudicando el mal a quien presentara la más leve mancha en el rostro. El lazareto de La Roqueta había desaparecido 10 años atrás con la fuga de la población enferma. Dará ello pie a versiones fantasiosas sobre niños leoninos, hijos presumiblemente de aquellos fugitivos, cazando lagartijas en los cerros aledaños, ignorantes los autores del infundió que el mal de San Lázaro no es hereditario.
Aquella atmósfera será fértil para el tejido de una perturbadora leyenda en torno a una bella mujer atacada presumiblemente por el mal. La recoge Lupita Joseph Zetina en su libro En el viejo Acapulco, producto seguramente de un relato emocionado de su señor padre, don Jorge Joseph Piedra. Voceador éste, cuando párvulo, de Regeneración, el periódico de Juan R. Escudero, luego periodista él mismo, y más tarde alcalde breve pero inolvidable de Acapulco.
Habla la leyenda de María Romero, rica heredera de una familia de Tecpan de Galeana, poseedora de los más finos hatos ganaderos de la región. Caprichosa y mimada por unigénita, María disfrutaba por igual del baile y de las compras en la Ciudad de México. Poseía un dominio pleno de los ritmos de moda como el foxtrot y el charlestón haciendo gala de ellos en las fiestas populares y los carnavales de Acapulco.
“Llena de Gracia como el Ave María”, la describirá un poeta poco original, su paisano. Los homenajes a su majestuosa presencia se sucederán, uno tras otro, durante sus dos estancias anuales en el puerto. La correspondencia de la señorita Romero será nutrida con requiebros amorosos y citas playeras por parte de atrevidos jóvenes en edad de merecer. Sólo los muy tímidos se conformarán con lanzar a su paso avioncitos de papel ilustrados con corazones sangrantes. No pocos púberes confesarán sueños húmedos cuando sueñen sus formas armoniosas. Dignas, dirá San Román, poeta de El Treinta, del cincel de Praxíteles. María, coqueta y provocativa, será justa al darles a todos el mismo “changüí”. La describe Jorge Joseph:
Era muy hermosa. Derrochaba simpatía a raudales. Vestía con sobria elegancia, en todo iba con la moda. Culta. Su belleza era perturbadora. Sus grandes ojos verdes tenían el color indefinible que engendra la alegría. Su abundante cabellera color castaño, suelta y trenzada, le llegaba debajo de las corvas. Tenía un buen descote. Alta, cimbrante. En una palabra: María era una belleza impresionante. Se adueñó de Acapulco porque se hizo querer de todos.

Lazarina

Una calurosa mañana de septiembre, entregada por los costeños como todas al fervoroso ritual del café con pan, surge en el mercado de la ciudad un rumor perverso y cruel: ¡María Romero tiene lepra!
“A mí no me lo creas, pero me lo dijo fulanita, a quien se lo dijo zutanita, quien recibió la primicia de menganita”. Y el bulo corre tan veloz como fuego en prado seco. El “María Romero tiene lepra” se repetirá una y otra vez hasta enterar a cada uno de los habitantes de aquél villorrio con ínfulas de ciudad. El mitote tiene tan buena factura que pocos dudarán de su autenticidad, sobrando quienes juren haber percibido en la piel tersa de la dama los síntomas característicos del mal.
Ignorante del cruel rumor a su costa por haber llegado apenas de la Ciudad de México, María asiste hermosa y deslumbrante al baile de la Independencia en el Casino de Acapulco. Luce un vestido adquirido en el Puerto de Liverpool capitalino: un modelo idéntico a uno usado por Clara Bow, en la película Ello. Luce el pelo muy corto como lo estila la diva del cine mudo, casi varonil. Hermosa.
No obstante, María no tendrá oportunidad de lucir el vestido y su peinado. Abandonará precipitadamente la reunión cuando perciba el rechazo de quienes apenas ayer la idolatraban y conozca el motivo del asco reflejado en aquellos rostros. La velada, de no haber tenido fin tan abrupto, hubiera girado seguramente en tomo al nuevo look de María. Ay, a costa de una cabellera tan larga y hermosa como pocas mujeres habrán lucido en el siglo XX. María llorará a solas como ninguna mujer podrá hacerlo más tarde.
Vendrá luego una suerte de exorcismo por parte de algunos jóvenes para sacarse a María del pensamiento. Sólo algunos vivirán secretamente la angustia de un contagio inminente, tan sólo por haber bailado con ella cheek to cheek, o alcanzado el goce supremo de un beso furtivo. Nuevos acontecimientos, no menos sobrecogedores, marginarán muy pronto aquel recuerdo. El estallido del polvorín de La Roqueta, por ejemplo.

El estallido en La Roqueta

Se produjo a las 3 de la mañana del 17 de mayo de 1923 y fue un sacudimiento parecido al de un terremoto. La población entera salió alarmada a las calles para conocer el origen de aquella explosión y sus consecuencias. Nadie podrá dar razón del estremecimiento provocando una mayor zozobra. El estrépito había roto muchos cristales en la ciudad, particularmente los nichos de la virgen de la Soledad y el del Santo Entierro, en la parroquia de la Patrona de Acapulco. La gente no pegará los ojos hasta conocer los pormenores del percance conocidos hasta las 9 de la mañana, cuando el guardafaro de La Roqueta, don Ramón Castillo Carmona, comunique los hechos con señales de banderas al Resguardo Aduanal del cerro de La Mira, de donde bajará la información a la Aduana Marítima, en el Zócalo.
Si bien La Roqueta había dejado de ser leprosería, dando tranquilidad de la población, pocos sabían que estaba convertida en un peligroso polvorín. En la isla se almacenaban grandes cantidades de explosivos destinados a los trabajos de la carretera México-Acapulco. El sabotaje será descartado cuando se localicen en Caleta miembros del cuerpo del presunto causante de la explosión. Pertenecían a don Cayetano López, un viejo pescador dedicado a hurtar dinamita para venderla a quienes se dedicaban a la pesca con explosivos, hoy vigente. La Isla Maldita será más impopular que nunca.

María, María

No pasará mucho tiempo de aquel suceso para que María Romero sea objeto nuevamente del viperinaje acapulqueño. Surgirá éste, como siempre, entre las placeras del mercado Zaragoza.
Por recomendación de un médico español de visita en Tecpan, María era sometida a una terapia particularmente extraña, asquerosa. Se introducía su cuerpo desnudo en las entrañas de un bovino recién sacrificado, protegido el rostro y expeditas las vías respiratorias, para una permanencia de 10 a 20 minutos. Tiempo necesario, decía el médico extranjero, para que el calor y la energía de la sangre del animal absorbiera el mal. Extraída del indeseable abrigo, cubierta totalmente de sanguaza y oliendo a choquío, María era colocada en una sábana blanca para ser trasladada al baño. Así, una y otra vez, todos los días, siempre con la esperanza de llegar a vencer el mal.
La cura estrambótica de la señorita Romero no irá más allá de los comentarios previsibles de conmiseración e incluso de chascarrillos no siempre de buen gusto. Será muy diferente cuando estalle el rumor de que el ganado usado para la terapia de María se ponía a la venta en el marcado de Acapulco. La población reaccionará aterrorizada hasta escalar incluso la cresta de la histeria. Declarará unánime una abstinencia total de carne y exigirá a las autoridades municipales investigar la certidumbre de tan peligroso rumor. A los carniceros, por su parte, se les quedarán los canales completos y no venderán ni pellejos para los gatos.
El alcalde aconsejará un método finalmente eficaz para devolver a los consumidores la confianza. El ganado para al consumo local será sacrificado todas las mañanas en plena plaza Álvarez, a la vista de todo mundo, y hasta se obsequiará retazo con hueso. Previamente había un desfile de matarifes marchando atrás de la vaca, toro o novillo destinado aquel día a las cazuelas y sartenes de los acapulqueños.

¿Y Mariquita de mi corazón?

“Pasó un año –cuenta Luz de Guadalupe Joseph–. Pasaron tres, cuatro y cinco años y no apareció ningún signo lazarino en María. Todo había sido una intriga maligna, quizá de algún pretendiente despechado o de alguna mujer celosa. Un día, finalmente, llegó a Tecpan de Galeana el príncipe azul de los sueños de María; se casaron, tuvieron muchos hijos, vivieron muy felices y colorín colorado.
–¡ Pinche gente mitotera!, una sentencia que epilogará el drama a cargo de una tía de María.
La madre Teresa

La lepra no era para la madre Teresa de Calcuta –como lo era para la curandera Graciana Angelito–, un castigo divino. Por el contrario, la religiosa tendrá un recordatorio constante para las Misioneras de la Caridad, dedicadas con ella al cuidado de miles de lazarinos de La India:
“Cuando traten los cardenales y las heridas de los pobres no deben olvidar que son las heridas de Cristo”. La Madre Teresa utilizará el producto de la venta de un automóvil Lincoln blanco, donado por el papa Juan Pablo II, para construir la Ciudad de la Paz en Calcuta, India. Un centro de rehabilitación para 35 mil leprosos atendidos por la orden de las Misioneras de la Caridad, fundada por ella.
No serán raros sino más bien frecuentes los casos de religiosas contagiadas al atender lazarinos terminales. Sor Teresa les habrá inculcado un sentimiento de alegría al participar de la desgracia de sus enfermos. La misión de ellas, al decir de la ganadora del Premio Nobel de la Paz (1979), no se limitará a socorrer la miseria de este mundo sino también a compartirla. Muchos rehabilitados se integrarán al trabajo voluntario como enfermeros de la institución.
“Si podemos ver a Jesús bajo la forma de pan –habría dicho la monja– también podemos verle en los cuerpos mutilados de los pobres. Necesitamos a los pobres para tocarlo a él”. Sor Teresa muere de un infarto a los 87 años, en septiembre de 1997.

La OMS

A partir de los informes sobre la prevalencia de la lepra en 138 países el mundo, recibidos en 1915 por la Organización Mundial de la Salud, el número fue de 211 mil 973 (2 casos por cada 100 mil habitantes). Y es así como el organismo delinea la Estrategia Mundial para la Lepra 2016-2020, cuyo propósito es el de acelerar la acción hacia un mundo sin lepra. Esto es: reforzar las medidas para su control y evitar las discapacidades entre los niños afectados de los países endémicos (40 casos diagnosticados diariamente). Se estimaba de 2 a 3 millones de personas con discapacidad permanente por causa de mal, el mayor número en India, Brasil y Birmania.
El primer censo de lepra realizado en México en 1927 (año de la apertura de la carretera México-Acapulco) estimaba un total de mil 450 enfermos en todo el país, ocupando el estado de Guerrero el octavo lugar con 69 pacientes. Para 2017 el registro será 211 mil de nuevos casos en todo el mundo. En Guerrero, dieciocho.

Lepra en Acapulco, hoy

De acuerdo con declaraciones del doctor Carlos de la Peña Pintos, secretario de Salud en la entidad, obtenidas el año pasado por el reportero Javier Tinoco Memije, para El Sol de Acapulco, los casos de lepra registrados en Guerrero en 2018 se contabilizaron en 16. Ocho en Acapulco, dos en José Azueta, dos en Pungarabato, uno en Petatlán, otro en Coyuca de Catalán , uno más en Coahuayutla y el último en Ometepec.
De la Peña Pintos mencionó que la cifra es menor a la registrada en 2017, en el que 18 personas fueron detectadas con la enfermedad y aseguró que los médicos de la dependencia se mantienen alertas para detectar oportunamente el mal y combatirlo.

La lepra dejó de ser en México un problema de salud pública

Con los 388 casos de lepra registrados en 2018, México se ubica entre las naciones que han conseguido el objetivo establecido por la Organización Mundial de la Salud (OMS), de un caso por cada 10 mil habitantes, para desestimarlo como problema de salud pública.
Así lo declaró la dermato-oncóloga Claudia Ileana Corral, del Servicio Dermatológico del Hospital General Manuel Gea González, entrevistada en el marco del Día Mundial contra la Lepra 2020, que se celebra el último domingo de enero de cada año. Advirtió que si bien el padecimiento ya no es frecuente entre la población, no se debe bajar la guardia en su diagnóstico. Tampoco pensar que ya no existe, pues en México se tienen zonas endémicas, entre ellas los estados de Jalisco, Guanajuato. Michoacán, Guerrero, Nuevo León y Coahuila.
El número de enfermos de lepra en el mundo asciende hoy mismo a un millón 200 mil y de ellos poco más de 500 mil se localizan en India, ubicándolo como el país con mayor incidencia de la enfermedad. (Cifras de la Organización Mundial de la Salud, OMS). Suecia y Noruega están limpias.
Brasil posee 138 mil de los 170 mil lazarinos registrados en América Latina. Estados Unidos, según la misma fuente, tienen la enfermedad de Hansen pero no divulga sus registros. Japón, igual.
En México, el número de leprosos era hasta hace 10 años superior a los 17 mil, distribuidos en todo el territorio nacional. Hoy, gracias a los programas aplicados por la Secretaría de Salud, la cifra se ha reducido drásticamente hasta los 3 mil 500, aproximadamente.
Los residentes de Acapulco víctimas del padecimiento no viven segregados y, por el contrario, llevan una vida comunitaria sin rechazos ni discriminaciones. Quizás uno de ellos sea su vecino de butaca.

Paredón:

José Manuel López Victoria, Historia de Acapulco, CEM, 1965.
José Manuel López Victoria, Leyendas de Acapulco, Botas, 1963.
Tabares-Liquidano-Martínez, Memoria de Acapulco, CEM, 1994.
Adame-Martínez Carbajal, Crónica de Acapulco, CEM 1966.
Luz de Guadalupe Joseph, En el viejo Acapulco, La Prensa, 1992.
José Rogelio Álvarez, Enciclopedia de México, Autor, 1977.
Vito Alessio Robles, Acapulco en la historia y la leyenda, Botas, 1948.
Fray Toribio de Benavente, Los memoriales de Motolinia, Promexa, 1991.
Daniel Atapuerca y Salvador Franco, La madre Teresa de Calcuta, Internet.
Patricia Torres Rodríguez, La lepra en el mundo, Internet, 1997.
Pijoan, Historia del mundo, Salvat, 1963.