EL-SUR

Viernes 26 de Julio de 2024

Guerrero, México

Opinión

Letras acapulqueñas (XXIV)

Anituy Rebolledo Ayerdi

Mayo 18, 2017

“Que nos maten a todos, si esa es la condena de muerte por reportear este infierno. ¡No al silencio!”: Javier Valdez Cárdenas, periodista asesinado el lunes en Sinaloa. ¡No tienen madre!

Acapulco, el nombre

Acapulco fue durante la Colonia una de las dos puertas fundamentales para comunicar a la Metrópoli con el exterior. La otra fue Veracruz. Tal circunstancia permitió que muchos viajeros extranjeros, acostumbrados al ejercicio de la pluma, dejaran descripciones admirables sobre sus estancias en este puerto. La nómina es impresionante; hoy se bordan aquí sólo unos cuantos:

Hernán Cortés

Hernán Cortés irá más allá de Zacatula en su búsqueda de nuevas tierras en torno al océano Pacífico. Su horizonte era amplísimo, pero funcionarios menores como oidores y alguaciles lo tenían maniatado. Será por ello que en su Carta de Relación de abril de 1532, se queja con el rey de España:
“Viendo cuánto importaba esto al servicio de vuestra majestad y aún al acrecentamiento de su real patrimonio; yo puse luego en obra de hacer otros cuatro navíos , dos en el puerto de Tehuantepeque y los otros dos en el puerto que se dice Acapulco, y les di tanta prisa que los puse a punto de navegar. Ello no obstante que en el puerto que es el de Acapulco no se podían proveer las cosas necesarias como carretas ni bestias, yo cargué con algunos indios, mis vasallos, que su majestad me hizo merced entregar, para llevar algunas cosas que faltaban, que era imposible proveerse de otra manera, pagándoles, como les pagué, su trabajo muy a su voluntad.
“No obstante, ciertos alguaciles me ordenaron que no los proveyese; y aunque yo he visto una provisión en que se manda al presidente y los oidores que no se entremetan en cosa de este descubrimiento, sino que libremente me dejen hacer, yo obedecí su mandato y cesó la obra, de manera que ni por la mar ni por la tierra yo pude hacer ningún servicio… A vuestra majestad suplico lo mande remediar como sea servido”.

Las leyendas

Las leyendas circulantes en el mar del Sur despiertan toda clase de pasiones entre los soldados de Cortés, e incluso en el monarca español cuando las conoce. Una muy excitante circula cuando Cortés se acerca a Acapulco:
“…se afirma mucho haber una isla toda poblada de hermosas mujeres, sin varón ninguno, y que en cientos tiempos van de tierra firme hombres, con los cuales han acceso, y las que quedan todas preñadas, si paren niñas las guardan y si niños los echan de su compañía… Dícese también que la isla es muy rica en perlas y oro”.
Cortés ofrece a su rey investigar la versión para conocer la verdad y hacerle de ello una larga relación. (No fue, ciertamente, La Roqueta, conocida entonces como la isla de El Grifo y más tarde isla de Los Chinos).

Francisco Carletti

El comerciante florentino Francisco Carletti llega a Acapulco en 1585 procedente de Perú. Toma notas que descargará en un libro titulado Razonamiento de mis viajes alrededor del mundo. Sobre la rada escribe: “Un puerto nunca bastante elogiado por hermoso y seguro”. Y abunda:
“Se pesca allí en cantidad y bondad extraordinarias, y lo que es bello y asombroso es que muchas veces sucede que el pez sale fuera del agua, saltando por sí mismo sobre la playa, y queda allí en seco. Seguramente llevado por la urgencia de escapar de los peces más grandes que les dan caza, los cuales muy a menudo también ellos, transportados por la furia de querer hacer presa, se hallan en la misma necesidad”.

Pb. Pedro Cubero

El 8 de enero de 1679 llega al puerto el galeón San Juan de Padua, procedente de Cavite, Filipinas. Entre sus pasajeros desembarca el presbítero español Pedro Cubero Sebastián. Viene atraído por la famosa “Feria de Acapulco” celebrada anualmente con motivo del arribo de la Nao de Manila, sobre la que proyecta escribir un libro.
Lo primero que llama la atención del prelado son la bahía porteña y los cerros que la cobijan. Deslumbrado, escribe en su cuadernillo de notas: “uno de los más hermosos puertos del Mar del Sur”. Una vez en tierra, recorre callejas preguntando aquí y allá. Escribe:
“Acapulco es un puerto muy hermoso, pero pequeño y de malísima temperatura. Sus habitantes son negros de constitución fuerte y de gran talle; la tierra es tosca y seca de agua, no tiene más que de los pozos que es mala por ser pesada y salobre. A poca distancia del centro hay una fuentecilla muy tenue, de la que sale apenas un hilo de agua que se llama El Chorrillo (¡allí sigue, tan campante!) que para llenar una botija son necesarias dos horas. En medio de la plaza hay una iglesia pequeña que es parroquia y existen dos ermitas, una de San Francisco y otra de San Nicolás”.
El religioso regresará a Manila hasta finales de mayo del mismo año y lo hará a bordo del galeón San Antonio de Padua.
Gemelli Carreri

Este abogado napolitano vino a México en 1697. En su obra Giro del Mundo tiene un tomo dedicado a Las cosas más considerables vistas en la Nueva España y da, asimismo, su visión del puerto:
“No habiendo albergue alguno en Acapulco tuve necesidad de ir al convento de Nuestra Señora de la Guía, de padres franciscanos (ex palacio municipal) los cuales me hospedaron muy humanamente”.
“En cuanto a la ciudad de Acapulco, me parece que debería dársele el nombre de humilde aldea de pescadores, mejor que el engañoso de primer mercado del mar del Sur y escala de la China, pues sus casas son bajas y viles hechas de madera, barro y paja…
“No hay en ella nada bueno más que la seguridad natural del puerto que, siendo de manera de caracol y con igual fondo por todas partes, quedan en él las naves encerradas como en un patio cercado por altísimo montes, y atadas a los árboles que están a la ribera…
“A dos leguas de este puerto, hacia la parte del Sudeste, hay otro llamado del Marqués, con buen fondo y capaz de contener grandes navíos; van a él ordinariamente las naves del Perú para vender las mercan-cías prohibidas, a las que se impide la entrada en Acapulco”.

Alejandro de Humboldt

Acapulco, visto por Humboldt, “está respaldado por una cadena de montañas de granito, donde la reverberación del calórico y radiante sol aumenta el calor del clima. La concha del puerto está de tal manera rodeada de montañas que, para dar algún acceso a los vientos del Este durante los ardores de verano, el coronel don José Barreiro, castellano y gobernador de Acapulco hizo abrir un corte de montaña en plena Quebrada; obra atrevida que aquí llaman el Abra de San Nicolás y ciertamente no ha sido inútil. (Eliminada la enorme muralla rocosa, los aires marinos correrán para refrescar el infernal centro citadino. Lo hará a través del llamado ‘canal de aireación’, hoy avenida López Mateos) y que ciertamente no ha sido inútil.
“Durante mi residencia en Acapulco, como pasaba varias noches al sereno para hacer observaciones astronómicas, dos o tres horas antes de salir el sol, cuando la temperatura era muy distinta a la del continente, sentí constantemente un airecillo que venía del Abra de San Nicolás.
“En Acapulco las calenturas biliosas y el cholera morbus son bastante frecuentes, y los mexicanos que bajan de los altos de la meseta para hacer acopios cuando llega el galeón, suelen perecer víctimas de aquellas enfermedades. Ya hemos descrito arriba la posición del puerto, cuyos infelices habitantes (no pasan de cuatro mil , elevándose a nueve mil a la llegada de la Nao) son atormentados por terremotos y huracanes, respiran un aire ardiente lleno de insectos y viciado con emanaciones pútridas; una gran parte del año no ven el sol , cubierto por una nube de vapores de color aceituna”.

Julio Verne

Julio Verne nunca visitó Acapulco pero sí habla de él en un cuento titulado Los primeros navíos mexicanos. Un drama en México. La trama gira alrededor de la tripulación de un barco español amotinada luego de zarpar de Perú, llegando a este puerto ya dueña de la embarcación. El fantástico novelista francés conoció muchas cosas de Acapulco antes de novelar su nombre:
“De los cuatro puertos mexicanos del océano Pacífico, San Blas, Zacatula, Tehuantepec y Acapulco, este último es el que ofrece más recursos para los buques. La ciudad mal construida es además malsana; pero en cambio la rada es segura y podría contener a cien buques. Altos peñascos abrigan a las embarcaciones por todos lados y forman un puerto tan tranquilo que, un extranjero que llegase por tierra, lo creería un lago encerrado en un circuito de montañas”.

Alejandro Dumas y Madame Callegari

El famoso novelista y dramaturgo francés Alejandro Dumas y Madame Callegari (alias María Giovanni) escribieron el Diario de Marie Giovanni que habla del viaje de la dama por México (1854). Incluye un recorrido de dos semanas a lomo de mula entre Acapulco y la ciudad de México. Una travesía difícil por la abrupta geografía y llena de peligros por el levantamiento del Sur en contra del dictador Santa Anna.
“Acapulco –escribe la Callegari–, es un verdadero puerto mexicano, triste y de poca importancia, sea a causa de la indolencia de sus naturales, sea a causa de su insalubridad. La fiebre amarilla reina allí tres meses de cada año, y es mortal. Añádanse a ello los temblores de tierra, que de un día a otro transforman la ciudad, y se tendrá, comprendidos los pronunciamientos (militares) una idea de los atractivos de Acapulco”. Narra:
“Navegando a la mitad de la bahía, jugando con el abanico, tuve la desgracia de soltarlo. El abanico aún estaba en la superficie del agua, el cordón estaba aún en mis dedos ¡cuando un tiburón ya lo había devorado! Mis compañeros me decían que, cuando un hombre cae al mar, en la bahía de Acapulco, desaparece con tanta rapidez como la migaja de pan que se arroja a las carpas del estanque de Versalles o en el canal de Fontainebleau”.

Paredón:
Salvador Castelló Carreras. Diario de viaje por el río Balsas y Costa Grande de Guerrero.
Francisco Eustaquio Tabares y Lorenzo Liquidano y Tabares. Memoria de Acapulco.