EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Libaneses acapulqueños

Anituy Rebolledo Ayerdi

Noviembre 10, 2022

 

Primera parte

Libanés, no árabe

El escritor mexicano Carlos Martínez Assad recuerda que el abuelo le platicaba su llegada a este país: “Cuando llegamos a México nadie sabía si llamarnos turcos o siriolibaneses y yo siempre tenía que aclarar que era libanés. Al fin y al cabo que había salido de Líbano para ser completamente libanés. Lo mismo que hicieron miles de inmigrantes del país mediterráneo llegados a este país a partir de los años postreros del siglo XIX”.
“Yo, como el abuelo, soy libanés pero no árabe”, advierte Martínez Asaad. “Los árabes se llaman así porque creen en el Islam, en la religión del profeta Mahoma, leen el Corán y se circuncidan. Los libaneses somos cristianos maronitas y creemos en el santo Marún. Así, pues, soy libanés y soy cristiano como lo fueron mis padres, mis abuelos y los antepasados desde el principio de los tiempos”. Y redondea:
“Nadie debe avergonzarse por abandonar su tierra cuando se huye de condiciones de ocupación intolerables. A los libaneses el exilio los obligó a reencontrar su sino, su historia de viajeros”, anota el escritor jalisciense. “Líbano había sido parte de la Gran Siria y ambos fueron conquistados durante 400 años por el Imperio Otomano. Estábamos reducidos a nuestro pequeño Líbano en la montaña entre Zghorta, Sir y Becharre (tierra del poeta y filósofo Gibrán Jalil Gibrán), en un refugio con fronteras al mar de Trípoli y de Tiro por un lado y por el otro a la rica región agrícola de Zahlé, hacia las llanuras de Baalbek, la puerta de Siria”.
El Líbano (arameo Leban: blanco) es una angosta franja cinco veces menor que el estado de Guerrero. Limita al sur con Israel, al norte y al este con Siria y en el oeste es bañado por el mar Mediterráneo. Fue hasta 1970 el centro financiero de la región, por lo que fue conocida como La Suiza de Oriente Próximo. Opulencia financiera rota por el terrible enfrentamiento civil entre libaneses de 1975 a 1990, que destruyó un equilibrio político ejemplar. Las luchas internas y los conflictos con Israel –que invadió el país en 1982– aún perduran.

El ruiseñor se niega a anidar en su jaula para que la esclavitud no sea el destino de su cría. Jibrán Jalil Gibrán

Si bien los primeros grupos de libaneses llegaron a México en pleno Porfiriato –alrededor de 6 mil personas–, la gran migración se producirá a partir de 1914 huyendo de la cruel represión turca. América será entonces la única opción viable de sobrevivencia para miles de angustiados libaneses. Un éxodo que dejará al terruño con apenas la cuarta parte de su población original. La solidaridad será un rasgo notable entre estos descendientes de asirios, griegos, romanos, europeos y árabes. Los que llegaron primero a México ayudarán a los que fueron llegando.
La última ola migratoria resultó de la guerra de Líbano, en 1974, prolongándose por varios años aprovechando la presencia de familiares libaneses ya instalados en México. Los estudiosos del fenómeno aseguran que muy pocos de esos inmigrantes buscaban realizarse fuera del campo comercial, ello no obstante tener en muchos casos estudios superiores.
Se calcula que México habrá albergado en esos años a unos 80 mil libaneses, cuyos primeros grupos se asentaron en la metrópoli y en Yucatán. Los restantes se distribuirán en los estados de Puebla, México, Tamaulipas, Nuevo León Jalisco, Guanajuato, Hidalgo, Oaxaca, Coahuila y San Luis Potosí. A Acapulco habían llegado con las primeras oleadas. La descendencia de la inmigración libanesa en México está dedicada preferentemente al comercio, la industria y las finanzas, pero también ocupan espacios importantes en la política, la literatura, la poesía, el cine, la televisión, las artes y la cultura en general.

Los cedros

Dice el Salmo XCI que “el justo como palma florecerá, como cedro de Líbano se multiplicará”. Y es que los cedros tienen para el libanés un significado profundo, considerándosele más que un símbolo nacional. Tanto que la imagen de un cedro aparece en la bandera y la moneda libanesas. Los cedros de Líbano encarnan la majestad de Dios y la perennidad de una patria incomparable por lo bella. El propio Salomón buscó la madera consistente, rojiza, fragante e incorruptible, para construir un templo digno del Señor. Hoy los intocables cedros del bosque de Bacherre llegan a medir 25 metros de alto y sus troncos hasta 13 de circunferencia.

Leales y agradecidos

La migración libanesa guarda una enorme semejanza con la mexicana en otros países. Poseen ambas una admirable capacidad de asimilación con las sociedades que los acogen, pero sin abdicar a sus costumbres, tradiciones y gastronomía. Son particularmente leales y agradecidos con el país que les ofrece las oportunidades de vida digna para ellos y los suyos, retribuyéndolo con apego, trabajo y aportaciones valiosas.

Puedes olvidar a aquél con quien has reído pero no a aquél con quien has llorado. Gibrán Jalil Gibrán

Herederos de la tradición comercial de los fenicios, los libaneses llegados a México optarán por el comercio como medio de supervivencia familiar. La harán temerariamente pues la mayor parte de ellos había llegado como dispone la oración de La Magnífica: “sin cosa alguna”. Tendrán cuidado de no competir con los comercios locales –haciéndose indeseables en las comunidades que les daban hospitalidad– explorando para ello mercados no atendidos. Así, crearán el comercio trashumante de mercaderías útiles y atractivas llevándolas a poblaciones remotas y aisladas luego de recorridos tan extenuantes como peligrosos.
Los comerciantes libaneses –establecidos y buhoneros–, revolucionarán su actividad creando el sistema de pagos diferidos de sus mercancías. Se les llamará por ello aboneros y serán muy populares y estimados en todo México. Frente a los riesgos inherentes a tal sistema mercantil, estaba la confianza en sus hospitalarios clientes y una fe inquebrantable en el futuro. Serán, pues, los precursores de las ventas a crédito sin las cuales ninguna actividad comercial tendría hoy razón de ser.
Austeridad y lucha constante permitieron a los aboneros trashumantes establecerse con cajones de ropa o puestos de mercaderías diversas en los mercados de sus localidades. No pocos lograrán más tarde ser los propietarios de las clásicas tiendas pueblerinas –Los Cedros del Líbano, será un nombre frecuente de ellas– donde se ofrecerán mil cosas, desde una aguja hasta un arado.

Los primeros en Acapulco

Refiere el cronista Carlos Adame Ríos que a finales del siglo XIX Acapulco era un villorrio dominado económica, política y socialmente por los españoles, propietarios absolutos de los medios de producción de ambas costas. Lo eran también del transporte marítimo dominante por a falta de carreteras (la Ruta 95 se iniciará en 1927). Éramos prácticamente isleños, apunta Adame a quien le tocó alguna vez gobernar aquella isla.
Fue entonces cuando llegaron los primeros libaneses para ocuparse con los acapulqueños del pequeño comercio, figuraron entre ellos: José Saad, Julián Sadala, Salvador Sabáh, Antonio Casis y los hermanos Aniceto y Elías Goraieb. En leal competencia, por supuesto, con los porteños Ramón Córdova, Francisco Vela, Federico y Rafael Pintos, Doroteo y Colino Lobato, Simón y Delfino Funes, Samuel, Félix y Manuel Muñúzuri. (Recuerdo de Acapulco).
Otro recuerdo sobre el tema lo ofrece el escritor y ex gobernador de Guerrero, Alejandro Gómez Maganda: “En la puerta del nuevo mercado (plazoleta Escudero), a la derecha y contra esquina se encuentran las tiendas de don Aniceto Goraieb y José Saad. En la de Goraieb, hermano de Ibrahim, trabajan Elías y Julián Sadala”. (Acapulco en mi vida y en mi tiempo).

Don Camilo Saab

Don Camilo Saab Saab se establece en Acapulco y desde aquí recorre con ímpetu juvenil ambas costas cargando su atado de ropa con “géneros” de vistosos colores. Más tarde abrirá una tienda con oferta similar, La Surtidora de Acapulco para finalmente dedicarse al comercio de muebles y joyas.
Don Camilo y su hermano Emilio habían llegado a México por Veracruz (1930) en cuya aduana les cambiaron los nombres de pila. A él, que se llamaba Kalím, le pusieron Camilo mientras que a su hermano Amín le llamaron, Emilio. Viajan a la Ciudad de México donde encontrarán con paisanos albergue y ocupación. Dos años más tarde escuchan hablar de Acapulco y hacia aquí se dirigen.
Quienes conocieron a don Camilo Saab elogiaron siempre sus grandes cualidades humanas. También le envidiaron la suerte de tener como compañera de vida a la sanmarqueña Amparo Mondragón Hernández, una mujer fuera de serie por su laboriosidad y fortaleza. (El columnista tuvo la fortuna de conocerla cuando visitaba la casa para platicar con su madre Toña Ayerdi, tan largo y sabroso que finalmente se olvidaba de cobrar el abono) El matrimonio Saab-Mondragón procreó 10 hijos: Sigifredo, Salvador, Alfredo (audaz compañero de banca en la Altamirano), María de la Luz, Adil, Fadua, Luchy, Waded, Adel y Yahia. Tan acapulqueños como hoy sus hijos y nietos. Ferviente Guadalupano aun profesando la religión drusa, aficionado a la cacería y a la gastronomía libanesa y costeña, don Camilo presumía de tener más amigos acapulqueños que ningún otro de sus paisanos. Murió en 1977.

Los cambios de nombres
y apellidos

Para el escritor Carlos Martínez Asaad estos cambios se dieron porque los aduaneros no sabían leer árabe. Cómo iban a conocerlo, anota, si como occidentales escribían del corazón hacia afuera y los árabes con nuestra forma de escribir queremos traer el mundo al corazón. Nos cambiaron los apellidos: Pablos por Bulos, González por Gassin, Murillo por Moritllo, Betún por Betlune, Badú por Najnum, Pérez por Férez y Reyes por Rujane. Además, nunca pudieron entender porque éramos libaneses y nuestros pasaportes habían sido expedidos por Turquía, remata.

Don Jorge Bachur

Entre los primeros inmigrantes libaneses llegados a Acapulco, don Jorge Bachur es sin duda un ejemplo de tenacidad, austeridad y trabajo. Su primera actividad será la de arriero conduciendo su propia recua mular entre este puerto y Atoyac de Álvarez, comerciando preferentemente café. La recompensa llegará pronto y entonces cambiará de giro estableciendo su propia ferretería con el nombre de La Moderna, en Escudero y Carranza. Siempre junto a él doña Saquille Haddad.
Con gran visión de futuro y apostando todo por el turismo, don Jorge arriesga su fortuna en la adquisición del Hotel del Monte, en la cima del cerro de La Pinzona, con 96 habitaciones y todas los satisfactores para el ya exigente turismo nacional e internacional. Será vecino del legendario hotel Casablanca, construido apenas un año atrás y que, operado por el suizo Teddy Stauffer, será sede del jet set turístico internacional.

Los Saad-Dagdag

En Acapulco, como en muchas localidades del país, habrá una tienda con el nombre de Los Cedros de Líbano, en Escudero y Posada, atendida por sus propietarios don José Saad y doña Hasne Dagdag. Muy popular en su tiempo la anécdota de don José y su edificio en aquella dirección (ahí está). Contaba que sólo hasta que estuvo terminado el inmueble de tres pisos, don José se percata de haber olvidado en el interior su propio automóvil. Será necesaria una demolición para rescatarlo.
Ajeno a ese hecho, por supuesto, el arquitecto Antonio Saad Dagdag, hijo del matrimonio, será invitado por el alcalde Martín Heredia Merckley (1966-1968), su compañero de escuela, para ocupar la Dirección Municipal de Obras Públicas, desde la que construye el Mercado Central del puerto. Particularmente edificará varios inmuebles y entre ellos la tienda Woolworth, que le harán merecedor al galardón Arquitecto Pedro Pellandini Cussi, otorgado anualmente por la Academia Mexicana de Arquitectura, capítulo Acapulco, encabezada entonces por el también arquitecto Ramón Fares del Río, paisano sanjeronimeño.

Los Schekaiban-Haddad

Don Antonio Schekaiban y doña Naviha Haddad formaron desde su llegada al puerto, en 1932, una familia muy popular y estimada por sus maneras sencillas y trato amable. Su tienda La Divina será de las primeras en satisfacer el entonces incipiente comercio de ropa de playa. El edificio San Antonio que la albergará, en Escudero y Galeana, fue de los más altos en el centro de la Ciudad. Los hijos: Carlota, Divina, Dola, Betita, Antonio y Alfredo.