EL-SUR

Miércoles 24 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Libertad de expresión

Arturo Martínez Núñez

Septiembre 22, 2020

La semana pasada un grupo de más de 600 autodenominados intelectuales firmaron un desplegado al que titularon pomposamente “En defensa de la libertad de expresión”, el primer párrafo del desplegado afirma que “la libertad de expresión está bajo asedio en México”, a continuación acusan al presidente Andrés Manuel López Obrador de utilizar un discurso de “permanente estigmatización y difamación contra los que él llama sus adversarios”.
El mero hecho de que se haya publicado dicho desplegado, contradice su proclama central acerca de la libertad de expresión. El “asedio” contra la libertad de expresión ocurría en el viejo régimen a través de un sutil mecanismo de compra de conciencias y libertades, por medio de los convenios publicitarios, del monopolio de la producción e importación del papel, y en algunas ocasiones, con la compra masiva de la publicación que el régimen buscaba evitar que circulase.
Hoy, en México, hay un régimen de absoluta libertad de expresión: cualquiera puede publicar lo que se le venga en gana sin miedo a sufrir represalia alguna, ni económica, ni de ninguna otra especie. Lo que en el fondo reclaman muchos de los intelectuales orgánicos del régimen pasado, es que se hayan terminado las canonjías, los contratos a modo, las suscripciones masivas a publicaciones sin circulación, el chayote, el embute y otros privilegios que se daban a través de becas, viajes, supuestas investigaciones y asesorías pagadas con dinero público y un sinfín de irregularidades que el régimen mexicano otorgó durante años sin que nadie alzara la voz al respecto; los generales triunfantes de la Revolución Mexicana comprendieron desde el principio que tenían que tener a la incipiente intelectualidad mexicana, tranquila, bien alimentada y de ser posible trabajando para el Estado. Así, aunque artistas como el gran Diego Rivera o David Alfaro Siqueiros, manifestaban clara y abiertamente su militancia al Partido Comunista, fueron comisionados para pintar murales como los del Palacio Nacional y otros de tremenda calidad.
Desde sus inicios el régimen mexicano se convirtió en este gran ogro filantrópico como lo llamara el gran Octavio Paz, que prefería ser el bueno antes que el malo de la película.
Por eso el escritor peruano Mario Vargas Llosa, llamó al sistema mexicano “la dictadura perfecta” y esa perfección residía en el hecho de que el sistema mexicano en lugar de desaparecerte o reprimirte, asesinarte o exiliarte, como ocurrió en el resto de los países latinoamericanos, optó por comprar sigilosamente las conciencias a través de los cochupos, de los contratos y del maldito dinero. En resumen prefirió comprar el silencio en vez de obtenerlo a punta de bayoneta: prefirió soltar plata que tirar plomo. (https://youtu.be/kPsVVWg-E38)
De eso se quejan la mayoría de los abajo firmantes; se quejan de que ya no hay compra de revistas que se quedaban en las bodegas de las instituciones que las adquirían. Se quejan de que ya no hay becas para que algunos se vayan a pasear y placear al extranjero sin mérito académico o artístico alguno, solamente con la recomendación del presidente. Se quejan de que ya no tienen influencia en el palacio y de que no pueden incidir sobre la voluntad presidencial. Se quejan porque dejaron de ser una casta privilegiada para convertirse en ciudadanos comunes y corrientes, con los mismos derechos y las mismas obligaciones.
Probablemente en la lista haya personas con las que, al hacer estas afirmaciones estemos siendo injustos, pero en general los promoventes de este desplegado son la vanguardia de una derecha que se siente acorralada, terminada, derrotada política y moralmente, que no ve por dónde intentar regresar al poder, y que suplica, implora y clama, en la mayor expresión del síndrome de Estocolmo, por el retorno del ogro filantrópico, al que decían combatir pero que en realidad alimentaban y del que se retroalimentaban.