EL-SUR

Viernes 26 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Líderes, caudillos, pegotes…

Humberto Musacchio

Diciembre 14, 2017

En las filas del priismo sometido hay un gran desgarramiento de vestiduras ante la candidatura presidencial de Ricardo Anaya. Acusan al joven panista de haber abusado de su liderazgo (sí, ¿y qué?), de traicionar a Fox y a Calderón (sí, ¿y qué?), de hablar de cosas que no define (sí, ¿y qué?), de ser un vendedor de ilusiones (sí, ¿y qué?), de ser ambicioso (sí, ¿y qué?), mañoso (sí, ¿y qué?), obcecado y hasta brillante (sí, sí, sí…).
En muchos países, el líder de un partido ganador es el llamado a encabezar el gobierno y nadie lo acusa de abusar de su liderazgo. Anaya, en buena hora, pintó su raya respecto de Fox y Calderón, quienes –dijo– no fueron capaces de desmantelar las estructuras de corrupción del PRI, lo que es del todo cierto, porque les faltó voluntad política, tamaño de estadistas, visión y valentía. Pero además, cabe recordar que la traición está en la médula de los políticos, como lo prueba la vergonzosa renuncia de los priistas a su pasado y a sí mismos al aceptar un candidato ajeno, extraído de las cloacas del neoliberalismo.
Anaya habla de cosas que no define, a menos que se vea obligado a hacerlo, porque así es la política, donde nada se plantea con claridad de no ser absolutamente indispensable. Es, por supuesto, un vendedor de ilusiones, porque todo buen político lo es. Que es ambicioso, es obvio, pero si no lo fuera se dedicaría a algo distinto. Que es mañoso, también es evidente, porque de otra manera se lo hubiera devorado la jauría calderonista. La obcecación es requisito indispensable cuando se aspira a lo más alto y la brillantez es una prenda que nunca sobra, aunque abunden los políticos opacos.
Para tranquilidad de los antianayistas hay que decir que es también un hombre de derecha que traga sapos de izquierda si eso es condición para avanzar. Es gente de negocios y si llega a la Presidencia habrá que cuidarle las manos para que no adquiera casas blancas ni proteja a los concesionarios de carreteras –comisión mediante–; para que no solape a los responsables de socavones y otras trampas mortales ni oculte información clave sobre el nuevo aeropuerto.
Desde ahora, Anaya es cortejado por los intelectuales de izquierderecha, los críticos del poder que quieren una tajada de ese mismo poder. Son hombres y mujeres que no quieren ser identificados con las miserias políticas y las corruptelas del PRI, pero que aceptan las versiones priistas sobre lo que Andrés Manuel quiso decir y hasta asumen que el líder de Morena ofreció la amnistía a los narcos, quizá porque a ellos, esos intelectuales, nada les ofreció.
Ricardo Anaya aceptará por ahora a esos intelectuales multicolores porque los necesita, pero no se olvide que le sobra habilidad para deshacerse de compañías indeseables cuando así le resulta conveniente. En el remoto caso de que llegara ganar la Presidencia, el panista no será rehén ni títere de escritoras y escritores tornasolados que quieren coparlo. Sabe sacudirse el polvo del camino.
De la falta de escrúpulos de Anaya es muestra elocuente la propuesta del “ingreso básico universal”, según el cual, cada mexicano recibirá una cantidad del Estado para que pueda obtener los satisfactores básicos. Un planteamiento lopezobradorista pintado de azul, pero, como sabemos, el ascenso a cualquier precio es la mejor vacuna contra esos microbios llamados escrúpulos.
Pero la peor limitación que desde ahora afronta Ricardo Anaya  no es la crítica del PRI y sus gacetilleros. Para su desgracia, la mayor debilidad la muestran sus principales apoyos: un PAN dividido y torpedeado por Felipe Calderón y sus achichincles, así como un PRD que se desfondó con la salida de AMLO y los integrantes de Morena.
Del llamado Movimiento Ciudadano hay poco qué decir, porque fuera de Veracruz, donde algunas tribus danzan alrededor de su gran jefe Dante Delgado, su única fuerza está por ahora en el estado de Jalisco. Pero ahí sólo truenan los chicharrones de la dupla de Enrique Alfaro, actual alcalde tapatío, y del rector de la Universidad de Guadalajara, que sabe colocarse donde hay que estar.
En las elecciones de 2018 compiten dos líderes auténticos, el mayor, Andrés Manuel López Obrador, jefe indiscutido de Morena, y Ricardo Anaya, joven que en pocos meses se afianzó como el gran caudillo del PAN. Ambos se disputarán la Presidencia frente a un hombre que, a la manera de la Chimultrufia, como dice una cosa dice otra, y como sirve a un partido sirve a otro.